¿Sequía extrema o mala gestión?

Ciudad del Cabo, Barcelona y Ciudad de México enfrentan serios problemas con el agua. En la urbe sudafricana se llegó a perfilar el “Día cero” (ausencia total de líquido), pero la acción de autoridades y ciudadanía revirtió la catástrofe. En la capital catalana, un severo programa de racionamiento y mejoras en la infraestructura dieron resultado. ¿Qué ha ocurrido en la capital mexicana?

| Comentario de Manuel Perló Cohen

Con mucha frecuencia encontramos que los funcionarios responsables de administrar los sistemas de agua y drenaje en las grandes urbes del mundo, así como sus jefes políticos, suelen culpar a la naturaleza cuando se presentan problemas de escasez o exceso del líquido: “Es la sequía más severa de la historia”, “Se trata de una lluvia atípica”, “Son los efectos del cambio climático”, “Estamos bajo la influencia del fenómeno de ‘El Niño’”.

Es poco usual escuchar explicaciones que reconozcan la falta de mantenimiento de la infraestructura existente, que coloquen su atención en los “usos no contabilizados” (fugas, robos, conexiones ilegales) que aquejan a la red de distribución, que ahonden en los problemas financieros que plagan a los organismos operadores públicos del agua o que pongan de relieve la desigualdad en la distribución de los recursos entre la población. Tampoco es habitual que se apliquen anticipadamente planes de contingencia claros y bien diseñados que permitan reducir los impactos negativos. Sin olvidar lo más importante: carecemos de una planeación hídrica que ofrezca soluciones efectivas para reducir la ocurrencia de las crisis que se han vuelto recurrentes a lo largo del tiempo.

En los últimos años, los medios de comunicación de todo el mundo se han ocupado de ciudades que han enfrentado una situación crítica, sobre todo debido a la falta del líquido, como fue el caso de Sao Paulo (2015), Ciudad del Cabo (2018), Ciudad de México (2018), Los Ángeles (2022), Monterrey (2022) y Jacksonville (2022), entre muchas otras. Sin embargo, todos tenemos fresco el recuerdo del “Día cero” que difundió la imagen de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, condenada a quedarse por completo sin el vital líquido. Esta denominación, que alude al momento preciso en que una ciudad puede quedarse sin agua, ha permeado nuestra imaginación y generó una atención mediática que prevalece hasta nuestros días.

Pareciera que, en todos estos casos, imperan las mismas causas naturales a las que hemos aludido y que todos los usuarios del agua (domésticos, económicos y naturales) resultan igualmente afectados. No obstante, una mirada más atenta nos revela que las causas y las medidas que se han aplicado —o dejado de aplicar— para enfrentar las etapas previas a la crisis y sus efectos difieren considerablemente. Tomaremos tres experiencias recientes en las que se revelan distintos tipos de respuestas ante la crisis por la falta de agua.

Ciudad del Cabo: el fantasma de la sequía

El primero de ellos es, precisamente, Ciudad del Cabo, donde se aplicó un enfoque reactivo transformador que impulsó una decidida estrategia de racionamiento del líquido, con lo que se evitó que el “Día Cero” tuviera lugar; simultáneamente, se desarrolló un programa de concientización ciudadana con excelentes resultados.

Este centro portuario, situado en la costa oeste de Sudáfrica, es la segunda ciudad en importancia del país con una población total cercana a los 5 millones de habitantes. Abastecida tradicionalmente del agua que almacenan 14 presas cercanas, entre 2015 y 2018 experimentó una reducción de la precipitación pluvial que mermó considerablemente sus reservas de agua, lo que redujo su capacidad de almacenamiento apenas al 20%.

La sequía inició en 2015, pero las autoridades de la ciudad hicieron muy poco por remediar el pobre estado de una infraestructura incapaz de responder al crecimiento urbano (la población aumentó de 2.4 millones de habitantes en 1995 a 4.1 millones en 2015) y se limitaron a pronunciar un llamado a la “conciencia del agua”.

Lo cierto es que la ciudad no se había preparado adecuadamente para el evento. Ya existían advertencias de los peligros que se remontaban al año 1990, cuando una comisión oficial reportó al parlamento nacional que existía un riesgo y que debía de invertirse en las plantas de tratamiento de aguas residuales. También se habían postergado opciones como la desalinización. A pesar de contar con ofertas de financiamiento, los préstamos fueron rechazados.

Cuando las lluvias faltaron a su cita y las reservas en las presas comenzaron a llegar a su límite crítico (que se alcanza cuando los embalses registran un nivel por debajo de 15% de su capacidad total), el gobierno decidió actuar enérgicamente y estableció un plan que incluyó un programa de racionamiento y la concientización de la población. El plan incluía una serie de innovaciones en la reducción de las fugas en la red de distribución, el aprovechamiento del agua subterránea y un aumento de las tarifas para los consumidores mayores.

Como señaló el actual alcalde de Ciudad del Cabo, Geordin Hill-Lewis, la ciudad logró transformar el ahorro de agua en una cultura: de 2015 a 2018 se redujo el consumo de agua 50%. Se calcula que la mitad de la población se adhirió a las restricciones impuestas. El gobierno creó un mapa de “puntos verdes” que indicaban cuáles viviendas realmente ahorraban agua, se hacían llamados públicos, por medio de altavoces, en vecindarios que usaban mucha agua; se vigilaba el cumplimiento de las restricciones con la enérgica intervención de la fuerza pública. Lo notable del caso de Ciudad del Cabo fue la forma en la cual reaccionaron tanto gobierno como ciudadanos, al reducir el consumo de agua de una manera efectiva.

A mediados de 2018, las lluvias llegaron a Ciudad del Cabo y sus presas se llenaron nuevamente, lo que evitó una crisis similar a la de 2017-2018. Actualmente, las presas se encuentran a 95% de su capacidad. La ciudad tiene un respiro, pero no ha solucionado su problema y enfrenta el reto futuro de no perder la oportunidad de diversificar sus fuentes de abastecimiento y hacer un uso más eficiente del líquido.

Barcelona: “adaptación exitosa”

Otro caso sumamente ilustrativo, pero donde han prevalecido políticas y resultados muy diferentes, es Cataluña, específicamente el Área Metropolitana de Barcelona (amb), donde ha imperado un enfoque preventivo y de adaptacióncon buenos resultados.

Esta región encadena 39 meses sin lluvias sustanciales. Todas las autoridades han colaborado, comenzando por el presidente de la Generalit, Pere Aragonès, quien en febrero de 2024 declaró que se vive la “peor sequía desde que hay registro”.(1) Los embalses que abastecen a 6 millones de personas, incluida la población de Barcelona, están a menos de 16% de su capacidad. Los ríos Ter y Llobregat, en el norte de Cataluña, han caído al 15.8% de su capacidad.(2)

La Gerencia del AMB, encargada de organizar el servicio de agua en los 36 municipios del entorno de Barcelona, dio el visto bueno  al plan para reducir la presión del suministro de agua y dar respuesta a las restricciones que impone la Generalitat ante la inminente emergencia por sequía. La AMB aprobó un decreto denominado Plan de Contingencia Operacional en Situación de Sequía, en el que se establece cómo se va a actuar ante la inminente entrada en emergencia.(3)

Entre las primeras medidas destacan las siguientes: a partir de 2 de febrero de 2024, se limitó el consumo de agua para garantizar el abastecimiento doméstico en los próximos meses; no se podrá consumir más de 200 litros por habitante y día —el promedio habitual es 163 litros por persona al día—; se redujo en 40% el consumo para riego agrícola, en 30% para usos ganaderos y 15% para usos industriales y recreativos.(4)

La emergencia tendrá tres fases: emergencia 1, emergencia 2 y emergencia 3; ésta última si no aparecen las lluvias (y podría aplicarse en verano). Los planes incluyen a los consumidores domésticos, las actividades económicas y los espacios públicos y recreativos. Por ejemplo, con la entrada de la emergencia sólo se permitiría regar los árboles monumentales para garantizar su supervivencia. También se permitirá regar todos los árboles y las plantas de zonas verdes y jardines públicos, siempre y cuando se haga con agua tratada o agua freática. Igualmente, los lagos artificiales podrán ser llenados cuando actúan como refugio de fauna autóctona. Los jardines y zonas verdes privadas no se podrán regar. Además, se prohíbe lavar los automóviles en casa; únicamente podrá hacerse en empresas que demuestren el uso de fórmulas de recirculación. Para quienes no observen estas medidas existen multas que van de 50 a 3 000 euros.

A cambio de lo anterior, el agua para el consumo doméstico está garantizada. Incluso, se han previsto escenarios extremos. De continuar con la sequía, el sistema podrá garantizar un máximo de 110 litros al día en el área metropolitana; pero, en ese caso, se haría imprescindible el trasvase de agua de otros lugares. El puerto de Barcelona ya ha realizado mejoras de infraestructura en el caso de que tenga que recurrirse a la descarga de agua de buques cisterna para abastecer a la ciudad.

Es importante señalar que las autoridades no se han limitado a reaccionar ante los acontecimientos, sino que aplicaron medidas que permiten impulsar una transformación de la forma en que funciona el sistema hídrico.

Hace mucho tiempo que sabemos que nuestra cuenca mediterránea va a pasar a tener una situación climática parecida a lo que tenían latitudes inferiores en el pasado; por tanto, ahora estamos en un momento muy agudo de la sequía, pero sabemos que cuando salgamos siempre vamos a permanecer en un estado de menos disponibilidad de agua de la que teníamos.

Finalmente, agregó: “La Generalitat de Cataluña lleva tiempo creando agua. Con agua regenerada y agua desalinizada ya hemos conseguido aplazar la declaración de emergencia en más de un año”.(5)

Gracias a las desaladoras, a las instalaciones de regeneración de agua y a una mayor utilización de las aguas freáticas, la Generalitat logró “fabricar” agua para cubrir de las necesidades del área metropolitana. Mientras que en 2021 dependían mayormente de los ríos y los embalses, para 2022 se pasó a depender de la desalinización, de las aguas reusadas y las aguas freáticas (para usos no potables). En este momento, 55% del consumo del AMB procede ya del agua que proporcionan las desalinizadoras y las plantas de tratamiento de agua residuales. Es decir, se anticiparon a la crisis y ahora se encuentran en mejores condiciones para enfrentar la sequía. Lograron una adaptación exitosa.

Pero no es sólo diversificar las fuentes de aprovisionamiento. El gobierno de Barcelona se ha propuesto, desde hace 20 años, reducir el consumo de agua en todos los ámbitos: doméstico (que es el mayoritario), comercial y municipal.(6) Si todas estas medidas no se hubieran realizado con anticipación y oportunidad, Cataluña estaría en una crisis igual o peor a la vivió Ciudad del Cabo y por la que está atravesando la Ciudad de México en estos momentos.

Ciudad de México: crisis recurrentes

En la urbe mexicana, el enfoque que ha predominado es de tipo reactivo sin transformación.Al igual que en los casos anteriores, el fenómeno de las sequías y sus impactos negativos dista de ser nuevo. Hemos padecido por la reducción del flujo proveniente del Sistema Cutzamala desde 2009, cuando se registró una severa sequía; luego vivimos episodios en 2011, 2018, 2020 y desde finales de 2023. Los avisos y las alarmas han estado presentes en, por lo menos, los últimos 15 años.

Sin embargo, de los tres casos, el de la Ciudad de México es el que menos puede atribuir la crisis a la escasez de lluvias. Esto es así porque el Cutzamala no representa el principal aporte de agua para la metrópoli con sus 9 millones de habitantes. Recordemos que 70% del total del agua que recibe la urbe proviene de fuentes subterráneas; el Cutzamala aporta 27% y los ríos y manantiales otro 3%. Estas proporciones no son muy diferentes cuando extendemos el análisis a la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM), con sus 22 millones de habitantes.

De tal suerte que, en el corto y mediano plazo, estas fuentes no resultan afectadas por las variaciones extremas del clima. Ciertamente, una reducción del caudal que proviene del Cutzamala afecta el abastecimiento, pero no es el factor determinante.

Detengámonos brevemente para analizar algo de números.

En noviembre de 2023, el sistema Cutzamala entregaba para su distribución a los municipios mexiquenses de Toluca, Metepec, San Mateo Atenco, Lerma, Naucalpan, Tlalnepantla, Atizapán de Zaragoza, Ecatepec y Nezahuacóyotl, así como a 12 alcaldías de la Ciudad de México, un total de 12.2 metros cúbicos por segundo; caudal que se redujo a 9.2 metros cúbicos. En febrero de 2024, este volumen se contrajo en 800 litros adicionales, llegando hasta los 8.4 metros cúbicos por segundo.

Según algunas fuentes, la Ciudad de México estaría recibiendo en estos momentos entre 4 y 5 metros cúbicos del Cutzamala, lo que significa que de noviembre a la fecha dejó de recibir de 3 a 4 metros cúbicos por segundo. Esta cantidad representaría una disminución aproximada de 15% del total del agua que recibe de sus distintas fuentes.

De la anterior información surgen algunas preguntas: ¿Esta reducción es la que está generando problemas tan severos como los que estamos observando en los primeros meses del año?, ¿no era previsible que esto sucediera?, ¿qué hicieron los distintos gobiernos —del pasado y los actuales, federales y estatales— para subsanar esta reducción que se veía venir?

Con relación a la primera interrogante, la disminución ayuda a entender parcialmente lo alarmante de la situación, pero no logra explicar la enorme dimensión que adquirieron los problemas de falta de agua que se han vivido. Pensemos, por ejemplo, que en Ciudad del Cabo la disponibilidad de agua se redujo en 80%, algo que ni remotamente sucedió en la Ciudad de México.

La respuesta a la segunda pregunta es que, tanto las autoridades federales, las del Estado de México y de la Ciudad de México, han sido plenamente conscientes de la situación y de sus consecuencias desde hace muchos años.

La última respuesta es que el enfoque predominante ha consistido en administrar el racionamiento y formular llamados a la población para utilizar con cuidado el recurso, pero sin buscar una transformación que modifique las fuentes de abastecimiento y promueva el uso eficiente del líquido, tal como se hizo en Barcelona.

No es (sólo) el Cutzamala

Hay que reconocer que la administración de la Ciudad de México 2018-2024 impulsó, desde el inicio de su gestión, un vigoroso programa de reducción de fugas, instalación de un gran número de dispositivos para captación agua de lluvia, reposición de pozos agotados e, incluso, una ampliación sustantiva del presupuesto del Sistema de Aguas de la Ciudad de México (Sacmex), que con el paso del tiempo se redujo. Sin embargo, los planes iniciados no alcanzaron sus objetivos y resultaron insuficientes para enfrentar los eventos climáticos contingentes. No lograron suplir esos 3 a 4 metros cúbicos por segundo que dejó de proporcionar el Cutzamala en los últimos meses.

La situación ya era delicada desde hace muchos años: carecemos de un sistema de agua sustentable y resiliente, cientos de miles de personas no están conectados a la red y millones disponen del líquido en cantidad y calidad deficiente, nuestra principal fuente de abastecimiento (los acuíferos) se encuentra sobreexplotada en, por lo menos, un 100%; gastamos muchos más recursos presupuestales que los ingresos recaudados.

A pesar de los esfuerzos del gobierno capitalino para reducir las fugas, su nivel es aún excesivamente alto. Un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD, por sus siglas en inglés), que incluyó 43 ciudades del mundo, registra que la Ciudad de México ocupa el cuarto lugar en mayor porcentaje de pérdidas, sólo superada por Chihuahua, San Luis Potosí y Tuxtla Gutiérrez.(7)

La pérdida por fugas representa cerca de 40% del total: 12 800 litros cada segundo de los 32 000 litros que distribuye el Sacmex. Si fijamos en diez pesos el costo real promedio de producir mil litros, resulta que el gobierno de la ciudad pierde diariamente 11 millones 59 mil pesos, que al año suman 4 mil 36 millones de pesos.

El 22 de marzo de 2022 las autoridades capitalinas informaron que el Programa de Modernización del Sistema de Distribución de Agua Potable había permitido reducir en 500 litros las fugas.(8) Es muy loable que se haya logrado esta disminución, pero se trata de un volumen muy modesto. Todavía se tiran al drenaje miles de millones de pesos.

En materia de aguas residuales tampoco se lograron muchos avances. Sacmex opera 26 plantas de tratamiento de aguas residuales que aportan, en conjunto, 3 461 litros/s, un poco por arriba del 10% de los 32 000 litros de agua que distribuye. Es una cantidad muy baja. Pensemos que Barcelona recibe, en la actualidad, hasta 25% de agua de las llamadas plantas regeneradoras. Desafortunadamente, la planta de tratamiento con más capacidad en América Latina, inaugurada en 2016, se ubica fuera del Valle de México: en el municipio de Atotonilco, en Hidalgo, donde se canaliza hacia los distritos de riego del Valle de Mezquital, a pesar de que las aguas negras tratadas provienen de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.

El agua de lluvia, sin duda, es una alternativa importante y debe reconocerse que en la Ciudad de México se han hecho esfuerzos importantes para incrementar su captación, sobre todo entre la población que carece por completo de ella. Sin embargo, el recurso pluvial es un complemento y, por ahora, no representa una solución integral que pueda suplir a otras fuentes de abastecimiento. Y, menos aún, en la temporada de estiaje.

Así, llegamos a un factor que, sin bien no es el único, influye sobremanera para retardar y hasta impedir la aplicación de alternativas efectivas de transformación: el financiamiento. Hay que dejarlo claramente establecido: mientras no se haga una fuerte inversión en agua, el problema no se resolverá. El problema radica en definir cómo se obtendrán los recursos. La vía de las tarifas ofrece alguna posibilidad, pero no es posible incrementarlas permanentemente. La vía del presupuesto no es suficiente, como ya quedó en evidencia cuando el gobierno de la ciudad elevó el presupuesto del Sacmex en 2019 a 17 mil 63 millones de pesos y, paulatinamente, lo fue reduciendo hasta alcanzar este año 13 mil 266 millones. Además, el recurso fiscal existente se aplica fundamentalmente al gasto en capital humano y la operación del organismo, minimizando la inversión en infraestructura.

La otra opción es acudir a los préstamos nacionales o internacionales. Sin embargo, por razones político-doctrinarias, los gobiernos de la ZMCM han rechazado esta alternativa. La suma de estos factores arroja un resultado contradictorio: mientras se cierran las puertas a la participación del sector privado formal en la prestación de los servicios de agua y drenaje, el sistema de agua se privatiza con la intervención de los grupos particulares más atrasados (el sistema de camiones cisterna o “pipas”) y, no pocas veces, del sector privado irregular y de los grupos criminales.

En este aspecto cabe preguntarse: ¿Cuánto hemos perdido en los últimos años por concepto de fugas? ¿No hubiera sido mejor buscar financiamiento para reducir significativamente las cuantiosas pérdidas? Con el ahorro obtenido ya se habría pagado el crédito y tendríamos una cantidad mayor de agua para suplir la que disminuyó del Cutzamala; incluso, para abastecer a la población que hoy carece de ella.

Sabemos que el agua se distribuye de manera muy desigual y que la población más pobre es la que menos la recibe, viéndose obligada a pagar por ella una cantidad muy elevada de su ingreso. Se debe atender prioritariamente a este grupo social. Sin embargo, el derecho humano al agua para todos los habitantes difícilmente puede alcanzarse cuando se tiene un sistema ineficiente, despilfarrador y mal financiado. La mala administración se convierte, así, en un factor que profundiza la desigualdad e inequidad social.

El costo social

¿Cuál ha sido la reacción de las autoridades ante las sucesivas crisis que enfrentamos desde, por lo menos, 2009? Invariablemente, se atribuye el problema a la menor disponibilidad del Cutzamala, se identifica a los municipios y colonias que resultarán afectados y se hacen exhortos para que el usuario doméstico “adquiere conciencia” sobre el problema y reduzca el dispendio. Lo que no se ha hecho es lo fundamental: no se ha generado una diversificación de fuentes, no se han disminuido significativamente las pérdidas de la red, carecemos de una política tarifaria que modifique los patrones de consumo y no contamos con un plan para resolver a mediano y largo plazo los problemas de fondo que padecemos.

Afortunadamente, la idea de importar agua de cuencas distantes (Amacuzac, Tula, Necaxa, Oriental-Libres) se ha ido diluyendo por sus costos elevados, impactos ambientales negativos y oposición social y política. Seguir sobreexplotando nuestros acuíferos traería consecuencias negativas aún mayores.

En muchos sentidos, la Ciudad de México ha estado en una posición con menos desventaja para enfrentar la crisis que Ciudad del Cabo y Barcelona. Esto se debe, en buena medida, a la existencia de sus ricos, pero sobreexplotados, acuíferos. Sin embargo, los efectos negativos entre la población han sido más severos y los llamados a los usuarios para que modifiquen sus hábitos no han sido atendidos porque la autoridad carece de credibilidad y de mecanismos sancionadores. Las múltiples protestas en la ZMCM y en Toluca, así como las miles de quejas presentadas ante las autoridades (3 mil 827, entre el 1 y el 27 de enero de 2024) muestran que los damnificados del agua, de hoy y de siempre, enfrentan una situación insoportable.

Desafortunadamente, tras la revisión de los tres apuntados, la conclusión es que la Ciudad de México es la que menos ha aprendido y menos se ha transformado de las múltiples crisis que la aquejan. Nuestra fragilidad es mayor. Por el momento, la oportunidad de avanzar hacia una solución más sólida, duradera y sustentable se nos ha ido de las manos, como si fuera agua.

Es claro que podemos postergar la búsqueda de una solución efectiva a los problemas señalados. Así lo han hecho, en mayor o menor medida, los gobiernos de administraciones pasadas, y la sociedad en su conjunto lo ha tolerado. Pero el costo social, económico y político cada día será mayor. ¡No sigamos culpando a la naturaleza!


REFERENCIAS

1 Andrés Actis, La PolíticaOnline, 2 de febrero de 2024.

2 Euronews, 2 de febrero de 2024.

3 Antonio Cerrillo, La Vanguardia, 18 de enero de 2024.

4 Actis, op. cit.

5 Jaime Velázquez, Euronews, 1° de febrero de 2024.

6 Gillem Costa, El Periódico, 10 de enero de 2024.

7 oecd, Water Governence in Cities, 2016. Disponible en: http://dx.doi.org/10.1787/9789264251090-en.

8 https://gobierno.cdmx.mx.modernización

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Manuel Perló Cohen

Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM
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