¿Cuánto es mucho (o poco) riesgo?

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El consenso global es muy claro: los desastres que padecen las comunidades humanas no son “naturales” sino producto de las condiciones sociales, los sistemas productivos y las malas decisiones políticas. El nuevo desafío consiste en afinar la capacidad colectiva para percibir y prevenir los riesgos derivados.

| Reportaje de Naixieli Castillo


Accidentes en la trayectoria de los astros, consecuencias de la conducta de los dioses o, más categóricamente, producto de la furia de Dios frente al actuar de los hombres, son algunas explicaciones que distintas culturas han dado a los fenómenos naturales experimentados a lo largo de la historia.

A partir de sus conocimientos y percepciones, las civilizaciones encontraron la forma de explicar lo que vivieron o padecieron. Los mexicas, por ejemplo, creían que el Sol y los cuerpos celestes caminaban bajo la tierra; para ellos, un temblor era un tropiezo terrestre: la Tierra tropezaba con el Sol al esconderse por el horizonte.[1]

Para los antiguos griegos, la acción de los dioses era la causa de los fenómenos naturales. Explicaban el origen de los terremotos a partir de un capricho de Poseidón, dios del mar, quien golpeaba con su tridente el lecho marino; mientras que el rayo era producto de la ira de Zeus.

Pensadores como Tales de Mileto plantearon, alrededor del año 585 a. n. e., que la tierra, considerada plana, flotaba sobre un océano, y que las perturbaciones en dicho océano ocasionaban que ésta temblara. De esta manera, Tales explicó los fenómenos de la naturaleza mediante las cosas que ocurrían en la misma naturaleza. Por este tipo de razonamiento algunos consideran a Tales como el primer científico.[2]

Sin embargo, transcurrirían milenios para que esa perspectiva ocupara un lugar central en el pensamiento humano. Hacia el año 384 de n. e, san Filastrio, obispo de Brescia, definía como “una herejía pretender que los terremotos son causados por los elementos de la naturaleza, y no por el veredicto y la justa indignación de Dios”.[3]

Desde luego, no podría asegurarse que la visión teológica o místico-religiosa haya sido desplazada por la científico-experimental en pleno siglo xxi. Aunque, sin la menor duda, el nuevo consenso apunta en esa dirección. La comunidad global parece empeñada en encarar con realismo los signos de la fatalidad y diferenciar la imprevisible condición de los fenómenos naturales de la construcción social de las catástrofes derivadas.

Causas sociales, efectos desastrosos

En la actualidad, se considera que los desastres no son “naturales” sino producto de la intervención de las sociedades, de la mala o nula planeación económica y territorial y, naturalmente, de pésimas o cuestionables decisiones políticas.

Por lo tanto, podemos decir que los desastres son socialmente construidos. “En el mundo hay una tendencia a recurrir al término ‘desastres naturales’ por el enfoque naturalista; hay un debate científico. Pero, en términos de uso cotidiano, esto permite evadir responsabilidades. No es correcto pensar que los desastres son inevitables; primero, porque hay causalidad e implicaciones sociales”, asegura el doctor Daniel Rodríguez Velázquez, profesor de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Rodríguez Velázquez explica que, con mucha frecuencia, se alteran espacios naturales que no tienen potencial para la ocupación de viviendas, como son las laderas de las montañas o las áreas inundables cercanas a los ríos. “Alterar el medio ambiente genera condiciones de exposición que previamente podrían no haber existido”, puntualiza.

“Obviamente, el ser humano no puede contener las manifestaciones naturales. No hay manera de construir barreras tecnológicas para tratar de contener a la naturaleza”, afirma el doctor Amiel Nieto Torres, investigador de la Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra (ENCIT) de la UNAM. “Estas manifestaciones intensas de los fenómenos son las que, generalmente, producen desastres”.

Culpamos a los fenómenos de los daños y las pérdidas. “En las noticias escuchamos que el huracán Rosalin ‘mató’ a tres personas. No, el huracán no las mata: las mata la falta de políticas de prevención, la falta de políticas encaminadas a hacer menos vulnerable a la población”, expone el doctor Víctor Magaña Rueda, investigador del Instituto de Geografía (IG) de la UNAM.

México, país vulnerable

En México, los desastres registrados durante 2021 ocasionaron daños y pérdidas por 15 333 millones de pesos, según el Centro Nacional de Desastres (Cenapred). En su reporte sobre el Impacto socioeconómico de los desastres en México contabilizó 614 eventos, entre los que destacan, por su impacto devastador, los huracanes Grace y Nora.[4]

Los fenómenos de origen hidrometeorológico reportan la mayor cantidad de daños y pérdidas: 90% del total de afectaciones lo generó ese tipo de desastres, además de ser la segunda causa de muerte, con 118 defunciones, mientras que los “fenómenos socioorganizativos” provocaron la muerte de 372 personas.

Las afectaciones provocadas por los fenómenos de origen hidrometeorológico se registraron, mayormente, en viviendas; los de origen geológico, en escuelas y unidades de salud, en tanto que los hidrometeorológicos y químicos generaron más “daños y pérdidas”.

Las entidades más afectadas por fenómenos hidrometeorológicos fueron Hidalgo, Nayarit, Sinaloa y Veracruz.

Los trazos de México como país vulnerable se complementan con la terrible experiencia de los sismos y la recurrencia azarosa del 19 de septiembre: 1985, 2017 y 2022.

El terremoto del 19 de septiembre de 1985 cambió la historia de la Ciudad de México y del país. El movimiento, con magnitud de momento (Mw) de 8.1, no sólo ocasionó miles de muertos y la pérdida de millones de pesos en daños materiales, también incentivó cambios en los reglamentos de construcción e introdujo la cultura de la protección civil.

El caos ocasionado fue tal, que transcurridas casi cuatro décadas no hay una cifra clara de los decesos registrados: según datos oficiales, habrían sido 3 692; fuentes periodísticas hablan de 10 000, la Cruz Roja eleva el número a 15 000 y el Servicio Sismológico Nacional a 40 000.[5]

Tras el sismo de 1985, el gobierno mexicano creó el Sistema Nacional de Protección Civil (Sinaproc), una instancia encargada de manejar emergencias, lo que deriva de un carácter marcadamente reactivo, según el análisis crítico de investigadores universitarios:

[…] se asocia con una visión de condicionamiento externo de una sociedad indefensa ante el probable impacto de los fenómenos naturales, sin considerar elementos claves como la vulnerabilidad y la exposición”.[6] En dicho estudio se define que los desastres socialmente construidos “reflejan la materialización del riesgo, el cual resulta del impacto potencial de diversas amenazas en una sociedad vulnerable y expuesta a las mismas”.[7]

Para el doctor Víctor Magaña Rueda, la política en la materia ha estado enfocada, totalmente, “a responder al desastre y no a prevenirlo”:

Cuando se ven los costos de los desastres en México uno se pregunta: ¿cómo es posible que estemos pagando tanto dinero en recuperarnos una y otra y otra vez y no enfoquemos las baterías a prevenirlo? Los economistas calculan que, por cada peso que invirtiéramos en prevención, nos estaríamos ahorrando, al menos, 10 pesos en la recuperación del desastre. Estamos pagando demasiado por el desastre. Esa misma falta de capacidad en las instituciones ha llevado a que aceptemos, como una regla, estar pagando costos elevadísimos por estos eventos.

Nuevo paradigma: reducción de riesgos

Ania González, profesora del Centro de Medicina y Complejidad de Cuba, menciona que fue en las décadas de 1950 y 1960 cuando se consideró el enfoque social de los desastres, y que en los ochenta inició el análisis de los problemas sociales que derivan en desastre. Señala:

“El estudio de los desastres comenzó a tratarse como un problema científico desde las geociencias y las ingenierías, más tarde pasó a ser tema de debate en las ciencias sociales debido a que las consecuencias de fenómenos naturales y los provocados por el hombre afectan de modo negativo a la sociedad”.[8]

El crecimiento de los países y de las sociedades ha ocasionado que los desastres afecten a un mayor número de personas, por lo cual gobiernos y organismos internacionales reconocen la importancia de trabajar en la reducción de riesgos de desastres.[9]

Entre 1970 y 1986 se tomaron diversas acciones de asistencia en casos de desastres por fenómenos naturales, entre las que destacan la creación de la Oficina del Coordinador de las Naciones Unidas para el Socorro en Casos de Desastre.

De 1990 a 1999 se decretó el Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales. Entre sus objetivos establecía que la comunidad internacional, con los auspicios de la Organización de las Naciones Unidas (onu), prestara especial atención al fomento de la cooperación internacional en el ámbito de la reducción de los desastres naturales.

Una década más tarde, la Conferencia Mundial sobre la Reducción de los Desastres, celebrada en Japón en enero de 2005, planteó en el Marco de Acción de Hyogo (mah) un enfoque estratégico y sistemático de reducción de la vulnerabilidad, las amenazas/peligros y los riesgos que conllevan.[10]

En marzo de 2015, el Marco de Sendai para la reducción del riesgo de desastres se adoptó como sucesor del mah para dirigir los esfuerzos a nivel local, nacional, regional e internacional entre 2015 y 2030. Esta iniciativa está estructurada de manera similar al MAH, y proporciona orientación a las instituciones locales y nacionales, así como a las instancias interesadas, sobre las prioridades clave para la acción.[11].

En este documento se establece, por ejemplo, que la función principal de reducir el riesgo de desastres recae en los Estados, pero dicha responsabilidad debe compartirse con otros actores, como los gobiernos locales, el sector privado y los diversos grupos interesados.[12]

En el caso de México, la Ley General de Protección Civil (2012) tuvo como propósito regular la materia en el marco de la llamada “gestión integral de riesgo”. No obstante, según expertos e investigadores, “se quedó corta”. De acuerdo con el doctor Daniel Rodríguez Velázquez, integrante del comité técnico asesor del Seminario Universitario de Riesgos Socio Ambientales (SURSA-UNAM):

En la propia ley se enfatiza, sobre todo, lo que es auxilio, respuesta, rescate y atención a damnificados. Incluso, se plantea como función básica ‒lo cual está debate‒ que el factor más importante de protección civil, cuando ocurre el desastre, es el auxilio; y que, para esto, se requieren medidas de seguridad, por lo que son las fuerzas armadas las que deben estar presentes.

Percepción de riesgo

A nivel global se realiza una gran cantidad de investigación en torno a cómo se construye la percepción de riesgo, según diferentes contextos sociales y culturales, con la intención de reducir la vulnerabilidad de determinados grupos sociales expuestos, involuntariamente, a amenazas.

En la UNAM existen varias instancias dedicadas a ello. Una de ellas es la Facultad de Psicología. El doctor Octavio Salvador Ginez, profesor-investigador de esta facultad, comenta sobre su trabajo:

Tratamos de generar modelos estadísticos, a través de investigación empírica, que nos permitan identificar cuáles son las variables que están influyendo en la construcción del propio riesgo. A partir de lo que encontramos podemos generar programas de intervención para ayudar a que las personas adopten medidas de protección frente a cualquier fenómeno perturbador que pueda llegar a ser potencialmente catastrófico.

¿Qué es la percepción de riesgo? Es un proceso sociocognitivo a través del cual las personas realizan evaluaciones subjetivas sobre una amenaza natural, social, incluso biológica, a la que están expuestas. “La percepción del riesgo está asociada a lo que creemos, a nuestras actitudes, a las construcciones sociales, a cómo nos relacionamos con el grupo de referencia. También hay procesos de información asociados a esta percepción de riesgo; por ejemplo, con quién nos informamos de los peligros, qué mensajes nos dan y qué se nos está comunicando”, explica Salvador Ginez.

Los especialistas señalan la diferencia entre riesgo real y riesgo percibido. El primero es un “inminente daño físico” a una persona o una sociedad por un peligro natural, biológico o tecnológico; está en función de la exposición de las personas a la amenaza y es probable que ocurra si no se toman las medidas de prevención necesarias.

En contraste, el riesgo percibido es una construcción sociocultural; es decir, la imagen colectiva “que hacemos de una amenaza o un fenómeno a partir de nuestras propias experiencias o de las experiencias con los otros, de cómo interactuamos con nuestro grupo de referencia y con el contexto en el que se desarrolla una amenaza”, explica el investigador universitario.

En los últimos años, el doctor Salvador Ginez ha realizado su trabajo de investigación en asentamientos irregulares ubicados en las barrancas.

En esos asentamientos irregulares la vulnerabilidad ambiental es muy alta porque la probabilidad de que el cerro o el monte se desprenda y ocurra un deslizamiento es muy alta; la calidad de la vivienda es mala, por lo que la probabilidad de que ocurra un desastre es mayor.

Uno de los propósitos de este tipo de estudios es medir la percepción del riesgo. “Identificamos las variables que están influyendo en una menor o mayor percepción. A partir de eso, se generan programas de intervención en los cuales decimos a los residentes: ‘Vives en una zona de riesgo porque puede pasar esto’, y les mostramos mapas con información científica”, detalla el investigador.

Posteriormente, se elabora un programa de comunicación de riesgo enfocado en la prevención y mitigación de los mismos. “Lo ideal es que no vivan ahí, pero eso es muy costoso. Entonces, trazamos rutas de evacuación, identificamos los puntos más seguros, los sitios en los cuales las familias puedan reunirse en caso de que ocurra un desastre”.

La desigualdad incrementa los riesgos

“El problema es que México es un territorio muy grande, expuesto a muchos tipos de fenómenos en las diferentes partes del país”, asegura el doctor Nieto Torres, investigador de la ENCIT.

La diversidad se traduce en desigualdad. Por ejemplo, mientras que la Ciudad de México está preparada para los sismos, hay otras regiones expuestas a erupciones volcánicas, tsunamis y huracanes, entre otros fenómenos. Esto significa que el trabajo científico también está centralizado: “La mayoría de las investigaciones sobre sismos están centradas en la Ciudad de México, olvidando otras ciudades y estados”, afirma Nieto Torres.

En esa perspectiva, el doctor Daniel Rodríguez Velázquez identifica dos tipos de desigualdad que intervienen en los desastres: la socioeconómica y la que deriva de los impactos del mismo desastre.

La socioeconómica es producto de la lógica capitalista: “Espacios de vivienda precarizados; la gente vive donde puede, no hay planeación ni reservas territoriales para que se garantice suelo urbanizable en condiciones seguras”.

La desigualdad que deriva de los impactos afecta, especialmente, a las clases medias porque, al no encontrarse en situación de pobreza, no califican para recibir apoyo económico por parte del gobierno. Por ejemplo, en el terremoto de 1985, las personas que tenían algún departamento en la Colonia Roma quedaron desprotegidas. Lo mismo ocurrió en 2017: “sectores de clase media en Narvarte, en Miramontes o Calzada del Hueso eran jubilados, no había manera de que accedieran a créditos. El esfuerzo de toda su vida (comprar casa o departamento) se fue al traste”, explica el investigador universitario.

La tecnología como aliada

La tecnología juega un papel fundamental en la gestión de riesgos. Un ejemplo de ello es el Atlas Nacional de Riesgos.

En el portal del Cenapred se define de esta manera la utilidad de la herramienta:

La ocurrencia de fenómenos de origen natural que afectan el país, hace necesario el monitoreo permanente de sismos, ciclones tropicales, y de los volcanes de Colima y Popocatépetl. A partir de información publicada por el Centro Nacional de Prevención de Desastres, el Servicio Sismológico Nacional, el Laboratorio de Observación de la Tierra (Lanot) y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), se integra en el Atlas Nacional de Riesgos un sistema que permite su visualización dinámica en un tablero único.[13]

Sin embargo, el Atlas Nacional de Riesgos presenta algunas dificultades. El doctor Víctor Magaña Rueda advierte que “algunas personas creen que el Atlas de riesgos es para identificar dónde podrían ocurrir los desastres; si bien es cierto que donde el Atlas señala mayor riesgo la probabilidad del desastre aumenta, la utilidad real del Atlas debería ser la planeación. Pero no lo hemos utilizado de esa manera”.

El investigador agrega que estos mapas “se han convertido, simplemente, en requisitos burocráticos; a veces, difíciles de cumplir, costosos; a los que se les da poca utilidad en el país porque, además, equivocadamente, se piensa que un Atlas de riesgo es como un libro con información estática y no como un sistema dinámico que nos muestra que el riesgo está cambiando todo el tiempo”.

Desde la academia se impulsa una nueva idea de qué es y para qué deber servir un nuevo Atlas de riesgo. “Es una herramienta técnica y, por lo tanto, la gente que lo elabore debe estar bien preparada y actualizada”, asegura Magaña Rueda. Y añade: “Los que manejen Atlas y sistemas de protección deben tener la capacidad de manejar probabilidades; el riesgo se maneja en términos de probabilidades y a la gente le cuesta mucho trabajo saber cuánto es mucho riesgo”. De ahí la importancia de multiplicar las investigaciones que expliquen cómo entienden el riesgo los ciudadanos.

Por su parte, el doctor Rodríguez Velázquez considera que el Atlas de riesgo “está diseñado como Atlas de amenazas”:

Prioriza información de sismicidad, de áreas inundables, precipitaciones pluviales; identifica amenaza como sinónimo de riesgo. El diseño tecnológico implica alimentar las bases de datos con otro tipo de información, por ejemplo: ¿dónde tenemos información sobre el estado de los edificios? Si pensamos en factores de amenaza, pero no tenemos datos de los inmuebles, ¿cómo se puede saber cuántos inmuebles se pueden derrumbar?”.

Los sistemas de alerta temprana

Amiel Nieto Torres, cuya tesis de doctorado relativa a los “efectos que podría tener una probable erupción al sur de la Ciudad de México” le valió el Premio a la Excelencia Lomnitz-Castaños 2021 que otorga la Fundación unam, considera que los “avances deberían estar enfocados a los sistemas de alerta temprana”.

Incrementar la precisión de los sistemas de monitoreo podría ser de mucha utilidad: “Los parámetros que dan los instrumentos nos permiten identificar cuando un fenómeno está más allá del comportamiento normal y establecer un criterio para decir: ‘Mira, este proceso ya aumentó, ya está fuera de un nivel normal y se debe actuar con una alerta”, asegura Nieto Torres.

Las alertas tempranas funcionarán si tenemos claro para qué sirven, explica el doctor Daniel Rodríguez Velázquez, integrante del Comité Académico del diplomado “Desastres y cambio climático con enfoque en política pública” que imparte el Instituto Mora. Ejemplifica con los simulacros de alerta sísmica en los que participan millones de personas. Considera que es erróneo pensar que la alerta es el factor central y no lo que tiene que ver con organización y preparación. “Si vamos a evacuar un edificio ¿tenemos planos estructurales, conocemos la cimentación, los muros de carga, cuánta población se mueve ahí, sus edades y sus características?”.

Pese a que algunos sistemas de alerta funcionan muy bien, como la alerta de lluvias en la Ciudad de México, no basta con un correcto funcionamiento. Es necesario “que la gente sepa qué significa”. Si las personas “no comprenden el mensaje”, no sabrán qué hacer, concluye Nieto Torres.

“Gemelos digitales” para monitorear la Tierra

¿Es posible predecir la interacción entre los fenómenos naturales y las actividades humanas? Esto es lo que  promete el proyecto DestinE, iniciativa que se propone unir las capacidades presentes y futuras de las ciencias computacionales y las ciencias de la Tierra para producir modelos altamente precisos; tan precisos que podrían considerarse “gemelos digitales” de nuestro planeta. Estos modelos ayudarían a monitorear y predecir eventos extremos, así como la adaptación al cambio climático.

En un artículo publicado en la revista Nature, investigadores del Centro Europeo de Pronósticos Meteorológicos a Medio Plazo, el Instituto Max Planck de Meteorología y la Facultad de Geociencias de la Universidad de Utrecht, explican que los avances en la computación de alto desempeño hacen posible modelar el “sistema Tierra” con una fidelidad física y espacial nunca antes alcanzada.

Los “gemelos digitales”, como los llaman sus creadores, son sistemas de información que muestran a los usuarios una réplica del estado y evolución temporal del sistema Tierra. Esta simulación se basará en las observaciones disponibles y en las leyes de la física.

Esta nueva clase de modelos se combinará con inversiones hechas en el pasado por la comunidad científica en predicciones y observaciones del sistema Tierra. Los investigadores esperan que se puedan llenar los vacíos que existen hoy en día, especialmente en cuanto a la habilidad humana para mirar al futuro y comprender las evaluaciones que advierten sobre la vulnerabilidad del bienestar de la humanidad ante eventos catastróficos debidos al clima extremo.

Los autores del artículo señalan que los “gemelos digitales” se enfocarán en lograr la mejor convergencia entre el modelado y el inmenso mundo de las observaciones sobre el planeta. El sistema integrará un monitoreo tanto de perturbaciones naturales –una erupción volcánica, por ejemplo– como humanas, como el cambio en el uso de suelo o el manejo del agua.

Estos sistemas representarán un verdadero cambio en la calidad de la información porque están diseñados para alimentarse de información de todos los instrumentos posibles. Por ejemplo, satélites miniatura, drones desplegados en el ártico, boyas y sondas bajo el agua, arreglos de sensores inteligentes en los campos de cultivo e, incluso, información de los teléfonos celulares en el contexto del “internet de las cosas”. El sistema promete ser altamente realista y aprender para dotarse de la capacidad de hacer predicciones mucho más confiables que las que se tienen actualmente.

Algunos ejemplos de lo que podrán ayudar a conseguir estas herramientas tecnológicas son ayudar a las compañías de seguros a estimar sus riesgos frente a tormentas extremas en diferentes escenarios climáticos, apoyar a silvicultores para evaluar diferentes estrategias de manejo, permitir la evaluación de medidas de adaptación frente a eventos climáticos extremos o identificar las perturbaciones humanas que serían más propensas a llevar a cambios catastróficos en una determinada región.

Conseguir estos ambiciosos modelos digitales de la Tierra requerirá destinar una enorme inversión de recursos a la infraestructura de software “multicapa”. Esto, debido a que la infraestructura debe lograr tasas de rendimiento informático muy altas de sus modelos físicos y ser capaz de procesar miles de millones de observaciones por día.

El proyecto será implementado conjuntamente, durante los próximos diez años, por tres entidades: la Agencia Espacial Europea, el Centro Europeo de Pronósticos Meteorológicos a Medio Plazo y la Organización Europea para la Explotación de Satélites Meteorológicos.

DestinE fue lanzado oficialmente en marzo de 2022 y se espera contar en 2024 con la plataforma central de servicio, el “lago de datos” y los primeros dos “gemelos digitales” de la Tierra: uno sobre eventos naturales extremos y el otro sobre adaptación al cambio climático. El objetivo es contar en el año 2030 con una réplica digital completa de la Tierra.[14]

Gestión integral del riesgo

Desde la academia mexicana han surgido distintas propuestas de investigadores especializados en temas de vulnerabilidad social, reducción del riesgo de desastre y Atlas de riesgos.

La primera propuesta consiste en transformar el Sistema Nacional de Protección Civil en “una estructura funcional desde la perspectiva de la Gestión Integral del Riesgo de Desastre”. El objetivo sería que, a partir de su instrumentación, “dé respuesta a la historia de los desastres en México y atienda de manera particular las condiciones de vulnerabilidad de la sociedad expuesta a futuros impactos”.[15]

Los investigadores proponen trabajar en cinco ejes normativos: eficiencia y equidad, integralidad, transversalidad, corresponsabilidad y rendición de cuentas.

Un ingrediente fundamental es “la evidencia científica generada tanto por las ciencias y disciplinas sociales y naturales, como por la ingeniería y tecnología, para la toma de decisiones y las acciones específicas de intervención práctica”. Esto supone fortalecer y sistematizar “la estructura científico-tecnológica para dicho fin en todas sus vertientes”.

En 2017 se creó el Seminario Universitario de Riesgos Socioambientales, con sede en el Instituto de Geografía de la UNAM, como un espacio para promover “la reflexión y el análisis y la colaboración interdisciplinaria entre los universitarios y diferentes sectores de la sociedad en torno a la reducción de riesgos socioambientales”.

Así se considera el el grupo mismo:

“[…] una red de académicos y entidades universitarias que trabajan desde la parte de peligro, amenaza y todo el conocimiento sobre los fenómenos físicos geodinámicos (desde el punto de vista de las diferentes ciencias de la Tierra), hasta aspectos de percepción, políticas públicas y todo lo relativo a la reducción del riesgo de desastres (conocimiento del riesgo, preparación de respuesta, recuperación y reconstrucción)”.

Este grupo busca promover el diálogo, tener incidencia en la toma de decisiones, así como divulgar mecanismos y estrategias orientadas a la reducción del riesgo de desastres y su gestión integral.[16]

Como parte de su esfuerzo por difundir estudios para la prevención, atención y gestión de riesgos socioambientales crearon también el pódcast “Cuéntame tu riesgo: Ciencia tras bambalinas”.[17]

Educar para comprender

Si bien los funcionarios y los tomadores de decisiones deben estar capacitados en temas de gestión de riesgos, también la sociedad debe informarse y prepararse. Es necesario que la sociedad mexicana comprenda un fenómeno de la manera adecuada.

Sin embargo, se trata de un problema estructural de muchos años al que no se ha prestado atención. En contraste, Amiel Nieto Torres comenta en otros países “desde la primaria se brinda educación sobre Ciencias de la Tierra y fenómenos naturales que potencialmente pueden causar desastres”.

“Estamos lejos de tener, siquiera, una estrategia sobre cómo generar educación en la sociedad”, opina el doctor Víctor Magaña Rueda:

¿De qué sirve que tengamos a los mejores especialistas al frente de instituciones encargadas de reducir o enfrentar el riesgo si la sociedad no tiene idea de qué es lo qué tiene que hacer? Es necesario trabajar con los ciudadanos para que comprendan qué si y qué no se puede hacer en términos de no incrementar el riesgo.

En cuanto a la percepción de riesgo también hay rezagos. El doctor Salvador Ginez explica la situación con un ejemplo relativo al riesgo sísmico:

No lo percibimos como deberíamos. En los huracanes, la percepción es muy alta porque las personas están viendo que viene el huracán: hay vientos y lluvia, son amenazas. En cambio, con los sismos hay incertidumbre, no sabemos cuándo o dónde van a ocurrir; esto hace que la percepción del riesgo sea menor y, por lo tanto, cuando suena la alerta nos toma por sorpresa y no sabemos qué hacer.

Para contribuir a una mejor gestión integral del riesgo hacen falta estudios que permitan conocer qué piensan las personas y cómo perciben los fenómenos en función de la información a la que tienen acceso.

Una vez que se cuente con los resultados y datos de esos estudios, se tendrá una mejor capacidad para generar programas más eficaces para capacitar a la población vulnerable. También será posible proponer a los tomadores de decisiones lo que las personas necesitan hacer –en términos psicológicos y de comportamiento– para minimizar los efectos negativos de un riesgo o un desastre.

Diversos grupos de investigadores han desarrollado y desplegado iniciativas para gestionar de manera más óptima el riesgo de desastre y terminar, así, con la política de responder al desastre y no prevenirlo. Sin embargo, aún falta mucho por hacer y la labor es tan grande que requiere del esfuerzo conjunto, decidido y coordinado de la academia, la sociedad y las instancias de gobierno.


NOTAS

[1] Para más información, consulte María Luisa Santillán (18 de septiembre de 2018). “Especial 19S: Creencias y registro de sismos en el México prehispánico”, en Ciencia UNAM. Disponible en https://bit.ly/3H44cLj (Consultado el 30 de noviembre de 2022).

[2] Al respecto, se puede revisar el texto Michael Fowler (s. f.). La primera ciencia griega: de Tales a Platón. Disponible en https://bit.ly/3VF1cJe (Consultado el 30 de noviembre de 2022).

[3] Cf. Cinna Lomnitz (2005). “Los sismos en el mundo azteca y en la época colonial”, en El faro, la luz de la ciencia, año V, núm. 54, México, UNAM. Disponible en https://bit.ly/3VNwkGu (Consultado el 30 de noviembre de 2022).

[4] Puede ampliar esta información en Centro Nacional de Prevención de Desastres (2022). Impacto socioeconómico de los principales desastres ocurridos en México. Resumen ejecutivo 2021, México, Cenapred. Disponible en https://bit.ly/3Vri86w (Consultado el 30 de noviembre de 2022).

[5] Consulte Milenio Digital (19 de septiembre de 2017). “¿Cuántos muertos causó el terremoto de 1985?”, en Milenio. Disponible en https://bit.ly/3B2sMbH (Consultado el 30 de noviembre de 2022).

[6] Vid. Alcántara Ayala, Irasema et al (2019). “Gestión integral de riesgo de desastres en México: reflexiones, retos y propuestas de transformación de la política pública desde la academia”, en Investigaciones Geográficas, núm. 98, México. Disponible en https://bit.ly/3FkuZ4F (Consultado el 30 de noviembre de 2022).

[7] Ibid.

[8] En este sentido, puede revisarse Ania González Mora (2008). “El fenómeno de los desastres. Perspectiva transdisciplinar con el enfoque de los sistemas complejos”, en Rev Hum Med, vol.8, núm. 1, Cuba. Disponible en https://bit.ly/3ixt7fU (Consultado el 30 de noviembre de 2022)

[9] Para más información, considere el siguiente sitio: Oficina de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (s. f.). Historia. Disponible en https://bit.ly/3EW0uAD (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

[10] Puede consultar el Marco de acción de Hyogo para 2005-2015: Aumento de la resiliencia de las naciones y las comunidades antes los desastres, en el siguiente enlace: https://bit.ly/3XVK5ov (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

[11] Consulte el siguiente sitio para ampliar la información: United Nations (s. f.). La ONU y la gestión del riesgo de desastres. Disponible en https://bit.ly/3H3QTuk (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

[12] Al respecto, consulte Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (s. f.). ¿Qué es el Marco de Sendai para la reducción del riesgo de desastres? Disponible en https://bit.ly/3VNKxmU (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

[13] Mediante la página electrónica del Cenapred se puede accesar al Atlas Nacional de Riesgos: https://bit.ly/3iA9dAY (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

[14] Más información en Bauer, Peter et al. (2021). “A Digital Twin of Earth for the Green Transition”, en Nature Climate Change. 11, 80–83. Disponible en https://bit.ly/3FmTCO6 (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

[15] Cf.  Alcántara, op. cit.

[16] Consulte Seminario Universitario de Riesgos Socioambientales (s. f.). “Nuestra razón de ser”, en Conócenos. Disponble en https://bit.ly/3FosRsK (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

[17] Para escuchar este recurso dé clic en el siguiente enlace: https://bit.ly/3OYOtyV (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

Naixieli Castillo, reportera de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia (DGDC) de la UNAM.

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Naixieli Castillo

Reportera de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia (DGDC), UNAM