¿Y si hablamos de Capitaloceno y otros términos?

La discusión en torno al cambio climático y sus repercusiones en la vida comunitaria obliga a modificar la perspectiva en todas las disciplinas del conocimiento, de las ciencias naturales a las ciencias sociales. Es un debate en construcción que reclama no sólo proponer teorías críticas sino “reparadoras”, que asuman la diversidad y vengan de ella.

La primera vez que escuché el término fue en un seminario donde se discutía acaloradamente si lo correcto era decir que nos encontramos en el “Antropoceno” o en el “Capitaloceno”… ¡Uy, qué conceptos tan rimbombantes! Suenan muy interesantes, me dije. Obviamente, en ese momento quedé al margen de la discusión.

Dado su origen relativamente reciente (el año 2000) y, sobre todo, porque es un concepto que surgió entre especialistas de las ciencias naturales, es hasta años recientes que se habla del Antropoceno en los debates académicos de las ciencias sociales.

La esfera humana y la natural, imbricadas

Paul Crutzen, investigador holandés ganador del premio Nobel de Química 1995, llevó a su máximo desarrollo la idea de que los seres humanos han transformado el planeta de una manera tan profunda, que se puede hablar de un nuevo tiempo geológico, el de los seres humanos.

Antes de formular esta hipótesis, Crutzen identificó la existencia de sustancias que atacan la capa protectora que se encuentra alrededor de la Tierra, compuesta por moléculas de ozono. Sus estudios permitieron que investigadores como Mario Molina y Sherwood Roland, con quienes compartió el Nobel, expresaran de manera clara que los clorofocarbonatos (CFC), presentes en una gran variedad de artículos del hogar, estaban poniendo en peligro la capa de ozono.

¿Cómo se sentiría Crutzen al descubrir que sustancias encontradas en productos como la laca para el cabello estaban destruyendo la Tierra? ¿Cómo se sentiría al pensar que sustancias creadas por las manos del hombre estarían poniendo en riesgo toda su existencia?

Descubrir que los seres humanos nos hemos convertido en una fuerza medioambiental global capaz de generar transformaciones radicales, que en poco o en nada han beneficiado los diversos espacios en los que habitamos, no debió ser un tema sencillo de manejar.

Por ello su discurso fue tan brillante. Pareciera evidente que dejamos el Holoceno y nos encontramos en un tiempo geológico moldeado por los seres humanos, dado su impacto directo en el medio natural a través de las diversas formas de organización social, política y económica.

En consecuencia, Crutzen propone que dejemos de lado la inercia del pensamiento occidental; un pensamiento que concibe en estancos separados: por un lado, el ser humano racional (un ser humano de corte neoclásico que busca maximizar beneficios y disminuir costos); por el otro, el “ambiente”. La realidad es que no existe una esfera humana y una esfera natural; ambas se encuentran imbricadas.

Comprobación empírica

Existen pruebas contundentes sobre la agudización del cambio climático en la Tierra y la reducción de la biodiversidad en las últimas décadas; dichas alteraciones se explican por la acción humana. Debido a su comprobación empírica y a los indicadores y datos que evidencian que el planeta se encuentra al borde del colapso, el concepto de Antropoceno ha sido aceptado por amplios sectores de la comunidad científica.

Reportes de diversas instituciones y organizaciones especializadas aseguran que el indicador más claro del calentamiento global es el constante incremento de las temperaturas promedio en el mundo, que en los últimos años aumentó 0.8 ºC, producto de los gases de efecto invernadero.

El aumento de temperatura genera que la humedad del suelo se evapore rápidamente, provocando sequías y olas de calor, lo que a su vez incrementa la posibilidad de incendios de mayor amplitud e intensidad. El aumento de temperatura también ha afectado de manera directa los patrones de lluvia y nieve, y, por supuesto, generado cambios en las comunidades de plantas.

Las estaciones del año, que eran tan marcadas, están desdibujadas: parece que la primavera y el otoño están desapareciendo, mientras que el invierno y el verano han dejado de representar cambios drásticos. Esto afecta de muchas maneras y en diversos espacios; pero una de las transformaciones más graves apunta a la agricultura: quienes producen en el campo deben instrumentar medidas drásticas y costosas para aminorar los efectos de sequías o heladas.

Sin embargo, es importante señalar que el modelo vigente en la producción agrícola y ganadera también contribuye al cambio climático, principalmente por la producción intensiva, el uso excesivo de fertilizantes y la deforestación de grandes extensiones de tierra que son ocupadas para el ganado.

El mar tampoco escapa a las consecuencias del cambio climático, ya que en los últimos 30 años, y debido a que el mar absorbe grandes cantidades de dióxido de carbono, ha provocado un incremento en su acidez de más de 6.2%. Asimismo, el mar se está calentando cada vez más, lo que provoca tormentas y huracanes que se manifiesten con mayor frecuencia.

Con estos datos como contexto, la hipótesis del Antropoceno ha ganado espacio en los debates científicos. De hecho, en el año 2020 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) dedicó su informe al concepto. En la introducción, titulada “La próxima frontera: el desarrollo humano y el Antropoceno”, se subraya la necesidad de incorporar éste y otros términos para concebir y medir el progreso. Ya no basta con hablar de Producto Interno Bruto (PIB) como medida de desarrollo.

Si bien el PNUD ya había clasificado a los países del mundo según su nivel de “desarrollo humano” (analizando la oportunidad que tienen los habitantes de un país para lograr la vida que deseen), ahora da un paso más allá al visualizar de manera directa el impacto de las sociedades humanas sobre el planeta. Al mismo tiempo, dedica una parte del informe a la articulación de alternativas de organización social, económica y productiva para lograr un entorno que combine el equilibrio con la naturaleza y la justicia en la vida de las comunidades.

El discurso se vuelve aún más interesante cuando toca el tema de la pandemia de covid-19, emergencia global que reveló la extraordinaria debilidad de las bases sociales, económicas y políticas que sustentan a las sociedades contemporáneas, y la fragilidad del ser humano ante un virus. Atisbo, apenas, de lo que nos depara el futuro.

La hipótesis del Antropoceno propició un debate ambiental, político y moral. Desde otras ciencias se incorporan nuevos elementos que enriquecen la reflexión

Lo cierto es que la humanidad enfrenta una grave disyuntiva: continuar por la ruta de la degradación de las condiciones sociales, productivas y ambientales, o asumir la urgencia de establecer una relación diferente con la naturaleza. Esto último, la necesidad de encontrar un camino alternativo en donde el ser humano encuentre una interconexión con lo natural, reclamaría transformar nuestra dinámica socioproductiva para asegurar el porvenir.

Del capitalismo a los ensamblajes multiespecie

Es un hecho que la hipótesis del Antropoceno puso sobre la mesa no sólo un debate ambiental sino, también, político y, hasta cierto punto, moral. A partir de ello es que surgen, desde otras ciencias, posiciones críticas que incorporan nuevos elementos a tener en consideración.

La discusión en torno a una nueva era geológica marcó un antes y un después en la reflexión de diversas disciplinas científicas. Un cierto grado de “culpa” llevó a pensar en los actos cometidos: ¿cómo y en qué momento llegamos aquí?, ¿de quién es la culpa?, ¿de todos?

El calentamiento del planeta ha venido aumentando desde el inicio la Revolución Industrial, a fines del siglo XIX, cuando se comenzaron a quemar grandes cantidades de combustibles fósiles, los cuales fueron liberando dióxido de carbono.

No es de extrañar que el capitalismo alcanzara su etapa madura en ese siglo, ya que al proceso de acumulación de la tierra se le sumó la acumulación de dinero, fábricas, acciones de empresas, etcétera. En este proceso, el trabajo humano tuvo un papel relevante en la reproducción y generación de valor y valor añadido (plusvalía) que no le es remunerado; pero, también, de manera importante en la explotación desmedida de la naturaleza.

De manera simplista diríamos que, por un lado, tenemos a los poseedores de los medios de producción y, por el otro, a los desposeídos, que lo único que tienen propio es su mano de obra para ofertar. Esto nos permitiría pensar, de entrada, que no todos los seres humanos han participado de igual manera en el Antropoceno; no todos los grupos sociales han participado de la misma forma en su reproducción.

No es lo mismo hablar de países desarrollados que de países en vías de desarrollo; no es lo mismo hablar del Norte que del Sur. De fondo hay muchas escalas de relaciones y de dinámicas productivas, organizativas, culturales, etcétera, que nos llevan a pensar en la diferencia de espacios y la organización de los mismos. Aquí es donde las ciencias sociales hacen su aparición, ya que tanto el planteamiento de la problemática medioambiental como su solución deben de verse de acuerdo a la adscripción espacial del ser humano.

Desde los años noventa del siglo pasado, en los diversos discursos y teorías de las ciencias sociales se ha aceptado que el ser humano dejó de ser ese homo economicus que sólo estaba interesado en maximizar su beneficio y disminuir sus costos; cada vez, con mayor contundencia, se asume que el ser humano es realmente complejo y lo mueven múltiples racionalidades; por lo que, también, debieran considerarse las múltiples realidades en las que se desarrolla.

De esta manera, referirse al ser humano como “especie” sería muy simplista. En 2015, desde el campo de la ecología política, Jason W. Moore ahondó en el debate al mencionar que no podemos decir que fue el antrophos, la especie humana concebida como un todo, quien originó la situación actual que vive el planeta; que debemos pensar que fue originado por las relaciones que privilegian la acumulación de capital.

Así, el concepto de Capitaloceno ha ido ganando cada vez más adeptos, ya que abrió el debate a nuevas formas de concebir y analizar el cambio climático que dio origen al Antropoceno. En el discurso de Moore se desdibuja, aún más, la división entre el ser humano y la naturaleza; propone que pensemos en que los procesos de acumulación del capital son procesos socioecológicos; invita a considerar que existe un replanteamiento de la naturaleza como algo multinivel. La ecología-mundo que enarbola Moore se posiciona como un nuevo paradigma que permitiría explicar fenómenos complejos como el cambio climático, además de otros fenómenos sociales y políticos.

No sólo se trata de construir teorías críticas sino, también, teorías reparadoras que vengan desde diversos ecosistemas y espacios de acción local

Donna Haraway | CC BY-SA 3.0

Otros términos han surgido a partir del debate del Antropoceno. Es el caso del Plantacioneno y el Chthuluceno, ambos formulados por Donna Haraway entre 2015 y 2017. Para esta autora, el Antropoceno tiene discontinuidades graves, por lo que nuestro trabajo sería hacer que sea un periodo corto en la medida en que vayamos construyendo lo que llama “refugios”, donde grupos de seres vivos se reconstruyen a partir de eventos extremos como la deforestación o el desplazamiento.

El término Plantacioceno designa la transformación devastadora de bosques y extensiones de tierra en plantaciones extractivas y cerradas; en estas plantaciones el trabajador es alienado y, en general, ha sido desplazado espacialmente. Por su parte, Chthuluceno es un concepto más complejo en el cual tiene que ver el florecimiento de ensamblajes ricos en múltiples especies en donde se incluyan a las personas.

Haraway invita a no pensar en relaciones antropocéntricas, ya que tenemos una conexión común entre todos los seres vivos, una relación simbiótica. Ella aboga por un pensamiento optimista, pues considera que aún es posible revertir los daños al planeta si encontramos la manera de cohabitar con otras especies acompañantes.

Los debates que han surgido a partir del concepto Antropoceno son realmente relevantes, interesantes y novedosos. A partir de este breve recorrido debe quedar claro que nosotros vamos construyendo, día a día, el futuro de la naturaleza, de la humanidad. Hoy, más que nunca, debemos pensar en nuestras acciones, en nuestro consumo, en la comunidad y en el futuro que dejamos para los que vienen detrás de nosotros. No solo se trata de construir teorías críticas sino, también, teorías reparadoras que vengan de la diversidad, desde diversos ecosistemas y espacios de acción local.

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Jessica Mariela Tolentino Martínez

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