No hay dilema: los prodigios de la técnica deben servir a la ciudadanía global

Cuando anunciamos el número dedicado a la Inteligencia Artificial: “De la ciencia ficción al apocalipsis…. ¿y la realidad?”, estábamos inmersos en una estimulante paradoja: el debate sobre el Antropoceno como un nuevo tiempo geológico y las evidencias, poco menos que irrefutables, de la catástrofe ambiental en curso.

La paradoja era múltiple y perturbadora: por un lado, los geocientíficos ponían a discusión el reconocimiento formal de una nueva etapa en el transcurrir de la Tierra –definida por “la huella humana” sobre el entorno natural–; por el otro, la acelerada degradación de los ecosistemas ofrecía pruebas indiscutibles del impacto de las sociedades humanas; no obstante que, en rigor, las certezas sobre el “cambio climático” y sus efectos letales resultaban insuficientes para consagrar el bautizo. Giro mordaz de la paradoja: el planeta azul podía estallar, arder o resecarse sin que sus atribulados habitantes (humanos) llegaran a una conclusión satisfactoria. ¿Antropozoico, Antropoceno, Capitaloceno?

La tentación apocalíptica volvió a tocar la puerta de Nuevos Diálogos con las reflexiones de científicos y humanistas en torno a la automatización generalizada y la robótica “de servicio”, la irrupción de agentes inteligentes y sus implicaciones en la vida de media humanidad (la otra mitad espera turno) o el vertiginoso despliegue de “redes neuronales artificiales” para agilizar negocios y prodigios con calor humano.

Y, de nueva cuenta, el inquietante rosario de paradojas: la IA como formidable potenciador de la creatividad, la intuición y la solidaridad comunitaria; pero, también, como poderoso instrumento de control en manos de gobiernos y corporaciones que operan a la sombra y rehúyen el escrutinio de las sociedades democráticas. ¿Cómo regular lo altamente complejo y establecer criterios jurídicos, políticos, sociales o culturales que garanticen la vigencia y expansión de los derechos, las garantías y libertades de la ciudadanía global?

El futuro está aquí y se juega ahí. Ya no es ciencia ficción. Como, tampoco, con un dejo de ironía, lo es preguntarse si alguna vez las “máquinas inteligentes” tendrán derechos.

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