¿Prevenir un desastre recurrente?

La contaminación con excretas y otros residuos humanos es una práctica milenaria. Práctica nociva que, en el auge de la “modernidad” decimonónica, se revistió de monumentales sistemas de drenaje con un propósito: sacar la mugre de las ciudades y descargarla sobre las principales fuentes de agua limpia. La “solución” fue un espejismo que hoy seguimos costeando. La catástrofe ambiental del siglo xxi reclama el desarrollo de alternativas viables, duraderas y sustentables.

| Comentario de Jeinny Solís y Ricardo E. Islas

En la antigüedad se emplearon las más diversas técnicas para el manejo de nuestros desechos. El crecimiento de los asentamientos humanos y el paso de la comunidad de cazadores recolectores a productores y comerciantes en el periodo neolítico (hacia el año 8500 antes de nuestra era) obligaron a cambiar la forma de ver y tratar excrementos y orina. Con el sedentarismo, la acumulación de excretas se volvió una fuente de enfermedades y malos olores —problema que llevaría siglos resolver, al menos parcialmente, y que aún prevalece en comunidades que no tienen acceso a información e instalaciones sanitarias adecuadas.

Alrededor del año 4000 antes de nuestra era, en Babilonia se empezaron a desarrollar sistemas de acueductos para proveer de agua limpia. También se inició la práctica de usar el agua para acarrear las excretas hacia pozos en la tierra, generando las “aguas negras” que han acompañado a la humanidad desde entonces.

Cerca de mil años después, en el Valle del Indo (hoy Pakistán), surgieron las primeras letrinas en edificios. Posteriormente, hacia el año 100 de nuestra era, en la Roma imperial se estableció una ley que obligaba a que todas las casas se conectaran al drenaje de la ciudad, que descargaba todo ese material al río Tíber.

Otra cosa ocurría en la Gran Tenochtitlan. Los mexicas, que tenían un gran respeto por el agua, desarrollaron un sofisticado sistema que recolectaba las excretas en canoas y las trasladaba a la zona de chinampas, donde se procesaban empleando los lodos del fondo del lago. A través de un proceso anaeróbico, los microorganismos locales descomponían la materia en tierra fértil, que era empleada para producir alimentos.

Pero esta opción, tan “primitiva” como limpia y sustentable, no sería la que impondría el pensamiento dominante en los siglos por venir.

El olor y el dinero

En 1816 la modernidad se instaló en París: se desarrollan los primeros sanitarios con sistema de descarga, que conducen las aguas negras al río Sena. Estos baños serían poco comunes en América, al menos por un tiempo.

La acumulación de excretas y los consecuentes problemas sanitarios formaban parte del paisaje en las ciudades de Europa. En 1858, caso extremo, se registró un verano particularmente caluroso en Londres, Inglaterra, lo que generó un terrible brote de cólera. El episodio sería recordado como Great Stink (gran hedor o peste), dos meses en los que fue prácticamente imposible estar en la ciudad por la atmósfera irrespirable y la muy alta probabilidad de contagio.

Ante la gravedad del problema, que marcó la vida de la ciudad más grande del planeta en aquel siglo, se confrontaron dos perspectivas de aplicación y desarrollo tecnológico en busca de solución: la primera, muy sencilla, económica y fácil de instrumentar: el “baño seco” (también conocido como “baño de abono seco” o “letrina seca”), cuyo diseño fue patentado en 1860 por el inventor Henry Moule; la segunda, costosa y compleja, requería de una infraestructura monumental y varios años para ser erigida.

Las autoridades londinenses, sobra decirlo, se decantaron por la construcción de un sistema de drenaje con inmensas tuberías subterráneas para sacar las excretas de la ciudad y descargarlas en el río Támesis, la principal fuente de agua limpia de la población. Mientras que el “baño seco ecológico” de Moule sería adoptado en distritos rurales, campamentos militares y hospitales; además, claro, de algunas periferias del imperio (como la India durante el gobierno colonial).

Al revisar las soluciones implementadas durante siglos podemos observar que muchas decisiones se han tomado por las razones equivocadas: una cuestión de buen gusto (aroma), generalmente acompañada del buen negocio (rendimiento). El olor y el dinero, una combinación que se presenta como alternativa única a lo indeseable: peste, hedor, enfermedad.

Dada la experiencia histórica, es posible afirmar que se trata de una ilusión. Porque, si bien, la fetidez resulta un elemento clave a considerar, no sólo es factible sino razonable en términos de sustentabilidad ecológica desarrollar métodos y herramientas que resuelvan el dilema sin contaminar las fuentes de agua. En esta materia, el dinero ha llevado a privilegiar tecnologías deslumbrantes que, al paso del tiempo, resultan incosteables y desatan un problema mayor al que pretendían resolver. Los sistemas para el manejo de aguas en las principales ciudades del mundo, incluida la capital y otras urbes mexicanas, son prueba irrefutable de ello.

Para encontrar modos sustentables de encarar el problema es importante revisar críticamente las soluciones que se han implementado a lo largo del tiempo, así como observar y aprender de la naturaleza. En este caso, desde luego, no se trata de comparar dificultades equivalentes —los “problemas” son producto de la actividad humana— sino de identificar “procesos” inherentes a la vida sobre la Tierra y sacar las lecciones del caso. Una idea aproximada a este respecto: en la naturaleza la “basura” no existe; cada residuo de un proceso forma parte de otro proceso y se aprovecha integralmente; cada residuo es, en sí, materia prima de otro proceso, con lo cual se cierran ciclos.

Ciclos rotos

Considerando esta perspectiva, podemos replantear el problema del saneamiento como la solución de varios ciclos que, hoy en día, están completamente rotos: el ciclo del agua y el ciclo de nutrientes de los suelos.

Hablando del ciclo del agua, la práctica de mezclar excretas con agua limpia genera problemas muy graves de salud. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, 80% de las enfermedades infecciosas se provocan por agua contaminada con heces.

Debemos considerar que el agua es el recurso más valioso del planeta, puesto que es esencial para la vida como la conocemos y sólo 2.5% del agua del planeta es agua dulce. De ese pequeño porcentaje, una parte muy reducida está disponible en ríos, lagos y lagunas. En consecuencia, no parece lógico ensuciarla con excretas. Necesitamos formas de manejar adecuadamente nuestros residuos sin usar ni contaminar el agua dulce, ya que al hacerlo estamos comprometiendo un “recurso” que pertenece no sólo a la humanidad sino a toda especie viviente en la Tierra.

Todos los seres del planeta están adaptados a su ecosistema. Los ecosistemas terrestres soportan todas las funciones de los seres que los habitan durante el ciclo de vida completo, incluyendo el procesamiento de las excretas; esto es, contienen los mecanismos necesarios para descomponer los residuos e integrarlos al ciclo de nutrientes de los suelos.

Lo mismo sucede con los ambientes marinos. Sin embargo, el ecosistema marino no es adecuado para procesar las excretas de seres terrestres; mucho menos en la proporción en la que las estamos llevando a los océanos: 80% de las aguas residuales se descargan a los cuerpos de agua sin tratamiento alguno (Rodríguez et al., 2020).

Esta práctica rompe completamente el ciclo, pues se envían nutrientes que los suelos necesitan al ecosistema acuático, que no tiene los mecanismos necesarios para convertirlos en un recurso dentro del ciclo natural. La consecuencia directa de esta anomalía se traduce en un empobrecimiento natural: de 1950 a la fecha, nuestros alimentos han perdido 50% de su densidad nutricional (Scientific American, 2011; Suglia, 2018); es decir, que una manzana de 200 gramos en 1950 tenía la misma cantidad de nutrientes que dos manzanas de 200 gramos del día de hoy. Una gran cantidad de nutrientes han ido a parar al lecho marino, alterando el pH del ecosistema y provocando, con eso, la muerte de los arrecifes.

No está de más recordar que los arrecifes equivalen a los bosques en el ecosistema terrestre y cumplen exactamente la misma función: han constituido el mayor pulmón del planeta, contribuyendo con aproximadamente 80% del oxígeno de la Tierra. La muerte de los arrecifes tiene consecuencias devastadoras para el ecosistema marino y contribuye, en gran parte, al problema del cambio climático (Creary, 2018).

Solución al alcance de la mano

La propuesta que encadena una solución a los tres problemas mencionados: acceso al agua limpia, alimentación nutritiva y mejoramiento de la salud pública, es el cambio de paradigma en el manejo de nuestras excretas. Una transformación de enorme complejidad porque, justamente, se trata de modificar un paradigma cultural: el gran reto es lograr una conciencia ambiental que favorezca el valor intrínseco del agua limpia y los suelos sanos por encima de la comodidad.

Esta propuesta pone al “baño seco” en primer plano: una ecotecnia que no emplea ni contamina el agua y genera fertilizantes de alta calidad. Un aspecto relevante en la producción de la humanaza (composta de excretas humanas) es la seguridad sanitaria, tanto en el manejo como en el producto final. Actualmente existen técnicas que permiten obtener un producto libre de patógenos, pero no existe regulación del proceso. Es necesario un trabajo detallado para establecer las regulaciones que permitan convertir el problema en una solución.

Por fortuna, son cada vez más los grupos de científicos y ambientalistas en todo el mundo que estudian estos procesos. Sus aportaciones están dando sustento, teórico y práctico, a una antigua certeza: que éste es el camino correcto y que, aplicado masivamente, significaría una solución global a uno de los mayores problemas en la relación de la humanidad y la naturaleza.


PARA PROFUNDIZAR EN EL TEMA

| Creary, Marcia (2018). “Efectos del cambio climático sobre los arrecifes de coral y el medio marino”, Organización de las Naciones Unidas, https://www.un.org/es/chronicle/article/efectos-del-cambio-climatico-sobre-los-arrecifes-de-coral-y-el-medio-marino

| “Dirt Poor: Have Fruits and Vegetables Become Less Nutritious? Scientific American (27 de abril, 2011), https://www.scientificamerican.com/article/soil-depletion-and-nutrition-loss/

| Rodríguez, Diego J.; Serrano, Héctor Alexander; Delgado, Anna; Nolasco, Daniel; Saltiel, Gustavo (2020). De residuo a recurso: Cambiando paradigmas para intervenciones más inteligentes para la gestión de aguas residuales en América Latina y el Caribe, Informe del Banco Mundial, https://openknowledge.worldbank.org/handle/10986/33436

| Suglia, Elena (2018). “Vanishing Nutrients”, Scientific American Blog Network, https://blogs.scientificamerican.com/observations/vanishing-nutrients/

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Jeinny Solís y Ricardo E. Islas

Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey | jsolis@esfacilserverde.com
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