La utopía gris de los ecomodernistas

Un grupo de científicos y activistas del mundo hiperdesarrollado propone consumar la ilusión de Occidente: vida desvinculada del orbe rural, migración definitiva a las ciudades, aceleración de los procesos de urbanización, creación de entornos “naturales” artificiales, producción intensiva (y consumo) de alimentos transgénicos, energía nuclear a raudales… ¿La última quimera del capitalismo?

| Comentario de María N. Rodríguez

Estas afirmaciones constituyen parte fundamental del segundo postulado del Manifiesto Ecomodernista, dado a conocer en abril de 2015 por 18 científicos, académicos, ecologistas y activistas, la mayoría provenientes del Norte global (Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña y Australia), con la excepción de una investigadora de la India (Ecomodernistas, 2015).

El propósito de este grupo consiste en salvaguardar el planeta mediante una serie de propuestas que respondan al cambio climático y la crisis ecológica contemporánea. Entre otras cosas, abogan por el progreso tecnológico, la creación de entornos “naturales” artificiales, la migración definitiva a contextos urbanos, la “creación” de espacios verdes citadinos, la expansión del consumo de organismos genéticamente modificados, el uso de la energía nuclear y la desalinización del mar.

Todas estas “soluciones” comparten un hilo conductor: el rechazo a las posturas ecológicas tradicionales, las cuales sostienen que las sociedades deben vivir en una interrelación armónica con la naturaleza para evitar el colapso, tanto ecológico como económico.

¿Antropoceno feliz?

Con un sesgo profundamente antropocéntrico, los ecomodernistas abogan por desvincular o “desacoplar” el bienestar de los individuos de la destrucción ambiental, “utilizando los poderes extraordinarios de la humanidad al servicio de la creación de un buen Antropoceno” (Ecomodernistas, 2015).

Recordemos que en 2000 salió a luz el texto El Antropoceno, de Paul J. Crutzen y Eugene F. Stoermer, donde se considera a la humanidad como una enorme fuerza geológica cuyas acciones han transformado la superficie terrestre y lo seguirán haciendo por miles e, incluso, millones de años. Estos autores señalan, entre otros aspectos, el incremento demográfico, el agotamiento de los combustibles fósiles, la transformación de ecosistemas y la extinción de diversas especies como impactos profundos y sostenidos en la Tierra y en la atmósfera a una escala global (Cruzten y Stoermer, 2015).

Se trata de un término en boga y se emplea para denotar que, en este periodo de la historia natural, los seres humanos ostentan el control de los ciclos biogeoquímicos del planeta.* No obstante, el crecimiento exponencial de la libertad y el poder humanos, especialmente la capacidad para alterar la naturaleza, paradójicamente se ha transformado en una limitación de dicho control, lo que conlleva la desestabilización de la estructura de la vida misma, como se evidencia claramente en el fenómeno del calentamiento global.

Por ello, según la perspectiva del sociólogo Daniel Cunha (2015), el concepto de Antropoceno es inherentemente contradictorio. Si se define como una “época geológica dominada por el humano”, pero que conduce a un estado en el que la existencia humana está en peligro, hay una problemática significativa en torno a esta supuesta dominación de la naturaleza.

No obstante, los promotores del ecomodernismo consideran que es plausible forjar un Antropoceno positivo. La clave reside en la aplicación efectiva de los crecientes poderes económicos, sociales y tecnológicos para liberar a la humanidad de su dependencia terrestre.

Este objetivo se vislumbra mediante una urbanización masiva, la cual ofrecería no sólo la oportunidad de regenerar la naturaleza sino, también, de repoblarla con especies silvestres. Estas acciones, sin lugar a duda, implican una firme apuesta por la vida citadina y un adiós a las comunidades rurales cuya población —se presume— encontraría empleo en entornos urbanos. Para concretar este cambio, señalan la imperiosa necesidad de adoptar una agricultura transgénica que permita la producción masiva de alimentos y un mayor rendimiento de la tierra. Además, abogan por alcanzar la eficiencia energética por medio de la fusión nuclear.

Basados en el mito del progreso, los ecomodernistas no sólo evitan cuestionar, sino que glorifican la herencia epistemológica y ontológica desplegada por la modernidad, arraigada en el dualismo cartesiano entre seres humanos y naturaleza. Esta percepción binaria de la realidad tiene consecuencias significativas en la forma de percibir y relacionarse con el mundo. División artificial de la cual, en realidad, todos somos parte integral y coconstitutiva de lo que Jason Moore (2013) denomina la “trama de la vida”.

Visión parcial, diagnóstico errado

Por otro lado, en el contexto de América Latina, el debate sobre el Antropoceno y sus implicaciones analíticas y prácticas debería abordarse de manera distinta respecto a las reflexiones sobre Europa y Estados Unidos. Ello, debido a que en estos casos se delinea como un problema global que demanda respuestas globales; mientras tanto, se ignoran las complejas relaciones de poder y las desigualdades históricas, incluyendo apropiaciones y despojos territoriales, que han provocado transformaciones ambientales en los países latinoamericanos (Ulloa, 2017).

Desde otra perspectiva, resulta un error considerar que los impactos ambientales generados por una ciudad se limitan, exclusivamente, a su entorno inmediato, sin extenderse a la naturaleza en su conjunto.

Pero no es todo. La elección de un entorno artificial, que aísla a los espacios urbanos del medio natural, indudablemente conlleva repercusiones en la salud humana. Estas consecuencias incluyen trastornos psicológicos y psicosomáticos originados por la contaminación acústica y visual. También se suman los problemas derivados de enfermedades infecciosas vinculadas a la contaminación de fuentes de agua, tanto por desechos domésticos como industriales, así como enfermedades crónicas asociadas al consumo de alimentos altamente procesados (Ecycle, 2018).

Además de lo anterior, la defensa a ultranza de los procesos de urbanización se basa en un imaginario completamente erróneo: sostener que las ciudades son los espacios más eficientes en el uso del territorio y los recursos. Las conclusiones de investigaciones realizadas desde la ecología política y la economía ecológica contradicen estas afirmaciones, dado que las poblaciones urbanas son las principales consumidoras de recursos y, prácticamente, no producen nada.

Los ecomodernistas basan sus argumentos en generalizaciones que evitan abordar los problemas históricamente generados por la modernización y las causas estructurales de las actuales crisis climática y ecológica. Sus planteamientos no examinan estas cuestiones a la luz de las complejidades presentes en los países empobrecidos y con profundas desigualdades sociales.

En cualquier caso, si la creación de un entorno urbano artificial y altamente tecnologizado, con una población sostenida mediante cultivos biotecnológicos, pudiera parecer factible en países ricos, ello no garantiza una distribución equitativa de oportunidades y medidas de bienestar para toda la población de dichas naciones.

Como sostiene Lara de la Fuente (2023), el horizonte futuro que contemplan los ecomodernistas estaría dominado por grandes ciudades con abundantes territorios y materias primas para seguir creciendo, donde la concentración urbana y la racionalización son las únicas vías posibles para detener la degradación de los ecosistemas y posibilitar las políticas de conservación ambiental.

Se trata de una postura que podría catalogarse como tecnocéntrica, sustentada en la supremacía del ser humano y sus herramientas tecnológicas como la panacea para la protección de la naturaleza (Moreano Venegas, 2020). Mientras tanto, se elude la importancia de cambios en los niveles y patrones de consumo de las sociedades, así como la necesidad de una transformación sustancial del modelo económico dominante, el capitalista, como un medio para reducir las brechas sociales, los cinturones de pobreza y los barrios marginados en las ciudades.

Finalmente, la dimensión cultural del problema se encuentra completamente ausente. Ni los vínculos experienciales y significativos entre los seres humanos y el entorno del cual forman parte, ni los procesos de territorialización, el apego al lugar y las prácticas simbólicas, tienen cabida en un futuro totalmente urbanizado y tecnologizado.

Los conflictos socioambientales y las luchas históricas por el despojo de tierras a indígenas y campesinos en el Sur Global serían borrados, dejando a la población alienada y a la naturaleza convertida en una especie de santuario virgen, esterilizado ante cualquier posible “contaminación” por el contacto humano. En definitiva, la panacea se torna inalcanzable…


NOTA

* Desde 1873, el geólogo italiano Antonio Stoppani habló acerca de una nueva fuerza telúrica cuyo poder y universalidad podían ser comparados con las más grandes fuerzas de la Tierra, haciendo referencia a la Era Antropozoica. Medio siglo después, en 1926, V. I. Vernadsky también reconoció el creciente impacto de la humanidad y, junto con Teilhard de Chardin, acuñó el término noosfera (mundo del pensamiento) para denotar el incremento del poder del cerebro humano en la configuración de su propio futuro y entorno (Cruzten, 2002).

REFERENCIAS

| Crutzen, Paul J. (2002). “Geology of mankind”, en Nature, 415, pp. 1-23.

_______ y Eugene F. Stoermer (2015). O Antropoceno, Belo Horizonte, Piseagrama. Disponible en https://tinyurl.com/yxkz598n (Consultado el 6 de marzo de 2024).

| Cunha, Daniel (2015). “El antropoceno como fetichismo”, en Herramienta. Revista de debate y crítica marxista (2017). Disponible en https://tinyurl.com/ywyj2zcf (Consultado el 6 de marzo de 2024).

| Ecomodernistas (2015). Un manifiesto ecomodernista. Disponible en https://tinyurl.com/bdz77cfs (Consultado el 6 de marzo de 2024).

| Ecycle (2018). “Ecomodernismo: tecnologias nos salvarão do colapso ambiental?”, en Ciência e Tecnologia. Disponible en https://tinyurl.com/e2k58e85 (Consultado el 6 de marzo de 2024).

| Lara de la Fuente, Daniel (2023). “Sostenibilidad y florecimiento humano. La fundamentación del ecomodernismo desde el enfoque de las capacidades”, en Revista Española de Ciencia Política, núm. 63, pp. 167-187.

| Moore, Jason (2014). “De objeto a oikeos: La construcción del medio ambiente en la ecología-mundo capitalista”, en Sociedad y cultura, núm. 2, pp. 87-107. Disponible en https://tinyurl.com/22jun3vp (Consultado el 6 de marzo de 2024).

| Moreano Venegas, Melissa (2020). “Ecofascismo: uno de los peligros del ambientalismo burgués”, en Ecología Política, núm. 59. Disponible en https://tinyurl.com/2s3cdmm5 (Consultado el 6 de marzo de 2024).

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María N. Rodríguez Alarcón

Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM / Becaria del Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM
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