Agricultura: del sustento al deterioro

Los registros geológicos aportan evidencia de que el “colapso” de civilizaciones mesoamericanas, como la teotihuacana y la maya, pudo deberse a la degradación ambiental y al agotamiento de recursos. ¿Antropoceno desde la época prehispánica?

En Mesoamérica, los registros también han documentado modificaciones importantes en los paisajes como consecuencia del crecimiento demográfico en las civilizaciones prehispánicas. Aquí trataré de presentar algunas evidencias de esas transformaciones en dos de las grandes civilizaciones del México antiguo: la teotihuacana y la maya.

La intensificación de la agricultura produce degradación en los suelos, disminuye su fertilidad o incrementa la erosión.

El Antropoceno es el periodo que marca los cambios significativos en el paisaje ocasionados por actividades humanas como la deforestación, la urbanización, la explotación de los recursos naturales e, inclusive, la agricultura. Uno de los puntos controversiales del Antropoceno se refiere al establecimiento de su límite estratigráfico inferior, el cual ha sido situado a mediados del siglo XIX, cuando se incrementa el uso de los combustibles fósiles. Sin embargo, dado que la presencia del humano es mucho más antigua, es claro que los efectos que ha ocasionado son detectables en el registro geológico. Por ejemplo, algunas hipótesis consideran que la extinción de la megafauna pleistocénica está relacionada con los grupos de cazadores que se alimentaban de esos animales, o la devastación ambiental como resultado de las guerras en las diferentes épocas de la historia, así como la deforestación causada por los pobladores medievales en Europa, que destruyeron bosques como la Selva Negra en Alemania.

Teotihuacán: deforestación y erosión del suelo

Teotihuacán se sitúa en la porción noroeste de la Cuenca de México, la cual representó un entorno atractivo para el establecimiento de las sociedades sedentarias desde hace más 8,000 años: una amplia variedad de recursos naturales derivados de la alta diversidad biológica, tanto de especies maderables como ecosistemas acuáticos, fauna, pastizales, entre otros. A partir del año 1700 antes de nuestra era se incrementó la población de estas sociedades, aumentando, en consecuencia, la demanda y la presión sobre los recursos. Uno de estos recursos bajo presión es el suelo, debido a su uso constante en la agricultura, como material de construcción y para la producción de cerámica.

Teotihuacán es la ciudad que floreció entre los siglos I y VII de nuestra era. Durante este periodo alcanzó una población de 125,000 habitantes, ocupando una extensión de 20 km2. Estos habitantes llevaron a cabo una agricultura intensiva para alimentar a su población. Uno de los primeros hallazgos, hecho en el transcurso de nuestras investigaciones en el valle de Teotihuacán, fue el “suelo negro teotihuacano”, el cual se encuentra sepultado por un par de metros de sedimentos; es decir, no está en la superficie. El suelo que actualmente se encuentra en la superficie, o suelo moderno, es de color gris, de textura gruesa y muy deleznable. En contraste, el “suelo negro” sepultado es de color negro, más compacto, arcilloso, con una estructura bien definida y fértil, similar a los vertisoles que se observan hoy en día en el Bajío y que representan uno de los suelos más productivos en el territorio mexicano (Figura 1).

Sepultado por sedimentos y por el suelo moderno, el “suelo negro” fue la superficie sobre la que habitaron los teotihuacanos (fotografía de Jaime Díaz).

El “suelo negro” resultó ser la superficie que habitaron, cultivaron y explotaron los teotihuacanos. Este dato lo obtuvimos de diferentes maneras: 1) Por dataciones con el método de radiocarbono, 2) Por la gran cantidad de material arqueológico encontrado en él, y 3) Por encontrarlo debajo de algunas de las estructuras teotihuacanas. Es así como nos enfocamos a su estudio.

Uno de los rasgos que observamos en el “suelo negro” fue la presencia de evidencias claras de su cultivo: la estructura estaba alterada por el constante laboreo, había fragmentos de carbón y restos de polen de maíz. Las investigaciones arqueológicas evidenciaron la presencia de sistemas hidráulicos usados para regar los cultivos. Este tipo de manejo también fue detectado en las propiedades del suelo estudiado. Así, el conjunto de cambios que observamos derivó en una disminución de su fertilidad.

Hace algunos años tuve la oportunidad de entrar a uno de los túneles de la pirámide de la Luna, construidos para entender las diferentes etapas de edificación de esta emblemática construcción, la cual consta de siete edificios superpuestos. En los taludes de los edificios se utilizó suelo de los alrededores, con el objetivo de nivelar y sostener el siguiente edificio. Este suelo fue comparado con el “suelo negro” y se encontraron propiedades muy similares al material de relleno de la pirámide de la Luna. Los trabajos de otros colegas calcularon que en las inmediaciones de Teotihuacán se extrajeron alrededor de 1.5 millones de m3 de suelo fértil para la construcción de la Ciudadela. Asimismo, estimaron que los bosques fueron talados a razón de 70,000 ton/año para la preparación de la cal. Esta cal era utilizada para estucar las paredes y pisos de los edificios. Estos cambios dramáticos condujeron a un deterioro del paisaje.

¿Podemos imaginar, entonces, a los cerros desprovistos de vegetación y a los suelos “decapitados” a los que se les retiró el horizonte orgánico, fértil, que inclusive había sido cultivado previamente? Nuestros estudios han documentado una fuerte degradación ambiental en el valle de Teotihuacán derivada de la erosión intensa que se dio en el suelo después de la deforestación, el manejo intensivo por las actividades agrícolas, la extracción de suelo para su uso como material constructivo y la producción de cerámica. ¿Podríamos decir que el periodo teotihuacano es un caso especial del Antropoceno?

Zona maya: colapso por agotamiento de recursos

La región maya ocupó un vasto territorio durante la época prehispánica, de casi 350,000 km2, diseminado total o parcialmente en los estados de Tabasco, Campeche, Yucatán, Quintana Roo y Chiapas, así como en Guatemala y Belice. Este territorio es rico en recursos naturales como rocas para la construcción, arcilla para la producción de cerámica, agua de ríos superficiales y/o subterráneos, maderas de las selvas para la producción de energía y cal. La distribución de los sitios arqueológicos en este espacio es enorme, tal y como lo han documentado las diferentes investigaciones. Además de la alta ocupación espacial, debe tomarse en cuenta que el poblamiento fue prácticamente continuo, durante más de 3,000 años. En consecuencia, se considera que la demanda de recursos fue uno de los motivos del colapso de la civilización maya.

De hecho, científicos de la Universidad de Texas, en Austin, han propuesto denominar al periodo maya antiguo como Mayaceno, haciendo alusión al impacto severo ocasionado por los humanos en los paisajes durante el Antropoceno.

En la Península de Yucatán, particularmente en el estado de Quintana Roo, los suelos dominantes son delgados, con espesores promedio de 15-20 cm, teniendo un contacto directo con la caliza, que es la roca subyacente. La pregunta que surge es si los antiguos mayas tuvieron que producir sus alimentos sobre esta cubierta delgada; la que, además, es discontinua, ya que las rocas afloran en la superficie, de manera que se forman depresiones pequeñas “rellenas” de suelo. La respuesta es sí. En todo el mundo, las calizas forman suelos de este tipo. Por lo mismo, suponemos que los mayas de la época prehispánica tuvieron que hacer diferenciación del tipo de cultivo en función del espesor que encontraban en su parcela, desarrollando una “agricultura en maceta”. Es decir, empleaban estas depresiones rellenas de suelo para cultivar (Figura 2).

Suelos rellenando grietas en Yucatán (fotografía de Elizabeth Solleiro).

El sistema fue muy eficiente. Sin embargo, el suelo es frágil porque la caliza es una roca que se disuelve fácilmente, generando fracturas y huecos profundos por los que el suelo puede perderse fácilmente. Esta pérdida del recurso suelo tendría una consecuencia importante en la agricultura, ya que no habría superficie que cultivar. Una de las prácticas agrícolas comunes en México es la denominada “roza-tumba y quema”, que consiste en cortar el bosque y quemar los restos de material vegetal para usar el terreno para la agricultura. El impacto que produce esta deforestación y quema origina que el suelo pierda parcialmente sus propiedades originales y que pueda ser erosionado fácilmente a través de los conductos verticales de la caliza. En nuestro trabajo de campo, tanto en Quintana Roo como en Yucatán, hemos encontrado cuevas y fracturas rellenas de suelo, lo cual apoyaría la hipótesis del fuerte impacto en los sistemas de naturales por parte de los mayas, registrado en los suelos y sedimentos del “Mayaceno”(Figura 3A y 3B).

Suelos delgados y discontinuos de la península de Yucatán (fotografía de Sergey Sedov).
Suelos delgados y discontinuos de Yucatán (fotografía de Sergey Sedov).

El impacto agrícola reciente

Hemos visto como las poblaciones asentadas en ciudades grandes y pequeñas requieren una gran cantidad de recursos naturales. Las civilizaciones prehispánicas no son la excepción, por lo que el estudio de sus registros geológicos puede contribuir al entendimiento del Antropoceno.

Los suelos se deterioran a pasos agigantados por el crecimiento demográfico, ya que la gente demanda una cantidad considerable de recursos alimentarios, aunque su distribución sea inequitativa (pero esa es otra historia). La intensificación de la agricultura produce degradación en los suelos, disminuyendo su fertilidad o incrementando la erosión. Ante suelos infértiles, los terrenos se convierten en zonas urbanas. Lo increíble es que las ciudades también avanzan sobre suelos de buena calidad, “comiéndose” recursos de alta y baja productividad.

Pero ¿se puede frenar el deterioro acelerado que se ha documentado en los suelos del mundo en este periodo? El día de hoy, la Ciudad de México también enfrenta grandes retos para detener la degradación de los suelos que se encuentran en la zona de conservación, localizada al sur de la ciudad. Esta zona periurbana contiene aún sistemas agroforestales, tanto en los restos de las chinampas (suelos artificiales producidos por los mexicas en la región lacustre) como en los suelos volcánicos de ladera. En estos suelos se producen diversos cultivos como nopal verdura, romeritos, maíz, amaranto, avena forrajera, etcétera. Desafortunadamente, el uso intensivo ha causado una degradación importante en los suelos, los cuales tienen bajos contenidos de materia orgánica y una estructura débil que los hace susceptibles a la erosión. Otra práctica destructiva muy común en estos sistemas es la extracción de la capa orgánica de los suelos para su venta en los mercados: tierra para maceta o tierra negra.

Es por ello que, para protegerlos, es necesario desarrollar estrategias de conservación o cambios en el manejo. Algunas estrategias que estamos llevando a cabo (gracias al financiamiento de la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación del gobierno de la Ciudad de México, SECTEI/268/2019) consisten en incorporar fertilizantes a base de nopal, que se cultiva en la zona, como una medida eficiente para mejorar la estructura de los suelos. De esta forma se protege al suelo de la erosión y degradación acelerada con herramientas que los agricultores tienen a la mano.

Con esto, considero, podemos extender el límite superior del Antropoceno, prolongando el paso del ser humano sobre la Tierra.

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Elizabet Solleiro Rebolledo

Investigadora del Departamento de Ciencias Ambientales y del Suelo, del Instituto de Geología, de la UNAM
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