Las ilusiones del progreso

Además de lo anterior, no debemos intentar que lo dicho ahí sea adecuado a nuestra realidad ni que resuelva nuestras dudas. Antes bien, habrá que preguntar al texto hacia dónde mira, qué busca transmitirnos, qué lecciones sacamos de ello. Este tipo de procedimientos también habrían de aplicarse a “leer” nuestra sociedad y su entorno: nuestra realidad presente. Buscar las motivaciones que hacen que ciertos comportamientos, ciertos pensamientos y actitudes se presenten ante un determinado fenómeno. Todo esto se encamina a un mismo proceso: si entendemos lo que sucede, lo que leemos, lo que otros hacen, así sea de manera superficial, podríamos comenzar a entender que nada es automático, que todo tiene orígenes y que es preciso ir conociendo, poco a poco, cuáles han sido las reglas que han regido nuestro mundo y cómo nos han perjudicado. Si no conocemos el pasado y el presente de la vida planetaria será muy poco lo que podremos hacer en consciencia para no dañarlo en el futuro.

Nos aferramos a la idea de nuestra superioridad como especie y no supimos ver la destrucción que estábamos dejando a nuestro paso

Los filósofos de la Escuela de Frankfurt tuvieron a bien legarnos planteamientos que no son del todo novedosos; su valor radica en nuestra capacidad para rescatarlos y analizar sus propuestas, encontrar su utilidad –sin pretender que, desde su visión, todo se nos aclare–, para leer nuestro tiempo.

La industrialización, ¿error de la modernidad?

La industrialización, el uso de combustibles fósiles, el peso de las industrias culturales en nuestras vidas y la costumbre de vivir una vida en piloto automático, entre otras muchas cosas, son resultado de procesos de transformación que llegaron antes del siglo XX a nuestras sociedades. Tenemos capacidad para entenderlo y comenzar un proceso que nos lleve a un cambio; primeramente, en pequeñas cosas de lo cotidiano –como aplicar los consejos de los grupos ecologistas de nuestra preferencia–, pero, también, entendiendo que los problemas causados por nuestra huella planetaria son de larga data. Nada cambia de la noche a la mañana y habrá procesos que impliquen modificaciones graduales; todas las disciplinas y los ciudadanos del mundo debiéramos estar abocados a ello.

Revertir el daño

No podíamos ser adivinos de nuestro propio porvenir. Seguimos un camino en el cual nos aferramos a la idea de nuestra superioridad como especie y no supimos ver la destrucción que estábamos dejando a nuestro paso. En algún momento, la idea de que ya era demasiado tarde para rectificar justificaba la salida fácil: dejar la responsabilidad en las generaciones futuras. Pero nos ganó el tiempo y el futuro nos alcanzó.

¿Queda, entonces, cruzarnos de brazos a esperar las consecuencias, o asumir que las soluciones vendrán de quienes toman las decisiones a nivel mundial? Cabe hacer, al menos, que nuestra huella planetaria se vaya reduciendo. Cabe, al menos, comenzar a reflexionar en los cambios que, necesaria y obligatoriamente, debemos hacer en nuestra vida; no mañana sino hoy mismo.

Se trata de salir de lo común para comenzar con una acción titánica, indudablemente social y colectiva, aunque también de esfuerzo individual sin precedentes. Abandonar la comodidad de legar la acción a otros para tomarla en nuestras manos

El pensamiento y la lectura crítica de la realidad se habían legado únicamente a los recintos educativos para efecto de la formación académica de las nuevas generaciones. Debiéramos plantearnos rescatar esta forma de analizar el mundo para que cada actividad que hagamos sea dada con consciencia, vocablo que indica la capacidad humana de percibir la realidad y reconocerse en ella.

A muchas personas les sonará extraño, y hasta imposible, hacer esto cuando han estado concentradas en la vida cotidiana y sus minucias. Se trata de salir de lo común para comenzar con una acción titánica, indudablemente social y colectiva, aunque también de esfuerzo individual sin precedentes. Abandonar la comodidad de legar la acción a otros para tomarla en nuestras manos.

Nuestro planeta, sus habitantes animales y vegetales, son tan importantes como los humanos. Ya no podemos relegarlos al papel de proveedores de nuestra supervivencia alimentaria o para la creación de utensilios de uso diario. Se hace necesario devolverle su faz a la Tierra y convertirla en el auténtico cosmos que veían los pueblos antiguos, en donde la armonía y la vida de todos los seres estaban garantizadas. Si nos hemos plantado como seres superiores, es la hora de mostrar que podemos intentar –al menos– revertir todo el daño que, de modo involuntario, incidental o inconsciente, hemos causado.

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Georgina Santa Cruz Gómez

Profesora de la FES Acatlán, de la UNAM
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