Riesgo de desastres: percepción y comunicación

Escucha el contenido

Las personas no responden directamente a los fenómenos que amenazan a una comunidad sino a la percepción individual y colectiva en torno a los riesgos. Estos relatos se forman en función de experiencias, creencias, sentimientos, necesidades, marcos sociales y culturales. De ahí la dificultad de articular respuestas eficaces para reducir la vulnerabilidad de los conglomerados humanos.

| Artículo de Irasema Alcántara-Ayala y Javier Urbina Soria

En su definición básica, los desastres suponen una ruptura brusca del funcionamiento de una comunidad o sociedad como consecuencia de impactos adversos y pérdidas humanas, materiales, económicas y ambientales.

A lo largo de la historia, por su magnitud y origen desconocido, diversas civilizaciones y culturas los concibieron como actos de algún dios, castigos divinos o de la naturaleza. Sería en los últimos siglos, con el desarrollo de la ciencia y el pensamiento secular, cuando se consolidó un nuevo paradigma: la certeza de que los desastres son socialmente construidos.

A partir de esta convicción, resulta de suma importancia entender cuáles son los factores que generan el riesgo y, en consecuencia, producen los desastres. Los objetivos son claros: procurar la reducción del riesgo con el fin de evitar, en lo posible, la ocurrencia de desastres o moderar sus efectos.

Fenómenos peligrosos y exposición social

El número y el impacto económico de los desastres mundiales ocurridos en los primeros veinte años del siglo xxi se elevaron sustancialmente respecto a los registrados durante las dos últimas décadas de la centuria pasada. De acuerdo con la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (undrr, 2020), entre 2000 y 2019 se documentaron más de 7 000 eventos, frente a los más de 4 000 de la década anterior. Entre ambas décadas, la pérdida de vidas se incrementó de 1.19 a 1.23 millones. En los últimos diez años, más de 4 billones de personas fueron afectadas y las pérdidas económicas se estimaron en, aproximadamente, tres trillones de dólares estadounidenses (Figura 1).

Fuente: Elaboración propia. Adaptado de UNDRR, 2020.

Una importante organización internacional dedicada al estudio del riesgo plantea siete formas de referirse al concepto (Society for Risk Analysis, 2018). Por economía, las sintetizamos en una idea central: el riesgo como la condición latente o potencial de que ocurran uno o varios desastres. Dicha circunstancia es resultado de la interacción entre fenómenos peligrosos, o amenazas, y las condiciones de vulnerabilidad y exposición de las comunidades. Cuando el riesgo se materializa, cuando deja de ser una posibilidad y se convierte en realidad, ocurren los desastres.

Las amenazas son procesos, fenómenos o actividades humanas que pueden desencadenar un desastre. Tienen origen diverso: natural, por ejemplo, actividad volcánica y sismicidad; socionatural, como los deslizamientos en zonas con asentamientos humanos o las inundaciones en zonas urbanas; tecnológico, tales como fugas, derrames o explosiones, así como biológico: la pandemia de covid-19 lo ilustra perfectamente.

La exposición ante las amenazas refleja la ubicación de personas, infraestructura, recursos naturales y otros elementos necesarios para el sustento y el bienestar social, en relación con el impacto potencial de las amenazas y sus posibles efectos adversos (UNISDR, 2017).

La vulnerabilidad es el grado de susceptibilidad o predisposición de una persona, una comunidad, los bienes o los sistemas, a sufrir daño o efectos negativos desencadenados por la ocurrencia de amenazas de distinto origen. Este grado de susceptibilidad depende de una serie de factores y procesos físicos, sociales, culturales, políticos, económicos, institucionales y ambientales que se van construyendo a lo largo del tiempo (Blaikie et al., 1996; Oliver-Smith et al., 2016).

Factores desencadenantes

Los desastres son consecuencia del impacto de diversos tipos de amenazas en sociedades vulnerables expuestas. El desastre no es sinónimo de amenaza y la naturaleza no es responsable de crear desastres, los seres humanos construyen el riesgo y los desastres.

Es decir, los desastres ocurren como resultado de la creación del riesgo a partir de procesos derivados de percepciones, opciones, acciones y toma de decisiones frecuentemente vinculadas con el uso de los recursos, las relaciones sociales de poder y los procesos de desarrollo no sostenibles. Esto significa que no aparecen como por arte de magia o de manera instantánea. Las causas de fondo o subyacentes a los desastres se remontan a aspectos históricos de la sociedad y a la manera en la que ésta se ha transformado con el tiempo. Todo ello está fuertemente vinculado con factores inductores del riesgo construidos como resultado de decisiones y prácticas políticas, económicas y territoriales, mismas que ponen de manifiesto la relación entre los seres humanos y el ambiente (Oliver-Smith et al., 2016).

Un ejemplo: el impacto de los desastres desencadenados por los sismos del 19 de septiembre de 1985 y 2017 en la Ciudad de México dependió no sólo de las características de los movimientos telúricos sino, también, de las causas de fondo y de los factores inductores del riesgo derivados de las condiciones de vulnerabilidad y exposición de la población (Alcántara-Ayala, 2019).

Las causas de fondo se remontan a la llegada de los españoles a Tenochtitlan y están ligadas al desequilibrio que causaron entre la sociedad y la naturaleza al desecar los lagos, cambiar la hidrología y construir un espacio habitado con catedrales. En suma, que la actual Ciudad de México fue erigida sobre los depósitos lacustres que amplifican con facilidad las ondas sísmicas.

De manera adicional, para este y muchos otros casos, los factores inductores del riesgo se vinculan con la falta de planeación y ordenamiento territorial ligados al crecimiento desmedido de las ciudades. Desde luego, la capital del país no es la excepción, pues la ciudad y sus habitantes poseen una serie de características de vulnerabilidad y exposición derivadas de ese mal manejo del territorio; a ello se agregan, por si fuera poco, factores como la corrupción y la falta de instrumentación de códigos de construcción.

Este tipo de factores da origen a condiciones críticas o causas inmediatas de los desastres; por ejemplo, los edificios mal construidos. Ciertamente, los sismos no matan a las personas, sino el colapso o daño de los edificios que no se apegan a la reglamentación de construcción dependiendo del sitio en el que se encuentren. Todos estos elementos e interacciones son manifestaciones de la construcción social del riesgo presentes de manera latente en la sociedad.

Se debe entender, entonces, que la ocurrencia de un sismo, o de cualquier otro tipo de amenaza, actúa, simplemente, como “la gota que derrama el vaso”; es decir, como el mecanismo desencadenante del desastre a partir del cual se revelan o concretizan consecuencias devastadoras que reflejan las condiciones de vulnerabilidad y exposición preexistentes en una comunidad. En este caso, en la capital del país.

Covid-19: amenaza desconocida

¿Se han preguntado alguna vez en qué se asemeja la crisis derivada de la pandemia de covid-19 con los desastres desencadenados por sismos, erupciones volcánicas, inundaciones, tsunamis, deslizamientos de tierra y otro tipo de amenazas?

Para responder esta pregunta se debe partir del hecho de que las amenazas biológicas son aquellas de origen orgánico o transmitidas por vectores biológicos, como microorganismos patógenos (virus, bacterias y hongos, entre otros), además de toxinas y sustancias bioactivas (UNISDR, 2017).

El SARS-CoV-2 es un virus de la familia coronavirus que causa la enfermedad covid-19 debido a su capacidad de transmisión de humano a humano. El impacto del covid-19 está vinculado con la susceptibilidad de los individuos, resultado de comorbilidades particulares y, presumiblemente, de algunas condiciones genéticas; pero, al mismo tiempo, de las condiciones de vulnerabilidad y la exposición de la población (Alcántara-Ayala, 2021).

La crisis de la actual pandemia puede considerarse como un desastre global desencadenado por covid-19. Ello implica que no sólo existe la pandemia desde un punto de vista epidemiológico, sino como un desastre de magnitud mayor a los documentados hasta la fecha con un impacto a nivel planetario. Sus consecuencias, en términos de pérdida de vida, personas contagiadas, detrimento de los sistemas de salud y perjuicios económicos, son características de un desastre y resultan de las condiciones de vulnerabilidad y exposición de nuestra sociedad. La única diferencia con los “desastres comunes” es no haber sido desencadenado por alguna amenaza frecuente (como sismo, inundación, deslizamiento de tierra), sino por una amenaza biológica desconocida hasta el momento de su irrupción (Alcántara-Ayala, 2021).

Entre las causas fundamentales del desastre desencadenado por covid-19 cabe señalar la explotación de la vida silvestre, su valor comercial legal y el tráfico ilícito de que ha sido objeto, lo que llevó a la consecuente zoonosis; esto es, a una enfermedad o infección que se transmite de forma natural de los animales vertebrados a los humanos, situación agravada –o facilitada– por las condiciones de una sociedad globalizada.

De forma paralela a la morbilidad de los individuos, existen numerosos factores condicionantes del riesgo. La urbanización y la falta de planeación que se traducen en mayor densidad poblacional y, por ende, hacinamiento; la desigualdad que impide el acceso a los recursos de salud, la pobreza que obliga a las personas con menos recursos a continuar trabajando en condiciones de alta exposición, las situaciones de insalubridad que amplifican los contagios, especialmente por falta de acceso al agua limpia, así como los sistemas de salud deficientes que no fueron capaces de dar una respuesta adecuada a la crisis sanitaria. Los anteriores son algunos de los factores condicionantes del riesgo que tuvieron mayor incidencia en la construcción social de este desastre global (Alcántara-Ayala, 2021).

Los misterios de la percepción

Si se va un poco más allá de la sencilla definición de percepción de riesgo ya referida, cabe destacar que las diversas percepciones del riesgo son las explicaciones que las personas construyen y conciben para tratar de comprender la dinámica de las complejas interacciones que dan origen al riesgo; es decir, a esa condición latente o potencial de que ocurran uno o varios desastres. Estas explicaciones se forman en función de experiencias, creencias, marcos sociales y culturales, sentimientos y necesidades (Figura 2).

Figura 2: No vemos las cosas como son; las vemos como somos.

De acuerdo con diversas investigaciones, la percepción del riesgo está determinada por factores tanto individuales como sociales derivados o asociados con cuatro horizontes (Renn y Rohrmann, 2000): 1) Heurística general, 2) Factores cognoscitivo-afectivos, 3) Entorno sociopolítico, y 4) Trasfondo cultural, como se explica a continuación.

El horizonte heurístico, aquel que tiene relación con la perspectiva de indagación o descubrimiento, hace referencia al procesamiento de la información a partir de perspectivas colectivas e individuales que tienen una influencia primordial en la magnitud de los riesgos que podemos percibir.

Asimismo, los procesos de percepción del riesgo están vinculados, directa e indirectamente, con la dimensión cognoscitiva y afectiva en función de conocimientos, estigmas, creencias y afectaciones emocionales.

La percepción del riesgo también se configura en virtud de los valores sociales y la confianza, los valores personales y el interés, derivados de las estructuras económicas y políticas, las condiciones socioeconómicas, las limitaciones y la influencia de los medios de comunicación.

Finalmente, la esfera cultural involucra aspectos como la identidad personal y el sentido del significado, las visiones del mundo y la naturaleza política, social y económica (Figura 3).

Figura 3. Horizontes de la percepción del riesgo. Fuente: Adaptado de Renn y Rohrmann, 2000.

Las personas no responden directamente a los riesgos a los que están expuestas; más bien responden a las percepciones de esos riesgos (Etkin, 2016). La percepción del riesgo es distinta en cada individuo, y la percepción del riesgo depende de una serie de factores, los cuales se enlistan en la siguiente tabla.

Factores de percepción de riesgo

Confianza vs. Falta de confianzaRelativa a la información, estrategias, acciones y respuestas proporcionadas o emprendidas por actores involucrados en la gestión de riesgos.
Impuesto vs. VoluntarioExposición al riesgo por elección, circunstancias o imposición.
Natural vs. Producido por los seres humanosEquilibrio entre los peores escenarios de riesgo en términos de génesis.
Catastrófico vs. CrónicoDistribución espacial de las consecuencias negativas o adversas de los riesgos: concentrados o dispersos.
El factor terrorPeores escenarios de resultados derivados de riesgos específicos.
Difícil de entenderGrado de dificultad para comprender los riesgos potenciales.
IncertidumbreLa falta de respuestas conduce a un mayor miedo.
Familiar vs. NuevoGrado de miedo en función de la experiencia previa del conocimiento.
ConcienciaDisponibilidad de información y conocimiento y actualizaciones sobre riesgos particulares.
Víctima conocidaConocimiento de hechos y cifras: víctimas específicas.
Generaciones futurasMayor temor por los riesgos a los que están expuestas las generaciones futuras.
¿Me afecta?El miedo es mayor cuando uno mismo está en riesgo.
Riesgo vs. BeneficioLos beneficios eclipsan los riesgos.
Control vs. No controlLa capacidad de regular o influir en las consecuencias de riesgos específicos disminuye el miedo.

La investigación sobre la percepción de riesgos ha llevado a conjuntar una serie de elementos que pueden presentarse al analizar una circunstancia específica (Urbina y Landeros, en prensa):

  • Los riesgos voluntarios son mejor aceptados que los riesgos impuestos.
  • Los riesgos naturales son más aceptados que los que tienen causas humanas.
  • Los riesgos familiares son más aceptados que los riesgos exóticos.
  • Los riesgos que afectan a la población adulta son más aceptados que los que afectan a niños e infantes.
  • Los riesgos sobre los que se cree tener control personal son más aceptados que aquellos que son controlados por otros.
  • Los riesgos que implican un beneficio son más aceptados que aquellos que no lo tienen.
  • Los riesgos que se consideran distribuidos equitativamente son mejor aceptados que aquellos que se perciben como inequitativos.
  • Los riesgos con impacto distribuido a lo largo del tiempo son más aceptados que los riesgos catastróficos.
  • Los riesgos generados por una fuente confiable son más aceptados que los que provienen de una fuente sin confianza.

Adicionalmente, se han encontrado algunos fenómenos y mitos alrededor de la percepción de riesgos (Urbina y Landeros, op. cit.):

  1. La gente rechaza la posibilidad de ocurrencia de un evento amenazante, aun cuando se le muestre evidencia explícita.
  2. Rechaza, asimismo, la posibilidad de que la persona o su familia sean afectados en caso de que pueda ocurrir un desastre.
  3. Rechaza la posibilidad de repetición de un desastre.
  4. Ignora la evidencia que es contraria a sus creencias.
  5. Cree que “algo” lo salvará o protegerá.
  6. Tiende a pensar que los beneficios son mayores que los riesgos.
  7. Si una acción preventiva implica cambios estructurales y la adopción de medidas de seguridad, es rechazada o ignorada.
  8. La gente realmente cree en sus habilidades para responder a desastres y suprime las medidas precautorias.
  9. Uno de los patrones de ajuste más frecuentes consiste en no hacer nada y enfrentar las pérdidas.
  10. Una vez que una persona ha decidido aceptar el riesgo, es muy difícil convencerla para que cambie de opinión.

De la lista anterior, destaca el fenómeno que aparece con el número 2, conocido como Mito de la invulnerabilidad personal. Esto es que, aun reconociendo la presencia de una situación que significa riesgo, la persona considera que de llegar a ocurrir tendrá impacto en sus vecinos, gente de otra colonia o de otra ciudad, pero que ella misma está a salvo. Esta idea, claro, lleva a que la persona no tome precauciones y ello la hace aún más vulnerable; es decir, aumenta su riesgo.

Debe resaltarse, asimismo, que si la percepción de riesgo es un proceso complejo al analizarlo en una persona, lo es mucho más conjugar las percepciones de toda una comunidad. Por ello, es tan frecuente encontrarse con diferentes propuestas para enfrentar ciertas amenazas o peligros, pues mucha de la gente expuesta ni siquiera lo considera un riesgo.

Gestión integral del riesgo

En los últimos años se ha registrado un importante cambio de paradigma, enfocándose en lo que se conoce como Gestión Integral de Riesgos de Desastre (gird). En este contexto, la gestión del riesgo implica no solamente que una instancia administrativa o un grupo comunitario estén conscientes de que un peligro puede materializarse, sino que es de suma importancia que tal condición se comunique a toda la gente expuesta a tal peligro y que sea vulnerable. Aquí, la percepción hace mancuerna con otro componente de gran importancia: la comunicación de riesgos, todo un campo de análisis.

La definición propuesta por la Society for Risk Analysis (2018) dice que la comunicación de riesgos es el hecho de “intercambiar o compartir datos, información y conocimiento entre los diferentes grupos objetivo (como reguladores, partes interesadas, consumidores, medios de comunicación, público en general)”. No es una labor sencilla, pues, como ya se vio, existe una serie de mitos y circunstancias que llevan a que la gente haga caso omiso de los avisos de la autoridad ante una posible situación de peligro.

La comunicación de riesgo se convierte, entonces, en la mejor herramienta para que, partiendo de la percepción original que tengan las personas, se les lleve a que una percepción más adecuada y acepten tomar las medidas preventivas que correspondan.

Dado que los desastres se producen por la combinación de amenazas y las diferentes dimensiones de la vulnerabilidad y exposición, el reconocimiento de la construcción social y cognoscitiva del riesgo resulta ser un requisito para la identificación e instrumentación de estrategias adecuadas para la concientización y preparación ante el riesgo y, por lo tanto, para reducir la vulnerabilidad de las comunidades expuestas a las amenazas.

De manera especial, la percepción del riesgo juega un papel clave no sólo en términos de comportamiento, sino como un elemento básico para mejorar la conciencia y la preparación orientada a la gestión del riesgo de desastres.

En dicho tenor, la identificación de características específicas de los segmentos de la población en el contexto de la percepción del riesgo es útil para adaptar las políticas públicas, las estrategias de mitigación y los esfuerzos integrados de reducción del riesgo de desastres (Landeros-Mugica et al., 2016).

Asimismo, se debe poner énfasis en que el análisis de la percepción del riesgo debería de ser un requisito para la identificación y aplicación de estrategias de comunicación del riesgo debido a que la conciencia, la preparación, el conocimiento, la experiencia y la confianza influyen en el comportamiento, tanto a nivel individual como colectivo, así como en la toma de decisiones (Alcántara-Ayala y Moreno, 2016).


PARA CONTINUAR EXPLORANDO EL TEMA

| Alcántara-Ayala, I. (2019). “Desastres en México: mapas y apuntes sobre una historia inconclusa”, en Investigaciones Geográficas, núm. 100, Instituto de Geografía, UNAM. Disponible en https://bit.ly/3gPM1hW (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

| Alcántara-Ayala, I. (2021). “Covid-19, más allá del virus: una aproximación a la anatomía de un pandesastre sindémico”, en Investigaciones Geográficas, núm. 104, Instituto de Geografía, unam. Disponible en https://bit.ly/3XU9ij5 (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

| Alcántara-Ayala I. y Ana R. Moreno (2016). “Landslide Risk Perception and Communication for Disaster Risk Management in Mountain Areas of Developing Countries: a Mexican Foretaste” en Journal of Mountain Science, 13. Disponible en https://bit.ly/3h2ow53 (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

| Blaikie, P. et al. (1996). At Risk: Natural Hazards, People’s Vulnerability and Disasters, New York, Routledge.

| Etkin, D. (2016). Disaster Theory: An Interdisciplinary Approach to Concepts and Causes, eua, Butterworth-Heinemann, pp. 386.

| Landeros-Mugica, K. et al. (2016). “The Good, the Bad and the Ugly: on the Interactions Among Experience, Exposure and Commitment with Reference to Landslide Risk Perception in México”, en Natural Hazards, 80. Disponible en https://bit.ly/3gYppvA (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

| Oliver-Smith, A. et al. (2016). Forensic Investigations of Disasters (FORIN): a Conceptual Framework and Guide to Research, China, Integrated Research on Disaster Risk. Disponible en https://bit.ly/3B4T5Ot (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

| Ropeik, D. (2002). “Understanding factors of risk perception”, en Nieman Reports, 56(4). Disponible https://bit.ly/3B7qKai (Consultado el 1 de diciembre de 2022).

| Society for Risk Analysis (2018). Society for Risk Analysis Glossary. Disponible en https://bit.ly/3iocwew (Consultada el 24 de abril de 2022).

| Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres, UNISDR (2017). Informe del grupo de trabajo intergubernamental de expertos de composición abierta sobre los indicadores y la terminología relacionados con la reducción del riesgo de desastres, ONU, Ginebra.

| Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres, UNDRR (2020). The human cost of disasters: an overview of the last 20 years (2000-2019).

| Urbina, J. y Landeros, K. (en prensa). “Intervenciones psicosociales en la recuperación de desastres”, en N. Ruiz Rivera y D. Rodríguez Velázquez, comp., Recuperaciones diversas en el proceso de desastre. Reflexiones y perspectivas para México, Seminario Universitario sobre Riesgo Socio Ambiental, SURSA/UNAM.

icono-13junio

Irasema Alcántara Ayala / Javier Urbina Soria

Instituto de Geografía y Facultad de Psicología, UNAM | ialcantara@geografia.unam.mx