Elegir ser, un problema hacia la “Inteligencia Artificial Fuerte”

El hombre la única realidad, la cual no consiste simplemente en ser, sino que tiene que elegir su propio ser.
José Ortega y Gasset.


La Inteligencia Artificial (IA) es un tema que ha ido adquiriendo cada vez más relevancia conforme nuevas generaciones se encuentran más inmersas en un mundo donde la relación con las computadoras se vuelve hegemónica, al punto de que, para una mayoría de la población la relación con estas máquinas es tan habitual como la que tenemos con la vestimenta.

Es normal confundir términos y considerar que la IA es una meta a alcanzar, cuando los sistemas de cómputo que realizan tareas inteligentes llevan décadas de existir, lo que es un hecho es que estos programas se han vuelto cada vez más poderosos y veloces, sin embargo, cuando hablamos de Inteligencia Artificial, la forma más breve de explicar este concepto es que existen máquinas capaces de resolver problemas y aprender, pero aún no tenemos máquinas pensantes. Una calculadora no piensa cuando está resolviendo un problema, y una aplicación como Midjourney no tiene ninguna experiencia estética cuando sigue unas instrucciones y crea una imagen.

Imagen creada con el programa de inteligencia artificial Mindjourney

El siguiente paso en la imaginación popular y la ambición científica, es que pronto existirán máquinas que piensen del mismo modo que lo hacemos los seres humanos, o bien (así como un avión no vuela utilizando el mismo mecanismo que un ave, pero sí los mismos principios físicos) que estas máquinas pensarán de un modo distinto, pero disfrutarán de conciencia, pensamiento crítico, creatividad y quizá incluso emociones. Esto, que en inglés se describe como Artificial General Intelligence (AGI) y en español como Inteligencia Artificial Fuerte, es lo que realmente quita el sueño a filósofos y científicos: el desarrollo de una mente artificial.

La complejidad de la inteligencia humana frente a otras —por ejemplo plantas y animales— está contemplada en la descripción de Aristóteles del hombre como animal político. Hay otros animales sociales, pero no necesariamente políticos; independientemente de la compleja organización de un panal de abejas, por ejemplo, en estas sociedades de los antófilos no sucede que exista una secta que se niega por razones religiosas a polinizar plantas con pétalos morados ni se han organizado grupos de zánganos para conformar asociaciones dedicadas a erradicar la práctica de asesinar y expulsar a los machos de la colmena una vez que cumplen su función reproductiva.

Lo que se llama política es algo que vemos emerger en interacciones más complejas que empezamos a notar entre animales, como otros homínidos y algunos cetáceos. Uno de los elementos que la política lleva en sí y que el instinto no tiene es el “aprovechamiento del error”. Si bien distintos animales pueden efectivamente cometer errores esto es algo cuestionable, dado que sus acciones responden directamente al estímulo, y entre éste y la reacción no hay lo que podemos llamar reflexión. No toda elección es el resultado de una evaluación cuidadosa de las posibles consecuencias de una decisión. Para Ortega y Gasset el animal vive en permanente estado alterado, es decir fuera de sí, y es sólo el ser humano quién puede habitar su interior y sustraerse del mundo. Algo indispensable para ser un animal pensante.

En la discusión acerca del avance de IA y que tanto nos acercamos a la AGI, frecuentemente se pone el énfasis en la parte que se refiere a la inteligencia, y se pone poca atención a que es lo que queremos decir con lo artificial. De nuevo, recurriendo a Aristóteles, algo es natural si tiene de algún modo, en sí mismo, lo que lo hace ser lo que es. De un huevo de tortuga, por ejemplo, no nace una gallina, y la tortuga desde su nacimiento se alimenta, crece, se mantiene en un estado de atención para garantizar su permanencia en el mundo cuidando de su desarrollo, evitando ser presa de algún otro animal, se reproduce, etcétera, y todo esto le viene de sí misma. En cambio, una mesa existe porque algo externo: el carpintero, modificó un material que originalmente era un árbol y fabricó un objeto con un uso específico.

La mente humana se aloja en un objeto natural, nuestro cuerpo, sin embargo, mucho o casi todo lo que nos hace humanos en un sentido cultural y social es quizá artificial, nadie nace con un lenguaje y mucho menos con capacidad de lectura o escritura, ni conocimientos de matemáticas, o de leyes, o de educación y cortesía, todas estas habilidades se tienen que aprender a una edad temprana.

Efectivamente, así lo plantea Ortega y Gasset:

Lejos de haber sido regalado al hombre el pensamiento la verdad es que se lo ha ido haciendo, fabricando poco a poco merced a una disciplina, a un cultivo o cultura, a un esfuerzo milenario…sin haber aún logrado -ni mucho menos- terminar esa elaboración.

La AGI —humana— tiene un elemento indispensable que es la necesidad del ser un elemento que depende de estas herramientas artificiales que complementan y completan el funcionamiento de una mente humana. No es una mera máquina de resolver problemas o cumplir con instrucciones para fines preestablecidos como realizar un ensayo o archivar la información de una encuesta.

Es un proceso que se crea a sí mismo y está en perpetuo estado de crisis y riesgo de dejar de existir ¿Quién querría programar una máquina para que opere en crisis constante, cumpliendo tareas aparentemente superfluas y entreteniéndose en soluciones imposibles a problemas que quizá ni existen? Más aún, ¿cómo se podría trasladar un enunciado así a instrucciones dentro de un programa?

No nos atrevemos a decir que esta línea de investigación no exista o sea imposible porque la distancia entre lo que uno puede hallar en los medios acerca de la investigación científica y todo lo que está sucediendo al mismo tiempo en miles de centros de investigación es inabarcable. Sin embargo, si vamos a defender que se trata de algo tan impreciso, algo que aún estamos tan lejos de entender mientras estudiamos esa otra máquina que ya lo sabe hacer —nuestra propia consciencia—nos quedaremos en el bando (romántico quizá) que cree que la AGI es una de esas cosas que podemos imaginar y la ciencia puede investigar teóricamente. Pero es tan difícil de lograr bajo las leyes de la física como viajar en el tiempo.

La discusión sobre qué tan natural es no sólo la sociedad humana, sino el efecto del hombre en su entorno ecológico, está lejos de haber quedado saldada. Ya hemos propuesto aquí que los primeros elementos artificiales de la Inteligencia nos hicieron a nosotros mismos, siendo estos elementos de nuestra mente, aquellos con los que no nacemos, tan vitales para perpetuar a nuestro organismo como lo son el vestido, el fuego, la habitación o la agricultura.

Mientras tanto, estas aplicaciones inteligentes no realizan por sí solas nada. Son seres humanos los que les han dado las instrucciones de qué es lo que deben de buscar en bases de datos que contienen millones de elementos (lo que es sin duda un hecho increíble por sí mismo). Esos mismos seres humanos han programado cómo debe organizarse esta información, y qué resultados se espera que den para que otros seres humanos (no las mismas maquinas) reconozcan como “arte” una imagen, un sonido o un texto. Las IA son, entonces, herramientas limitadas a realizar una función, del mismo modo que un brazo mecánico en una fábrica de automóviles no “inventa” una puerta o un motor, sólo lo arma.

El dilema metafísico es que para romper ese límite serían necesario programas capaces de no hacer aquello para lo que fueron diseñados, y que, en cambio, se dedicarán a reflexionar sobre sí mismos. Para esto las máquinas necesitan de un cuerpo o equivalente, algo que fuera su interés preservar en medio del cambio y que tuviera la necesidad de interactuar con el medio para garantizar su permanencia. Pero en algún punto estos programas tendrían que poder escapar de la mera operación de sus funciones e investigar “que sucedería si” no realizarán algunas operaciones para las que fueron programadas como parte de la conservación de este cuerpo, sino otras que para el sistema serían lo artificial para lo artificial, algo fuera de su función intrínseca. Esto implicaría un proceso de prueba y error donde algunas de estas IA se destruirían y otras ampliarían sus funciones de formas aleatorias mejorando su supervivencia, quizá por esa camino evolutivo algún día nos toparemos, sin que pueda ser algo bajo nuestro control ni el de los programas de nuestro diseño o el diseño de otros programas, con una mente consciente y operativa de origen artificial.

| IÑAKI GARRIDO FRIZZI


El autor es Jefe de la Unidad de Museografía y Artes Visuales del Museo y Centro Cultural Universitario Quinta Gameros, de la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH). Estudió la carrera de Artes Visuales en la UNAM y es licenciado en Filosofía por la UACH.

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