Dimensiones de la seguridad alimentaria

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La articulación de un concepto sólido de seguridad alimentaria, aceptado por los países miembros de la FAO, fue producto de muchos años de negociación y diplomacia. Aun así, la batalla contra el hambre y la desnutrición es todavía un desafío global. En México, la pobreza y la precariedad laboral multiplican las zonas de riesgo e incertidumbre.

| Artículo de María José Ibarrola Rivas, Ana Gabriela Ortega Ávila y Guillermo N. Murray Tortarolo

— PARTE I —

En abril de 1945, cuando estaba por concluir la Segunda Guerra Mundial, representantes de 50 países se dieron a la tarea de crear un organismo que consolidara las bases de una paz duradera. Seis meses después, el 24 de octubre, empezaría a existir oficialmente la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Ese mismo año, se pondría en marcha la agencia Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) instancia encargada de “liderar el esfuerzo internacional para poner fin al hambre” (FAO, 2023).

Desde luego, no fue por azar que los problemas de la alimentación y la agricultura ocuparan un lugar central en la definición de prioridades de cara a la reconstrucción material de naciones devastadas por el conflicto bélico, y el imperativo de formular iniciativas de alcance ‒o aspiración‒ planetario. La incertidumbre en materia alimentaria ha sido una constante en la historia de las comunidades humanas. El reto y la novedad, ante lo que parecía el arranque promisorio de una etapa inédita, gravitaban en la disposición de la comunidad internacional de combatir las fuentes de esa incertidumbre.

Se comenzó a hablar, entonces, de “seguridad alimentaria” a nivel global, y se desplegaron estrategias para enfrentar los distintos niveles de una espiral que suele derivar en catástrofe humanitaria: déficit, escasez, especulación, hambruna. Se multiplicaron las iniciativas sustentadas en visiones diversas, incluso contrastantes, sobre causas, efectos y posibles soluciones. Después de cada avance, siempre relativo, la meta parecía alejarse sin remedio.

La misma definición conceptual tardaría décadas en lograr el consenso necesario. Aunque la Declaración Universal sobre la Erradicación del Hambre y la Malnutrición (1974) reconoce como derecho humano “no pasar hambre ni malnutrición” y establece los elementos básicos de la “seguridad alimentaria”, sería hasta la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (1996) cuando los países integrantes de la FAO aprueben la definición más acabada: “La seguridad alimentaria existe cuando todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfacen sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana” (FAO, 2011).

Cuatro dimensiones

Se trata de una definición compleja que cubre diversos aspectos del fenómeno. Para entenderla, conviene dividirla en cuatro grandes dimensiones que comentamos enseguida.

La primera dimensión es la disponibilidad, que se refiere a la existencia de alimentos suficientes para toda la población. Durante la segunda mitad del siglo pasado, se hicieron muchos esfuerzos a nivel global y la mayoría de los países desarrolló programas para aumentar la producción de alimentos. Gracias a esto, hoy se cuenta con el volumen suficiente para satisfacer las necesidades de la población mundial. No obstante, el problema está lejos de ser resuelto. ¿Cómo explicar la persistencia de la inseguridad alimentaria y la desnutrición?

Una de las respuestas a esta interrogante tiene que ver con la segunda dimensión: el acceso. Con ello nos referimos a que, pese a existir alimentos suficientes, no todas las personas tienen la posibilidad de obtenerlos. Esta desigualdad se materializa al no estar garantizados el acceso físico (disponibilidad de alimentos en las distintas zonas o regiones del territorio) y el acceso económico (recursos en los hogares para la compra de alimentos).

La inseguridad alimentaria está ligada fuertemente a la pobreza, especialmente por la inestabilidad y la precariedad laboral. De ahí se desprende un componente más, referente a la calidad de la alimentación: muchas de las decisiones de compra se basan en el precio de lo que hay disponible; y, en las últimas décadas, los alimentos más baratos y de fácil acceso son alimentos procesados con bajo contenido nutricional.

La tercera dimensión es la utilización: la forma en la que el cuerpo aprovecha los diversos nutrientes contenidos en los alimentos. La alimentación saludable y un buen “aprovechamiento biológico” determinarán el estado nutricional de las personas. En este aspecto, el reto es muy grande, pues la malnutrición se ha incrementado a nivel mundial. En el caso de México, la mayoría de la población tiene un grado de malnutrición tanto por exceso (36% de obesidad infantil, 75% de obesidad y sobrepeso en adultos), como por deficiencia (20% de desnutrición en niños menores de 5 años) [Barquera et al. 2020].

La cuarta dimensión es la estabilidad, referida a la temporalidad de la disponibilidad, el acceso y la utilización de alimentos. Esta dimensión puede afectarse por fenómenos físicos (desastres naturales, cambio climático) y fenómenos sociales (conflictos políticos, crisis económicas). En esa perspectiva, para garantizar condiciones de estabilidad es necesario atacar las causas de estos fenómenos y, en caso de que desborden las previsiones, contar con estrategias para responder adecuadamente, ya sea con ayuda alimentaria o con reservas de alimentos.

Actualizar el concepto y la práctica

Recientemente, se ha discutido la necesidad de actualizar la conceptualización de la seguridad alimentaria. Jennifer Clapp y colegas (2022) sugieren la incorporación de dos nuevas dimensiones: agencia y sostenibilidad.

La primera hace referencia a la necesidad de que las personas decidan cómo quieren relacionarse con los sistemas alimentarios. Esta dimensión busca establecer un puente entre la seguridad y la “soberanía” alimentaria, al reconocer el derecho de los pueblos para definir las formas de producción agrícola, tanto para preservar sus medios de subsistencia como para diseñar una dieta apropiada a su cultura. La idea es compatible con la definición de la fao en cuanto a las “preferencias” de pueblos, familias e individuos.

Por último, la dimensión de sostenibilidad alude a la necesidad de consolidar sistemas productivos que contribuyan a la biodiversidad de los ecosistemas, aseguren la disponibilidad y estabilidad de alimentos en un horizonte de largo plazo (contado en décadas) y promuevan la diversidad dietética para las generaciones actuales y futuras.

¿Y México?

Después de revisar las dimensiones de un concepto y una práctica globales, llegamos al caso específico de nuestro país: ¿cómo lograr seguridad alimentaria en México?

  • Es necesario mejorar la distribución de alimentos (acceso físico) para asegurar su disponibilidad en todo el territorio.
  • Se deben combatir las causas de la pobreza para que la población cuente con los recursos económicos necesarios para satisfacer sus necesidades (acceso económico).
  • Impulsar un cambio de hábitos, así como de oferta de productos en el mercado, que favorezca una alimentación saludable (utilización) y culturalmente adecuada (agencia).
  • Elaborar estrategias que anticipen respuestas eficaces a los impactos del cambio climático, desastres derivados de fenómenos naturales, crisis económicas, conflictos políticos y otras alteraciones sociales o ambientales con posibilidad de ocurrencia (estabilidad). Además, debe garantizarse que todo lo anterior se diseñe y planifique pensando en las generaciones futuras(sostenibilidad).

— PARTE II —

CAMBIO CLIMÁTICO: EFECTOS NEGATIVOS EN CASCADA

| Por Guillermo N. Murray-Tortarolo

Nuestra nación siempre se ha caracterizado por un clima de alta variabilidad. Lo podemos constatar a lo largo del territorio —desiertos en el norte, frondosas selvas tropicales en el sur— y durante el ciclo anual, con una marcada estacionalidad entre las temporadas de lluvia y estiaje. También existe una clara distinción entre años, con eventos recurrentes de sequías (que suceden, aproximadamente, una vez por década) y huracanes, dinámica que genera años ricos y pobres en lluvias.

Este mosaico climático ha derivado en una altísima diversidad, tanto biológica como agrícola. México produce más de 200 diferentes especies de plantas comestibles, sin contar la enorme variedad de razas dentro de las mismas. Se trata no sólo de cultivos “internacionales” (como el maíz o el aguacate) sino, sobre todo, de algunos productos que existen y están disponibles únicamente en nuestro territorio: el amaranto, el achiote, varios tipos de chiles y los nopales, entre otros.

Embebidos de lo anterior se desarrollaron los conglomerados humanos en las distintas regiones del país, con el mismo amplio espectro de diversidad. Esta multiplicidad de culturas generó, asimismo, una cantidad increíble de platillos tradicionales, que han caracterizado a la gastronomía mexicana como una de las mejores del mundo.

Hablamos, pues, de un proceso que eslabona el clima, la producción de alimentos y la cultura nacional. Un continuo que empieza a resentir los efectos del cambio climático.

Un país más seco y caluroso

El cambio climático se presenta en tres grandes formas: 1) alteración en los promedios climáticos; 2) aumento en los eventos climáticos extremos, y 3) cambio en la estacionalidad climática.

La primera alude a las modificaciones de largo plazo que se están observando; por ejemplo, el aumento constante en la temperatura global. La segunda tiene que ver con eventos de máximos o mínimos históricos en la temperatura o la precipitación (sequías o inundaciones), y con su intensidad y recurrencia. La tercera se refiere a la alteración de los momentos del año en que esperamos que inicien o terminen las lluvias.

México está experimentando las tres formas de cambio climático.

En primer lugar, se ha registrado un aumento en la temperatura promedio, mínima y máxima, de alrededor de 0.8°C en los últimos 70 años. Estamos experimentando una primavera mucho más cálida (seguramente te habrás percatado de que los meses de abril se han vuelto insoportablemente calurosos).

En segundo lugar, estamos viendo un aumento en la intensidad y recurrencia de las sequías, con momentos históricos como los vividos en los últimos tres años, que han llevado a la escasez de agua en prácticamente todo el territorio.

Finalmente, se observa un retraso en el inicio de la época de lluvias, misma que se ha recorrido de finales de abril a finales de mayo en las últimas siete décadas.

Dicho en otras palabras: tenemos un país más seco y caliente, con un clima mucho menos predecible en términos de su estacionalidad y de la cantidad de precipitación esperada para cada año.

Impactos en la producción de alimentos y el bienestar humano

Lo anterior ha tenido serios impactos en la producción de alimentos a nivel nacional, principalmente en la agricultura de temporal y la ganadería de libre pastoreo. Las investigaciones recientes muestran una disminución en el rendimiento del maíz de temporal, el café, los pastos y pasturas, por mencionar algunos. Durante la sequía de 2011 —la peor que habíamos tenido en casi 70 años hasta 2021— se perdieron un millón de cabezas de ganado y 250 mil cabezas de cabras, se redujo en 20% el área de agricultura de temporal cultivada y se perdió la quinta parte de toda la producción de maíz de temporal.

Como te podrás imaginar, las pérdidas económicas ascendieron a miles de millones de pesos y se estima que los impactos fueron sufridos por seis millones de mexicanos de forma directa —aunque, seguramente, nos afectó a todos al generar aumentos importantes en los precios de la canasta básica.

Conviene precisar que esta sequía fue consecuencia de la variabilidad climática natural del planeta, pero su intensidad y duración son atribuibles al cambio climático. Lamentablemente, la perspectiva futura es similar, con la mayoría de las proyecciones estimando un aumento en la recurrencia de la sequía y un decrecimiento en la producción agrícola nacional.

Si retomamos la idea de la unión que existe entre el clima, los cultivos y la cultura en nuestro país, nos damos cuenta de que lo anterior también implica un serio riesgo para el bienestar de la población. La pérdida de cultivos es proporcional a una disminución en los ingresos familiares, sobre todo en el medio rural; y, de ahí, se deriva una serie de efectos negativos sobre el conjunto de la sociedad. Por ejemplo, durante los años secos aumenta el abandono del campo y se da una migración hacia los ambientes urbanos, lo que representa fuertes presiones económicas sobre las ciudades. De igual manera, la sequía se ha correlacionado con aumentos en las tasas migratorias a Estados Unidos, con los consecuentes problemas políticos entre ambas naciones.

En tales condiciones, enfrentar al cambio climático y generar soluciones y alternativas viables para la producción de alimentos se vuelve esencial. La mitigación y la adaptación tienen y tendrán un efecto benéfico no sólo en la economía sino en la forma de vida de una enorme fracción de los mexicanos. De lo contrario, enfrentaremos un panorama de efectos negativos en cascada que impactará tanto en la seguridad alimentaria como en el bienestar social y cultural del país.


REFERENCIAS DE LA PARTE I

| Barquera, Simón et al. (2020). “Obesidad en México, prevalencia y tendencias en adultos. Ensanut 2018-19”, en Salud Publica de México, vol. 62, núm. 6, pp. 682-692. Disponible en https://bit.ly/3K1ADKX (Consultado el 8 de julio de 2023).

| Clapp, Jennifer et al. (2022). “The Case for a Six-Dimensional Food Security Framework”, en Food Policy, vol. 106. Disponible en https://bit.ly/3XXYW2b (Consultado el 9 de julio de 2023).

| Cuevas-Nasu, Lucía et al. (2021). “Magnitud y tendencia de la desnutrición y factores asociados con baja talla en niños menores de cinco años en México. Ensanut 2018-19”, en Salud Pública de México, vol. 63, núm. 3, pp. 339-349. Disponible en https://bit.ly/3PYxAHa (Consultado el 10 de julio de 2023).

| Marrón-Ponce, Joaquín et al. (2018). “Energy contribution of NOVA food groups and sociodemographic determinants of ultra-processed food consumption in the Mexican population”, en Public Health Nutrition, vol. 21, núm 1, 87–93. Disponible en https://bit.ly/3K0x4VE (Consultado el 11 de julio de 2023).

| Mundo, Verónica et, al. (2019). “Seguridad alimentaria en hogares mexicanos”, en Síntesis sobre políticas de salud, México, Instituto Nacional de Salud Pública. Disponible https://bit.ly/3pNBb0j (Consultado el 9 de julio de 2023.

| Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (2011). “Una introducción a los conceptos básicos de la seguridad alimentaria”. Disponible en https://bit.ly/46NZ74j (Consultado el 9 de julio de 2023).

_______ (2023). “Acerca de la FAO”. Disponible en https://bit.ly/44LB4Rx (Consultado el 9 de julio de 2023).

| Organización Mundial de la Salud (6 de julio de 2022). Informe de las Naciones Unidas: las cifras del hambre en el mundo aumentaron hasta alcanzar los 828 millones de personas en 2021. Disponible en https://www.who.int/es/news/item/06-07-2022-un-report–global-hunger-numbers-rose-to-as-many-as-828-million-in-2021 (Consultado el 9 de julio de 2023).

REFERENCIAS DE LA PARTE II

| Murray-Tortarolo, G. N. (2021). “Seven decades of climate change across Mexico”. Atmósfera34(2), 217-226.

| Murray-Tortarolo, G. N., Jaramillo, V. J., & Larsen, J. (2018). “Food security and climate change: the case of rainfed maize production in Mexico”. Agricultural and Forest Meteorology, 253, 124-131.

| Murray-Tortarolo, G. N., & Jaramillo, V. J. (2019). “The impact of extreme weather events on livestock populations: the case of the 2011 drought in Mexico”. Climatic Change, 153, 79-89.

Enlaces clave:

http://atlasvulnerabilidad.inecc.gob.mx | https://www.inegi.org.mx/temas/agricultura | https://www.fao.org/faostat/es/

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María José Ibarrola Rivas, Ana Gabriela Ortega Ávila y Guillermo N. Murray Tortarolo

Instituto de Geografía, UNAM, Facultad de Medicina, UNAM e Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, Campus Morelia, UNAM