Ceder soberanía, perder seguridad

Transcurridas tres décadas desde su “apertura”, el modelo neoliberal sigue sin arrojar los frutos prometidos. La economía no crece lo suficiente, la pobreza se expande y el campo no sale de su postración. El resultado es inquietante: México importa de Estados Unidos 40% de los alimentos básicos que requiere la población.

| Comentario de Argelia Salinas Ontiveros

Pese a tratarse de una condición esencial para una vida digna en sociedades civilizadas, la alimentación está lejos de constituir un derecho universal garantizado por los Estados nacionales o las instancias del poder globalizado.

En la sociedad actual, el acceso a alimentos nutritivos depende de la capacidad adquisitiva de individuos o grupos sociales, con una excepción: las comunidades campesinas, que producen para el consumo familiar y consideran a los alimentos como bienes, no como mercancías. Sin embargo, se trata de un sector de la población muy pequeño, tanto en México como a escala mundial.

Lo anterior implica que la producción de alimentos sea una actividad estratégica porque ahí se juega, en muy buena medida, la viabilidad de los proyectos nacionales. En esta perspectiva convergen razones políticas (gobernabilidad, estabilidad, cohesión social) con otras estrictamente humanas, dado que la alimentación ‒a diferencia de otras necesidades de la especie‒ no tiene sustitutos y su postergación provoca encadenamientos catastróficos: malnutrición, desnutrición, enfermedades colaterales, muerte por inanición, entre otros. Desde 1943, el psicólogo estadounidense Abraham Maslow ubicó a la alimentación en el punto más alto de la “pirámide” de las necesidades humanas (López, B., 2019).

Debido a este carácter estratégico, los gobiernos consideran a la producción y al abasto de alimentos como elementos centrales de la seguridad nacional y, por tanto, garantes de su soberanía (Porrúa, 2005). De ahí que, al menos teóricamente, los estados-nación estarían en condiciones de decir qué, cómo y en qué cantidad se producen los alimentos, particularmente los considerados “básicos” (como el maíz, en el caso de México).

No obstante,en el capitalismo actual, regido por un modelo liberal a ultranza, la situación es muy distinta. Después de la Segunda Guerra Mundial, se definió claramente la división internacional del trabajo agrícola: por un lado, los países que exportan alimentos a partir de sus excedentes; por el otro, aquellos que se ven obligados a importarlos para satisfacer las necesidades de su población. Los primeros forman parte del mundo industrializado y su dominio obedece, en buena medida, al liderazgo que ejercen en materia tecnológica. Los segundos, entre los que se encuentra México, al universo del subdesarrollo: gran atraso tecnológico y dependencia en bienes de capital, materias primas y alimentos (tanto frescos como procesados).

Una característica de los países desarrollados es la acentuada concentración de sectores industriales ‒como el de los alimentos‒, donde unas cuantas corporaciones controlan la producción y la comercialización. Esa estructura se reproduce a nivel global: la posición hegemónica de grandes empresas monopólicas cuya finalidad dista mucho de responder a las necesidades humanas, sociales, colectivas, pues su objetivo es la obtención de ganancias millonarias.

De la abundancia a la dependencia

Entre 1950 y 1965, México destacó en la producción de alimentos y, aún más, fue un gran exportador, principalmente al mercado estadounidense (Sanderson, 1990). Al ser un país eminentemente rural, buena parte de la población se ocupaba en las actividades agrícolas, ganaderas, forestales y pesqueras; en estos sectores participaban desde grandes empresarios, hasta pequeños y medianos productores.

El periodo de auge agropecuario tuvo como base el apoyo del Estado, quien favoreció la producción abundante de alimentos. La política agroalimentaria se desplegó mediante el reparto de tierras cultivables, elevada inversión pública en el sector rural, creación de empresas comercializadoras, subsidios directos y capacitación a campesinos, crédito rural accesible, producción y abasto de fertilizantes, así como la construcción de infraestructura para la comercialización interna y hacia el mercado internacional.

Todo ello permitió que México se ubicara, junto con otros países de América Latina, entre los principales exportadores de alimentos. Durante ese periodo la soberanía alimentaria, como política económica a cargo del Estado, garantizó la producción y el abasto de alimentos a precios accesibles para toda la población. Es decir, la seguridad alimentaria fue posible mediante la soberanía alimentaria.

Unas décadas más tarde, la dinámica sufrió un vuelco radical. La reestructuración del capitalismo mundial, que tuvo lugar en los años ochenta del siglo pasado, permitió la expansión de grandes empresas multinacionales. Entre ellas, las de alimentos ocuparon un lugar notable.

Inicialmente, en México incursionaron las trasnacionales de la agroindustria de alimentos y bebidas. Sus novedosos productos, la mayoría considerados “alimentos chatarra”, saturaron el espacio en los supermercados (jamones, salchichas, frutas y verduras en conserva, jugos y refrescos). El resultado no tardó en expresarse en la alteración profunda, negativa, empobrecedora, de la dieta de los mexicanos.

Bajo el epíteto de “capitalismo fresa”, estas empresas aprovecharon la abundancia de nuestros frutos y su bajo precio, a costa de los productores agrícolas y los salarios de los trabajadores de la industria. En aras de la modernización, los agricultores nacionales fueron desplazados del mercado, como ocurrió con los pequeños y medianos productores de granos básicos (maíz, frijol, habas y garbanzos).

A partir de 1994, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (tlcan), México perdió amplios márgenes de soberanía. Baste decir, a manera de ejemplo, que el tratado con Estados Unidos y Canadá incluía la eliminación de aranceles para productos como el maíz. Lo que dio como resultado un abaratamiento del grano estadounidense conocido en la literatura económica como precio dumping.[1] El escenario cambió sustancialmente: debimos importar los alimentos que, en el pasado, se producían de forma abundante y de buena calidad.

No es de extrañar, luego de treinta años de aquella apertura liberalizadora, que hoy importemos de Estados Unidos grandes cantidades de maíz transgénico, supuestamente para el consumo animal. Tampoco sorprende que un alimento básico para los mexicanos, como la tortilla, alcance precios excesivos con relación al poder adquisitivo de la mayoría de la población (en 2020, como efecto de la pandemia de Covid-19, el kilo llegó a costar entre 20 y 25 pesos en la Ciudad de México; en otras entidades el precio fue mayor).

A lo anterior debemos sumar los efectos de la dieta impuesta por el mercado, pues al incluir frituras y refrescos en la comida diaria estamos consumiendo sustancias dañinas que dan lugar a la malnutrición. De acuerdo con un reporte de la Organización Mundial de la Salud, México puede ser considerado como un país mayoritariamente malnutrido (Save the Children, 2022). Es decir, que mientras algunas personas tienen insuficiencia de nutrientes (desnutrición), otras cuentan con un exceso de uno o más nutrientes (sobrepeso, obesidad).

Además, debido a que la producción de alimentos genéticamente modificados se ha expandido a nivel mundial, existe gran preocupación por el consumo de maíz, soya, cártamo, canola y algodón transgénicos. Si bien estos últimos no se consumen directamente, constituyen la materia prima en la fabricación de aceites comestibles y otros alimentos. Esa misma tendencia se reporta con la expansión transgénica de remolacha, alfalfa, caña de azúcar, papas, calabacín amarillo y piña (Argenbio, 2023).

En 2019, los países en vías de desarrollo cultivaron más transgénicos que las naciones industrializadas: 56% y 44% de la superficie mundial, respectivamente. Entre los países que destacan por estos cultivos se encuentran Estados Unidos, Brasil, Argentina y Canadá, en los primeros cuatro lugares. México aparece en el lugar 16.

Diversas investigaciones realizadas en México y en otros países han reportado daños a la salud causados por el consumo de alimentos transgénicos. En el caso de México, desde 2017 se alertó sobre este peligro a partir de estudios realizados en el Instituto de Ecología y en el Centro de Estudios de la Complejidad de la UNAM, mismos que indican que 90.4% de las tortillas en el país podrían tener transgenes (modificaciones genéticas). La posibilidad de contaminación transgénica ocurre, digamos, de forma natural, debido a que los cultivos de maíz no transgénicos se contaminan mediante la polinización, en la que intervienen agentes transmisores de carácter natural como son las abejas. Pero, además, el consumo de maíz transgénico es posible mediante el uso de este tipo de maíz en las tortillerías. Si bien el maíz amarillo importado debiera ser para consumo animal, se destina para el consumo humano mediante la ingesta de tortillas y otros derivados del maíz como tostadas, harinas y botanas (López, P., 2017).

Riesgos del “mercado libre”

La soberanía alimentaria se perdió, o, más precisamente, nos fue arrebatada; con la aplicación del modelo neoliberal impuesto en todo el mundo. Se privilegió la economía pura de mercado y se relegó al Estado. La apertura total de fronteras fue vista como la solución para el crecimiento económico ‒promesa incumplida, en el caso mexicano‒, aunque ello implicara un mayor grado de explotación de la fuerza de trabajo y de la riqueza natural (Salama, 2006).

Lo anterior profundizó el grado de dependencia de México y de los países de América Latina, que en los años cincuenta y sesenta habían logrado un crecimiento importante, particularmente de sus bienes primarios (alimentos, petróleo y metales preciosos). Así, por medio del “libre” intercambio comercial, los productores nacionales de alimentos básicos (granos, carnes, lácteos y semillas para la obtención de aceites comestibles) fueron desplazados del mercado. De tal suerte que, en la actualidad, nuestro país importa más de 40% de los alimentos básicos que requiere. Contradictoriamente, a México se le asignó la producción de alimentos con alta demanda en Estados Unidos, así como otros que, durante el invierno, son escasos en ese país.

Los resultados están a la vista: 1) El desmantelamiento de la capacidad productiva del campo mexicano. Esta situación incrementa, todavía más, la desigualdad social expresada en altos niveles de pobreza y de extrema pobreza de la población tanto rural como la urbana, 2) Los precios de los alimentos siguen una tendencia creciente. La inflación, que inició en 2020 y llegó a niveles muy altos en 2021 (6%), 2022 (8.7%) y 2023 (6.8% en el segundo trimestre; 4.67% en agosto), es parte del mencionado modelo, mismo que derivó en una crisis económica mundial, previa al inicio de la pandemia, que impactó fuertemente a México con una caída de 8.2% del PIB en el segundo trimestre de 2020.

Al complejo escenario internacional, hoy marcado por la guerra Rusia-Ucrania que ha causado el encarecimiento de los alimentos a nivel mundial, se agregan los efectos del cambio climático caracterizado por altas temperaturas, sequías, ciclones y granizadas que dificultan la producción y el transporte de alimentos. Ambos factores aumentan la inseguridad alimentara a nivel mundial, lo que demuestra la importancia de preservar la soberanía alimentaria, tanto en periodos de auge como en los de crisis.

En este contexto, el rescate de la soberanía alimentaria se convierte en una necesidad inmediata para la gran mayoría de mexicanos. Consideremos que el fantasma del hambre ya está encarnando en diversas regiones del mundo. A los países de África afectados por hambrunas (Etiopía, Zimbabue, El Congo y otros) se añadió recientemente Haití, nación caribeña. Esperemos que ese fantasma no arribe a México.


NOTAS

[1]Precio dumping: “venta de un bien o servicio en un mercado del exterior a un precio inferior al de su costo de producción” (Parkin et al. 2008).

REFERENCIAS

| Consejo Argentino para la Información y el Desarrollo de la Biotecnología (2023). “Los cultivos transgénicos en el mundo”. Disponible en https://bit.ly/3EzqthB (Consultado el 7 de septiembre de 2023).

| Food Security Information Network (2023). Global Report on Food Crisis. Joint Analysis for Better Decisions, Roma, fao / wfp / ifpri. Disponible en https://bit.ly/3ZfQDj9 (Consultado el 7 de septiembre de 2023).

| López, Beatriz G. (2021). Pirámide de Maslow. Qué es y sus aplicaciones prácticas. Disponible en internet.

| López, Patricia (18 de septiembre de 2017). “Más del 90% de las tortillas en México contienen maíz transgénico”, en unam Global. Disponible en https://bit.ly/3ZaGlk9 (Consultado: 7 de septiembre, 2023).

| Parkin, Michael et al. (2008). Macroeconomía. México, Editorial Apolo.

| Porrúa Pérez, Francisco (2005). Teoría del Estado, México, Editorial Porrúa.

| Salama, Pierre (2006). “Apertura y pobreza: ¿qué clase de apertura?”, Comercio Exterior, vol. 56, núm. 1. México. Disponible en https://bit.ly/3sMUVCq (Consultado el 7 de septiembre de 2023.

| Sanderson, Steven E. (1990). La transformación de la agricultura mexicana. Estructura internacional y política del cambio rural, México, Editorial Patria.

| Save the Children (2022). “Estado de la nutrición infantil en México”. Disponible en https://bit.ly/3PcsbdB (Consultado el 7 de septiembre de 2023.

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Argelia Salinas Ontiveros

Instituto de Investigaciones Económicas, UNAM
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