Ver con “anteojos nuevos”

Los debates en el campo científico han transformado la comprensión del riesgo y la compleja interrelación de causas que derivan en desastres: ya no podemos “echarle la culpa a la naturaleza” ni trasladar la culpa a la “sociedad ignorante”.

| Comentario de Naxhelli Ruiz Rivera

Las diferentes ciencias de la Tierra e ingenierías han tenido un gran avance respecto a la comprensión de muchos de los fenómenos climáticos y geológicos que influyen en nuestra vida cotidiana. Gracias a este conocimiento contamos con herramientas útiles como el Sistema de Alerta Sísmica Mexicano, o el monitoreo de los huracanes, que nos permite conocer de antemano su intensidad y trayectoria probables.

Por otro lado, la investigación en ciencias sociales también nos ha ayudado a conocer muchas de nuestras vulnerabilidades. Podemos saber, por ejemplo, dónde están las personas con más carencias, las que tienen mayor déficit educativo o aquellas que habitan las viviendas más frágiles.

A partir de lo anterior, surgen interrogantes clave: ¿Por qué todo ese conocimiento no se toma en cuenta, necesariamente, en las actividades que realizamos y en la forma en que vivimos? ¿Qué se pierde en el camino entre lo que se descubre en las universidades y laboratorios y la forma en que habitamos nuestras ciudades y territorios? Estas preguntas nos importan porque nos ayudan a que los conocimientos científicos sean usados para mejorar nuestras ciudades y ecosistemas, y para adoptar las tecnologías que nos ayuden a construir mejor y mitigar aspectos peligrosos.

Sin embargo, abordar el tema del riesgo de desastre es complejo, sobre todo porque, a pesar de que los expertos saben cada vez más cosas, el número de eventos se mantiene –a veces, incluso aumenta–, lo mismo que sus impactos negativos sobre las personas, especialmente las más desfavorecidas. Los desastres y las pérdidas asociadas a éstos no se han reducido en los últimos años, ni en México ni en el mundo. Entonces ¿por qué, a pesar de saber muchas cosas, pasa esto? Exploremos cómo lo que ocurre en el desarrollo de las ciencias influye en la comprensión del riesgo y en la vinculación entre el campo científico y otros ámbitos de la sociedad.

Controversia y conocimiento

El riesgo y sus componentes ha sido un ámbito de debate acalorado entre muchos especialistas. Aclaremos que el hecho de que los científicos tengan perspectivas encontradas sobre un objeto de estudio no es algo extraño ni negativo; por el contrario, la diferencia es algo propio de las actividades científicas. Las visiones polémicas sobre un tema generan debates a los que se les suele llamar controversias. Las ciencias están llenas de ellas. Y, justamente, el riesgo de desastres es uno de esos temas en los que se han suscitado numerosas controversias, pues existen muchas diferencias de enfoque, terminología y método para estudiarlos; y los ingenieros, sociólogos, geofísicos o geógrafos que estudian riesgos siempre han tenido desacuerdos, contradicciones o discrepancias.

Un buen ejemplo de controversias está en la tensión entre la idea del fenómeno perturbador como la principal fuerza motriz de emergencias y desastres, y la perspectiva que plantea que los desastres se deben a la acción combinada de varias causas: el fenómeno natural intenso, la deficiente gestión del territorio y las condiciones de desventaja de personas y comunidades.

El término fenómeno perturbador se deriva del marco conceptual utilizado para diseñar el Sistema Nacional de Protección Civil (Sinaproc) a finales de los años ochenta.[1] Este enfoque fue adoptado en las normas que regulan la protección civil de México (las bases del Sinaproc, publicadas en mayo de 1986), y, de ahí, pasaron a la primera Ley General de Protección Civil del año 2000.

Una gran parte del sector científico mexicano, especialmente del área de ciencias de la Tierra, adoptó por muchos años el concepto fenómeno perturbador para referirse a las manifestaciones de la Tierra y la atmósfera que tienen suficiente intensidad como para producir daños. El término fue utilizado, tanto por los legisladores como por los científicos, para expresar lo que llamamos la “visión naturalista” del riesgo: pensar que su causa principal deriva de un fenómeno anormal, impredecible y muy intenso, que altera la normalidad de nuestra vida.

Sin embargo, en los últimos 30 años se incrementó mucho nuestro conocimiento sobre el papel de la vulnerabilidad social (los aspectos de desventaja que hacen que ciertas personas, hogares o comunidades sean más susceptibles al daño que otras) y, también, sobre la vulnerabilidad física: todos los cambios que nuestras actividades y asentamientos generan en el territorio, que cambian o aumentan los efectos de un fenómeno natural.

En este último aspecto, por ejemplo, entendemos cada vez mejor lo perjudicial que es para nuestras ciudades la deforestación, la extracción indiscriminada del agua subterránea o la falta de infiltración natural. Tales condiciones incrementan de manera significativa los impactos negativos de un fenómeno natural, por lo cual el término fenómenos perturbadores quedaba bastante limitado.

Al notar esto, muchos especialistas empezaron a debatir sobre las limitaciones conceptuales de esta noción; en consecuencia, empezaron a adoptar y discutir la aplicabilidad de otros, como “peligro”, “amenaza” o “vulnerabilidad física”, para desglosar y afinar sus estudios sobre los componentes del riesgo. En otras palabras, la controversia científica nos ayudó a dejar de “echarle la culpa” a la naturaleza.

De esta manera, la mayoría de los estudios científicos están cada vez más alejados de la idea del fenómeno perturbador y, cada vez más, se refieren a los riesgos y a los desastres con otros términos. Este lenguaje conceptual revisado ha sido como ponernos un par de anteojos nuevos: nos ayuda a ver ese efecto combinado de aspectos sociales y ambientales, y a pensar otras soluciones y maneras de intervención.

Nuevo papel de los expertos

La controversia sobre el fenómeno perturbador tiene una controversia hermana, que podemos resumir en la siguiente pregunta: ¿cuál debería ser el papel del conocimiento experto en la reducción del riesgo de desastres? Cuando la comunidad científica formulaba el problema del riesgo en términos del fenómeno perturbador, consecuentemente, las conclusiones de los estudios proponían que la solución para reducir el riesgo era que los expertos capacitaran a las comunidades vulnerables con información especializada sobre esos fenómenos perturbadores; el propósito: que las personas entendieran los posibles impactos a los que se exponen. Esta perspectiva, a la cual se le llama el modelo de déficit, supone que las personas se exponen a esos fenómenos debido a su ignorancia o a la falta de información que los condujo a actuar de manera racional.

Afortunadamente, los nuevos debates y diálogos interdisciplinarios han contribuido a mostrar la ineficacia y condescendencia de esa postura, y han cuestionado lo poco que ha aportado a soluciones a largo plazo en cuanto a la gestión integral del riesgo de desastres. Actualmente, se generan nuevas maneras de pensar cuál es el papel de las comunidades de expertos que analizan los peligros, las amenazas, las vulnerabilidades físicas, las vulnerabilidades sociales y las estrategias para la resiliencia, así como y lo importante que resulta que estas ciencias adopten perspectivas más sensibles a las injusticias y a las desigualdades sociales.

Por ello, con la ayuda de la filosofía y la sociología de la ciencia, se ha puesto más énfasis en romper la dicotomía experto vs. lego; se valora, cada vez más, la importancia de que los científicos comprendan las condiciones históricas y sociales que causan el riesgo de desastres, y adecuen las maneras de producir y comunicar sus conocimientos a las circunstancias y necesidades de las comunidades vulnerables.

“Ciencia ciudadana”

El riesgo de desastres es el tema perfecto para poner en práctica esa democratización del conocimiento, porque es un tema que afecta a todas las personas, pero es especialmente perjudicial contra quienes, por sus circunstancias de vida, están más alejados o excluidos de los saberes expertos. Por eso, las controversias que combaten los términos del modelo de déficit están generando nuevos paradigmas sobre el riesgo.

La idea central es que cualquier persona, sin ser necesariamente especialista, debería beneficiarse del conocimiento de su territorio, incluyendo el que se genera en el campo científico; el acceso y la apropiación del saber brinda a las personas las herramientas para reducir su exposición, generar acciones de autoprotección o para incidir políticamente en su comunidad mediante buenas prácticas de gestión –por ejemplo, en el ordenamiento del territorio.

La ciencia ciudadana, la cartografía participativa de riesgos o la comunicación pública de la ciencia desde una perspectiva de justicia epistémica, son los temas que han integrado y enriquecido los debates de esta controversia. Y nos dan pistas para saber hacia dónde irán, en el futuro próximo, las nuevas maneras de plantear el riesgo de desastres y lo que las diferentes disciplinas pueden hacer para contribuir a reducirlo.


NOTAS

[1] Ovsei Gelman Muravchik (1196). Desastres y protección civil. Fundamentos de investigación interdisciplinaria, México, UNAM/DGPA/Instituto de Ingeniería, p. 52.

icono-13junio

Naxhelli Ruiz Rivera

Instituto de Geografía, Seminario Universitario de Riesgos Socio Ambientales, UNAM | nruiz@geografia.unam.mx
Search

Descarga el número completo en versión PDF. Puedes leerlo en tus dispositivos o imprimirlo bajo demanda.
¡Forma tu colección!

SÍGUENOS