¿Y si desaparecen las “abejas nativas”?

Frente a la crisis ambiental que vive el planeta, el estudio de saberes y prácticas culturales de los pueblos originarios puede ofrecer alternativas a la encrucijada que enfrenta la humanidad en el siglo XXI.

| Comentario de Mario Alberto Castillo Hernández

Es verdad que los principales desastres naturales en el mundo son de origen geofísico, provocados por sismos y fenómenos naturales como los huracanes, las tormentas y las grandes inundaciones. También es cierto que los cambios climáticos, que generan temperaturas extremas y sequías excesivas, provocan grandes calamidades. Son alteraciones al medio ambiente con enormes riesgos para los seres vivos y formas de vida en las regiones rurales y urbanas. Pero, a todo ello, debe agregarse otro tipo de amenazas: desde el siglo pasado, por negligencia “científica” y conflictos económicos entre las naciones, ciertos desarrollos de la ciencia y la tecnología han causado perturbaciones de gran calado en el medio ambiente y en las civilizaciones.

Por ejemplo, durante las últimas décadas, la biodiversidad que caracteriza a las regiones del continente americano ha sufrido cambios sustantivos por una inadecuada explotación de los recursos naturales y la degradación ambiental derivada. Los proyectos agroindustriales ponen en peligro la conservación del entorno y contribuyen a la contaminación del agua, la deforestación de los bosques y el empobrecimiento de los suelos agrícolas.

De igual manera, los insectos benéficos se encuentran amenazados por el deterioro de los ecosistemas. Y es claro, por mencionar un caso hipotético, que la desaparición de las abejas tendría efectos en cadena: el bosque modificará gradualmente su estructura y las plantas que dependen de la polinización de estos insectos, disminuirán la capacidad de producir frutos y semillas.

Las “abejas originarias”

La historia de las “abejas originarias” en nuestro país podemos descubrirla al consultar algunos códices prehispánicos y fuentes escritas durante la época colonial. Al revisar estos documentos, se descubrió la importancia que daban los antiguos pueblos al cultivo de esta especie de “abejas sin aguijón”. Algunas de estas fuentes son el Códice Tro-Cortesiano (conocido como Códice Madrid), la Matrícula de tributos o Códice mendocino, el Códice Florentino, de Fray Bernardino de Sahagún; la Historia antigua de México, de Francisco Clavijero, y la Historia de las plantas de la Nueva España, de Francisco Hernández. En ellos se encuentran testimonios históricos que aportan información que nos permite apreciar la relevancia cultural de las “abejas originarias” mucho antes de la presencia europea.

Al llegar los españoles al “Nuevo Mundo”, en el siglo xvi, introdujeron a estos territorios una especie de “abeja con aguijón”, la Apis mellifera, que se expandió por varias regiones. Asimismo, trasplantaron la caña de azúcar, que fue desplazando el uso de la miel de las “abejas originarias” como endulzante de distintas bebidas. Para los españoles, las abejas nativas y su miel no tenían la importancia de otros productos que enviaban a Europa. A pesar de esta desvalorización, siguieron siendo muy apreciadas en los pueblos originarios de distintas regiones tropicales del continente. Las abejas formaban parte de su vida y, todavía hoy, se les conoce como “abeja silvestre”, “abeja nativa”, “abeja de montaña”, “señora abeja” o “pequeña abeja”. Se trata de una tradición milenaria que integra una armonía con el cuidado de la milpa y con los huertos familiares donde se cultiva el maíz, el frijol, la calabaza y el chile, además de otras especies de plantas que las culturas americanas han aportado al mundo (Castillo, 2020).

México es un país caracterizado por su biodiversidad en zonas boscosas, selváticas, desérticas y costas marítimas. En estas regiones ha evolucionado una diversidad de flora y de fauna con la que conviven los pueblos originarios desde hace cientos de años. Por ello, es fundamental retomar las regiones donde habitan las abejas nativas, su distribución geográfica, su clasificación taxonómica y la relación que los seres humanos han establecido con estos insectos sociales a lo largo de la historia.

Contamos con diversos estudios sobre el conocimiento biológico de esta especie de abejas que habitan en la Península de Yucatán, la Sierra Norte-Oriente de Puebla y en los estados de Chiapas, Oaxaca, Veracruz, San Luis Potosí, Guerrero y Michoacán. En estas investigaciones se registra la relación que establecieron estos insectos con los productores dedicados a su cuidado, y a la cosecha de la “miel virgen” como fuente de alimentación y para usos medicinales.

Polinizadoras del planeta

Los taxónomos, expertos dedicados al estudio de los insectos y a su clasificación según su origen y distribución en distintas regiones del planeta, han documentado la existencia de más de 20 000 especies. De éstas, cerca de 2 000 se encuentran en distintas regiones de México, incluidas 46 especies de “abejas sin aguijón” que viven en el trópico y el subtrópico mexicano.

De acuerdo con estos especialistas, las abejas se definen como insectos sociales y, taxonómicamente, pertenecen al orden Hymenoptero, en el que se incluyen otras especies como los abejorros, las avispas y las hormigas. En esta clasificación se distinguen dos tipos de abejas que pertenecen a la familia Apidae y a la subfamilia Apinae. Las que tienen aguijón, abejas europeas que introdujeron los españoles, pertenecen a la tribu Apini; son Apis mellifera. Las que no tienen aguijón forman parte de la tribu Meliponini, que incluye los géneros Melipona, Scaptotrigona y otros más (Ayala, 1999; Ayala et al., 2013; Michener, 2000).

Asimismo, gracias a la meliponicultura, disciplina que estudia el cuidado y la crianza de la “abeja sin aguijón”, se han identificado tanto las condiciones del ambiente donde crecen como el tipo de flores que utilizan como alimento.

Por otro lado, desde la perspectiva de la antropología lingüística, es importante tomar en cuenta cómo los pueblos originarios aprendieron a proteger sus colmenas utilizando algunos troncos de árboles, cajas de madera o tipos de ollas de barro. Es decir, la forma en que las familias han conservado esta memoria colectiva y una gran sabiduría durante cientos de años como parte de su patrimonio cultural, su riqueza biológica y su vida cotidiana.

Actualmente, debido a los procesos de urbanización e industrialización, estos insectos benéficos se encuentran amenazados. La ciencia ha demostrado que las abejas son consideradas polinizadoras del planeta y, por lo tanto, agentes sustantivos de la biodiversidad. Sin olvidar que la miel que producen tiene enormes ventajas para la nutrición y la salud humana.

Lo anterior significa que, si estas abejas son destruidas, los ecosistemas se modificarán gradualmente, las plantas disminuirán su capacidad de producir frutos y semillas y, en un tiempo relativamente corto, desaparecerían muchas especies vegetales. Por eso, los pueblos originarios mantienen la defensa de la naturaleza, que es para ellos “la madre tierra”, de su cultura y de su forma de vida.

Racionalidad ambiental

De acuerdo con Enrique Leff (2000, 2004), el acelerado deterioro ambiental es reflejo y resultado de la crisis civilizatoria occidental causada por sus formas de conocer, concebir y transformar el mundo. Es decir, se trata de la crisis de la razón de la modernidad reflejada en la naturaleza; una crisis del pensamiento y de las formas de conocimiento con las que hemos construido y destruido el mundo.

Frente a lo que parece una catástrofe en curso, una posible salida al deterioro planetario consiste en comprender los modos de vida, las formas en que los seres humanos elaboran su pensamiento y cómo interactúan entre ellos. En suma: cómo construyen significados sobre su propia vida y la relación que establecen con la naturaleza.

Además de ocupar un lugar central en las ciencias contemporáneas, la cuestión ecológica adquiere mayor relevancia en la educación para transmitir una nueva conciencia sobre el valor de la naturaleza. Es necesario retomar el enfoque que se orienta al estudio de los saberes comunitarios y las prácticas culturales que los pueblos originarios han edificado a lo largo de la historia.


PARA PROFUNDIZAR EN EL TEMA

| Ayala, Ricardo et al. (2013). “Mexican Stingless Bees (Hymenoptera: Apidae): Diversity, Distribution, and Indigenous Knowledge”, en Patricia Vit et al., eds., Pot-Honey. A legacy of stingless bees, New York, Springer Science-Business Media, pp. 135-152.

| Castillo Hernández, Mario Alberto, coord. (2000). Estudios transdiciplinarios de meliponicultura en la región de Cuetzalan, Puebla. Análisis etnocientífico, etnoarqueológico y etnobiológico de la producción de la miel virgen, México, unam-iia-conacyt.

| Leff, Enrique, coord. (2000). La complejidad ambiental, México, Siglo XXI Editores.

(2004). Racionalidad ambiental. La reapropiación racional de la naturaleza, México, Siglo XXI Editores. | Michener, Charles D. (2000). The Bees of the World, Baltimore, The Johns Hopkins University Press.

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Mario Alberto Castillo

Instituto de Investigaciones Antropológicas, IIA-UNAM | mario.mcastillo@gmail.com
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