Rayuela precautoria (por si viene el lobo)

Ante el acoso de lo impredecible –la erupción de un volcán, por ejemplo–, la gestión del riesgo de desastres exige la incorporación de múltiples herramientas: ciencia, técnica, intuición comunitaria, diversas disciplinas humanísticas y una combinatoria narrativa con moraleja.

| Comentario de Marco Miramontes

La historia es de sobra conocida: tras un par de falsas alertas, la comunidad no volvió a creer en las advertencias del pastor mentiroso en cuanto al avistamiento de lobos. De modo que, cuando la amenaza fue genuina, nadie atendió a su llamado.

La fábula cumple su objetivo moralizante al denunciar las consecuencias negativas de las mentiras. No obstante, para los ámbitos de la filosofía y la gestión del riesgo de desastres, aún podemos extraer una que otra enseñanza.

Falsa alarma, legítima sospecha

Al jugar una mala broma, el pastorcillo enfrentó uno de los escenarios que roba el sueño a un sinnúmero de profesionales en la gestión del riesgo de desastres: la desconfianza pública.

A diferencia del pastorcillo, quien de manera deliberada emitió una falsa alarma, los especialistas en el riesgo también pueden formular advertencias desatinadas, aunque esa no sea su intención.

Lo anterior ocurre porque no es fácil determinar la probabilidad de que el lobo ataque al rebaño. Es decir, aunque reconozcamos la amenaza, no es tan sencillo estimar la magnitud del riesgo.

¿Amenaza? ¿Riesgo? En la jerga de la protección civil, tal distinción es relevante. En la fábula, la amenaza es el lobo; mientras que el riesgo es la posibilidad de que el depredador arremeta contra las ovejas.

Asimismo, pero en otro escenario, la amenaza sería interpretada por un volcán activo; mientras que el riesgo se establecería al calcular la probabilidad de que la erupción dañe a poblaciones aledañas.

¿En qué momento es prudente evacuar a un poblado cercano al volcán? ¿Al identificar incrementos en la actividad sísmica? ¿A partir de que el cráter presente explosiones?

Determinar lo anterior no es trivial, pues, aunque haya motivos para reconocer la peligrosidad del fenómeno, no se sabe con certeza si el daño ocurrirá.

Y es aquí donde el pastor mentiroso vuelve a escena: la emisión de falsas alertas, sean voluntarias o involuntarias, provoca sospecha.

De lobos a volcanes

A principios del siglo xxi, sir Robert Stephen John Sparks, un reconocido geólogo inglés, planteó que uno de los objetivos de la vulcanología era la previsión. Esto, a pesar de que, en ciertos aspectos, los volcanes son inherentemente impredecibles.

Dicho geocientífico subrayó que la predicción precisa es inalcanzable debido a que, como en cualquier sistema complejo y dinámico, ligeros cambios pueden provocar escenarios distintos a los esperados.

Aunque, a la fecha, no puede anticiparse ni la hora ni el día en que un volcán hará erupción, existen casos en los que los vaticinios científicos se han acercado bastante. Algo así sucedió en México con el Volcán de Fuego de Colima.

Corría el año 1998 cuando dicho volcán incrementó su actividad. La inquietud de las poblaciones aledañas, la comunidad científica y las autoridades gubernamentales se intensificó cuando el cráter emitió altos niveles de dióxido de azufre y ceniza.

Días después, integrantes del comité científico encargado de la evaluación del riesgo asociado a dicho volcán advirtieron una alta probabilidad de erupción a corto plazo, y auguraron su ocurrencia entre el 16 y 18 de noviembre. Por ello, recomendaron a las autoridades evacuar a las poblaciones cercanas al cráter; una de ellas, La Yerbabuena.

Cuando el calendario marcó las fechas estipuladas por los expertos, llegó el momento de corroborar o rebatir su predicción. Una fuerte actividad sísmica, seguida por la emisión de toneladas de dióxido de azufre, fueron señales de la proximidad de la erupción y del acierto de los investigadores.

Así, con base en las recomendaciones del comité científico, el gobernador anunció la realización de la evacuación. De modo que, el 18 de noviembre de 1998, 90% de los yerbabuenses fueron trasladados a refugios.

Aunque la erupción inició dos días después de lo estimado, la labor de los geocientíficos permitió el pronóstico oportuno de la erupción; mientras que su articulación con autoridades, protección civil y los habitantes posibilitó la evacuación y salvaguarda de distintas localidades.

¡Ahí viene el lobo!… ¿O no?

¿Cómo fue la respuesta social ante la evacuación? ¿Los habitantes atendieron, de buenas a primeras, la advertencia del avistamiento del lobo, digo, del riesgo volcánico?

Algunos cuentan que, en un inicio, los yerbabuenses fueron escépticos. Pero dicha actitud cambió con el incremento de la actividad eruptiva. Otros relatan que, en general, la asimilación fue positiva, pues ante la duda prefirieron seguir las sugerencias del comité.

En cualquier caso, durante los 12 días que duró la evacuación, los habitantes depositaron una alta credibilidad en los vulcanólogos y el personal de protección civil.

Pero tal confianza se pondría a prueba, ya que la actividad volcánica provocaría distintos ejercicios de pronóstico y evacuaciones preventivas.

Dos meses después de la evacuación ocurrió una explosión que se escuchó en la capital de Colima, a 32 kilómetros del cráter. Al reunirse con las autoridades y evaluar las condiciones geofísicas, el comité científico determinó la posibilidad de una explosión cuyos proyectiles alcanzarían a La Yerbabuena.

Bajo ese escenario ¿sería pertinente dar la alerta? ¡Seguro que sí! ¿Quién desconfiaría tras el éxito de la anterior predicción? Fue así como la segunda evacuación ocurrió del 14 de febrero al 2 de marzo de 1999.

No obstante, durante ese periodo ninguna de las manifestaciones eruptivas fue más violenta que la inicial y tampoco ocurrió el escenario más extremo previsto.

¿Será que el lobo merodeaba, pero no atacó? ¿Acaso la amenaza era real, pero el riesgo bajo? ¿Sería atinado, como algunos hicieron, declarar al ejercicio una “falsa alerta”?

Rayuela precautoria

¿Alertar o no? En Rayuela, Julio Cortázar ofreció a sus lectores la posibilidad de alternar la secuencia capitular de su novela. Algo similar haremos ahora, de manera que podrás saltar párrafos en función de lo que determines al evaluar si, como el pastorcillo, alertarías o no a la población.

Meses después de la segunda evacuación de La Yerbabuena ocurrió otra fuerte explosión en el volcán. ¿Lanzarías una nueva alerta? Si tu respuesta es afirmativa, pasa al párrafo A; si es negativa, pasa al B.

A. Detrás de tu elección hay rasgos próximos al Principio de Precaución, el cual puede enunciarse así: “Al identificarse los efectos potencialmente peligrosos de una erupción, es pertinente evacuar aunque la evaluación científica no determine con certeza suficiente la ocurrencia ni la magnitud de la misma”. Continúa la lectura en el párrafo C.

B. La psicología advierte que, en la toma de decisiones, operan sesgos cognitivos. De manera que, cuando se involucran emociones fuertes, solemos concentrarnos en los resultados negativos sin reparar en la probabilidad de su ocurrencia. Por tanto, la implementación de evacuaciones tendría que sustentarse en qué tan alta es la probabilidad de que afecte a la población. Continúa la lectura en el párrafo C.

C. El comité científico sugirió efectuar la evacuación. No obstante, luego de más de 30 días en los que tampoco ocurrieron erupciones mayores, algunas familias abandonaron los albergues. Pese a que el volcán era peligroso, extender aún más el período de evacuación era perjudicial para otras esferas de su vida.

¿Consideras a éste último ejercicio preventivo como una falsa alarma?

Si piensas que sí, vuelve al párrafo A y conoce un planteamiento que sostiene que, aunque no sucedan los peores escenarios previstos, “más vale prevenir que lamentar”. Después de ello pasa a la Moraleja.

Si consideras lo contrario, regresa al párrafo B y échale un vistazo a una postura que argumenta que las medidas de precaución deben basarse en un examen exhaustivo de las probabilidades y no en reacciones desmesuradas fundamentadas en el miedo. Después de ello salta a la Moraleja.

Moraleja

En el campo de la gestión del riesgo, la del pastor mentiroso, más que fábula, es anécdota. Y como no hay fábula sin moraleja: Cada oveja con su pareja / pues en los riesgos ayuda / hasta el filósofo que aconseja.

La rayuela precautoria esbozó un ejemplo de análisis argumentativo, tarea filosófica por excelencia, que permite revelar los principios éticos o epistémicos que operan detrás de las estrategias de protección civil empleadas en situaciones como las del Volcán de Fuego de Colima.

¿Falsas alertas o acciones prudentes? La opinión que tengamos sobre dichas evacuaciones refleja los principios que guían nuestra concepción sobre la gestión del riesgo.

Tómense estas líneas como invitación para incorporar otras herramientas filosóficas en las faenas de protección civil. Pues la complejidad que enfrentan científicos, autoridades y pobladores ante el desafío de la gestión del riesgo de desastres exige la incorporación de disciplinas humanísticas.


Pd: La vulnerabilidad es un concepto vital para comprender al riesgo. No obstante, lo omití para simplificar la rayuela precautoria y sólo analizar los componentes asociados a la amenaza y al riesgo.

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Marco Miramontes

Instituto de Geografía, UNAM | miramontes@geografia.unam.mx
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