Antropoceno, orígenes e impacto socioeconómico

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Dos vías para encontrar la salida al laberinto y empezar a construir alternativas. Por un lado, el trabajo de geólogos y otros expertos por establecer las bases del Antropoceno como una nueva Era geológica. Por el otro, la reflexión crítica desde las ciencias sociales que alimente el debate público y ayude a revertir los males de un planeta enfermo.

Ana María Soler Arechalde | Eufemia Basilio Morales

El Antropoceno es un concepto sometido a debate, ya que no se tiene una definición única entre los diferentes grupos de investigación, tanto en las ciencias duras como en las humanidades y las ciencias sociales, lo que ocasiona confusión.

La periodización del pasado de nuestro planeta, de acuerdo con la geología, se ha logrado siguiendo estrictas normas estratigráficas que, en ocasiones, llevan decenas de años para su aceptación. En esa perspectiva, uno de los problemas que planteaban los geólogos para aceptar una nueva Era geológica –el Antropoceno, caracterizada por el impacto humano sobre la Tierra– parecía relativamente simple: ya el Holoceno, época que se define por el fin de las glaciaciones, contempla la expansión de la especie humana.

En el año 2000, el químico holandés Paul J. Crutzen y el biólogo estadounidense Eugene F. Stoermer introducen el término, cuya argumentación publican poco después en una revista del Programa Internacional de la Geosfera y Biosfera (IGBP, por sus siglas en inglés). La palabra se populariza en 2002, con un artículo de Crutzen en la revista Nature, denotando que la afectación del medio ambiente por las sociedades humanas involucra energías similares a las de la propia naturaleza.

En 2009, los estratígrafos aceptan que debe analizarse esa afectación, aunque ya desde los siglos XVII y XVIII, con las expansiones europeas de ultramar, se reportaban cambios sustantivos en las áreas tropicales. Alteraciones que, sin embargo, no encuentran punto de comparación con lo ocurrido después de la Segunda Guerra Mundial.

Para estudiar la dimensión de tales transformaciones se integró el Grupo de Trabajo del Antropoceno (GTA), que tiene como uno de sus objetivos centrales lograr una definición única del concepto de Antropoceno y estudiar a fondo las pruebas presentadas por distintos sectores de la comunidad científica, con el fin de establecer un nuevo tiempo geológico.

En el siglo XX hubo diversos intentos por definir la edad del planeta. En 1892, Lord Kelvin calculó que el enfriamiento de la Tierra habría durado entre 20 y 40 millones de años

Más de una década después, el debate y los análisis no han concluido. Sin embargo, el término ha encontrado buena acogida en las ciencias sociales, diversas disciplinas humanísticas y algunas expresiones artísticas preocupadas por el impacto “catastrófico” de la “huella humana” en la naturaleza y, desde luego, en las repercusiones sociales, culturales y productivas de la crisis ambiental que vive el planeta.

Tiempo geológico

En todos los experimentos científicos el tiempo es una de las principales variables. Para las ciencias de la Tierra, el tiempo puede medirse a escalas pequeñas como 24 horas, que corresponde al lapso en que vuelve a salir o ponerse el Sol (una de las primeras observaciones del ser humano), o la importancia del año para determinar los tiempos de siembra y de cosecha. En la actualidad, ya podemos medir en centésimas, o hasta milésimas de segundo, para establecer al ganador de una carrera de 100 metros planos, o picosegundos para el estudio de partículas elementales. El ser humano está acostumbrado a manejar años, días, horas, minutos y segundos, pero le es difícil imaginar cientos, miles o millones de años.

En el siglo XVIII, la geología ya planteaba que la historia de la Tierra era la consecución de numerosos eventos de formación y erosión, y que el tiempo que tomaban tales procesos era inmenso; pero no se contaba con métodos de datación para determinar su magnitud. Por ello se comenzó a utilizar la “datación relativa”, basada en que los estratos de la Tierra se depositan horizontalmente; es decir, que son más antiguos los que se encuentran debajo de los más superficiales; principio de la estratigrafía que continúa utilizándose.

El propósito de establecer con relativa precisión la edad del planeta llevó a explorar diferentes métodos. En el siglo XIX se hicieron varios intentos. Uno de los más famosos es el de William Thomson, conocido como Lord Kelvin, quien calculó en 1892 el tiempo que le habría tomado a la Tierra enfriarse: entre 20 y 400 millones de años. No obstante, geólogos como Charles Lyell y biólogos como Charles Darwin diferían del resultado, pues de sus observaciones concluían que los tiempos de sedimentación tenían que ser mucho mayores.

En 1896, el descubrimiento de la radiactividad amplió el horizonte. Dado que la radiactividad es la propiedad de ciertos elementos de la tabla periódica –como el radio– que, de forma espontánea, decaen de un núcleo inestable a otro estable, las investigaciones sobre la velocidad que tomaba el decaimiento permitieron establecer un marco de referencia temporal. Como las rocas contenían estos elementos, se podía determinar la cantidad de núcleos inestables y núcleos estables y, así, determinar el tiempo que llevaban decayendo; se podía, pues, establecer la edad de la roca. Uno de los primeros resultados de este procedimiento, realizado en 1907, fue la datación de rocas del periodo Cámbrico en 500 millones de años.

La teoría más aceptada sobre el origen del Universo es la de una gran explosión o Big Bang, que ocurrió hace aproximadamente 13,770 millones de años. Este lapso pudo determinarse gracias al estudio del movimiento de las galaxias producido por la explosión, lo que es una datación de tipo relativo; en cambio, para el origen de nuestro sistema solar se tomó la edad de la roca más antigua conocida hasta el momento: 4,600 millones de años, datación Sm/Nd del meteorito Allende, que cayó en México en febrero de 1969.

Nuestro planeta ha evolucionado desde su origen y esta serie de eventos ha quedado registrada en los estratos de las rocas. El primero en observarlo fue Nicholas Steno, en 1669, al publicar tres de los principios básicos de la estratigrafía: el primero, o de superposición, dice que un estrato sedimentario o rocoso se va agregando sobre otro y, por lo tanto, el de encima es más joven; el segundo describe que los estratos se depositan horizontalmente; el tercero se refiere a la continuidad lateral de los estratos. Así, de manera relativa, se establecía una cronología denominada cronoestratigrafía. En consecuencia, para establecer la estratigrafía de un sitio se debe incluir una descripción detallada de las rocas, su extensión, correlaciones y los posibles orígenes de la formación del estrato. A partir de la aparición de formas de vida, para estratos más recientes se incluye la descripción de los fósiles encontrados.

Cuando se identifican procesos que se presentan en todo el planeta, estos se registran en la Escala de Tiempo Geológico (ETG), de acuerdo con los estándares de Comisión Estratigráfica Internacional (ICS). Estándares que son el resultado de diversos acuerdos con el objetivo de contar con una descripción universal de cada evento. En la actualidad, se complementa con una escala de tiempo lineal basada en edades radiométricas o isotópicas (incorporación de isótopos radiactivos a rocas, minerales o materia orgánica), cambios químicos o en las polaridades del campo geomagnético, denominada escala cronométrica. Por último, la combinación de las dos anteriores origina una escala de tiempo geológico calibrada. Un ejemplo de ello: la frontera entre el Pleistoceno y el Holoceno en el Cuaternario se caracteriza por el fin del Younger Dryas,o “evento de enfriamiento súbito del clima” al final de la última glaciación (entre 12,700 y 11,700 años AP). Después de este evento, se produjeron fenómenos como la extinción de mamíferos gigantes (mamuts y mastodontes); el predominio de foraminíferos (microorganismos con esqueleto o caparazón) de agua caliente; la desaparición de polen de vegetación de tundra y la aparición de polen de bosques; la subida de 40 mm/mm por año del nivel del mar a lo largo de 300 años y un aumento de 7°C de temperatura en Groenlandia. Al retirarse los hielos, en algunas zonas del planeta la corteza se elevó decenas de metros. Asimismo, se registró un desplazamiento (“excursión”) del campo geomagnético.

El pasado remoto del planeta seguiría la siguiente secuencia: establecido el origen del sistema solar hace 4,600 millones de años –la edad de la roca más antigua encontrada hasta hoy–, se ha fijado en 4,500 millones de años la edad de la Tierra; asimismo, con la datación de las rocas en las que aparecen los primeros fósiles, se establece la aparición de la vida hace 3,750 millones de años; a partir de este último dato, el estudio de sus fósiles ha permitido una mayor definición y, por tanto, un mayor número de subdivisiones, pero ninguna superior a 100,000 años. La diversificación de la vida ha permitido una mayor definición de los eventos que forman la historia del planeta, lo que se traduce en un mayor número de subdivisiones en la Escala de Tiempo Geológico.

La ETG presenta una organización de tipo jerárquico donde el tiempo se divide en eones que, a su vez, se subdividen en eras. El Eón en que nos encontramos es el Fanerozoico o, según su etimología, “vida visible” (de 540 millones de años a la actualidad); éste se divide en tres eras caracterizadas por profundos cambios en las formas de vida: la Paleozoica, o “vida antigua”, que comprende a los invertebrados, peces y anfibios; la Mesozoica, o “vida media”, que comprende a los reptiles, y la Cenozoica, o “vida reciente”, donde aparecen los mamíferos y se registra el desarrollo de los seres humanos (Figura 1). A su vez, cada Era se divide en periodos; cada Periodo, en épocas y cada Época, en edades, cuyos nombres corresponden con la “sección tipo” que las caracteriza. Por ejemplo: la Era Cenozoica tiene tres periodos, siete épocas y 24 edades (Figura 1, Tabla 1). La Tabla 1 muestra los periodos y épocas, “marcadores” y “sección tipo” (puntos de referencia dentro de la ETG) que caracteriza a la Era Cenozoica, misma que alcanza al tiempo actual. Es aquí, justamente, donde un sector de la comunidad geocientífica propone integrar el Antropoceno: como una nueva Época del Periodo Cuaternario del Cenozoico.

Definición de una nueva Época

No es fácil, en consecuencia, definir una nueva Época en la historia de la Tierra. Se deben presentar pruebas de cambios químicos, biológicos y en el paisaje. Además, en el caso del Antropoceno, estos cambios deben ser atribuidos a la actividad antropogénica; es decir, a la acción de las sociedades humanas.

Para cumplir con los requerimientos del Código Estratigráfico generado por la ICS, los cambios en los estratos deben probarse y documentarse. Se deben definir los límites superior e inferior con una sección y punto estratigráficos tipo de carácter global (Global Boundary StratoType Section and Point, gssp). Por ejemplo, para la división entre el Cretácico Paleógeno (K/Paleógeno), la sección tipo es la de El Kef, en Túnez, donde se encuentra la capa enriquecida en iridio por el impacto del meteorito que generó el cráter de Chicxulub, en México. La sección muestra los depósitos producidos por el impacto, que se caracterizan por fragmentos de roca, microesférulas y cuarzos “chocados”; esto es, cuarzos con señales de impacto que sólo pueden ser generadas por un evento que involucre grandes cantidades de energía. Además de la capa enriquecida en iridio, se observa la extinción en masa de foraminíferos bentónicos (microrganismos marinos con esqueleto o caparazón que viven en los sedimentos). Todas estas evidencias corresponden con un evento de gran magnitud.

Ana María Soler Arechalde | Eufemia Basilio Morales

Soler: Investigadora en Sismología y Física del Interior de la Tierra en el Instituto de Geofísica y directora del Museo de Geofísica de, la UNAM | Basilio: Investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas, de la UNAM