El deterioro ambiental: lo que nos cuentan los lagos

La paleolimnología, ciencia que estudia el pasado remoto de los lagos, ofrece evidencias sobre el impacto de las sociedades humanas en los ecosistemas. Estudios realizados en México documentan procesos de erosión, eutrofización y deforestación en diversas culturas mesoamericanas.

Eugene Stoermer (1934-2012) fue el primero en introducir el término Antropoceno, pero ¿qué fue lo que le permitió proponer por primera vez esta idea de que el planeta está cambiando de forma acelerada por culpa de las actividades humanas?

El biólogo estadounidense se especializó desde 1958 en el estudio de las algas unicelulares llamadas diatomeas, cuyas cubiertas silíceas se preservan muy bien en los sedimentos que se acumulan en el fondo de los lagos (Figura 1).

Ejemplos de diversidad morfológica de las datomeas preservadas en sedimentos lacustres.

Fue un pionero de la paleolimnología, la ciencia que estudia las características de los lagos en el pasado, y en especial en el uso de las diatomeas como indicadores ambientales en los Grandes Lagos de Norteamérica (Lago Superior, Lago Michigan, Lago Erie, etcétera). Sus estudios documentaron cambios en las poblaciones de diatomeas a lo largo del tiempo, lo que le permitió demostrar que estos enormes e importantes lagos estaban experimentando perturbaciones ecológicas sin precedentes históricos, que involucraban incrementos en sus niveles de nutrientes (eutrofización).

En la década de los ochenta del siglo XX sus estudios lo llevaron a la conclusión de que las acciones humanas estaban ejerciendo un control cada vez mayor sobre los procesos que regulan las condiciones ambientales en estos lagos. En este contexto paleolimnológico fue que empezó a usar el término Antropoceno.

¿Hace falta un nuevo término?

Claro que el término se hizo popular entre los periodistas, activistas ecológicos y divulgadores de la ciencia después de que fue propuesto, más formalmente, por el químico Paul Crutzen y el propio Stoermer en el año 2000. El uso de este término, sin embargo, despertó controversias en la comunidad científica. Si bien la ciencia ha encontrado evidencias claras que apuntan a un cambio reciente sin precedentes en muchos ecosistemas, no es tan claro cuándo inicia este proceso acelerado de cambio ambiental.

Muchos científicos han acordado que el Antropoceno inicia en los años 1945-1950 con las detonaciones de las bombas atómicas, lo que permitiría identificarlo de forma inconfundible en el registro geológico en todo el planeta. De esta forma podría establecerse como una nueva época en la tabla geológica del tiempo (tabla cronoestratigráfica) o, por lo menos, como la edad más reciente dentro del Holoceno (Figura 2). No obstante, la falta de consenso ha impedido que se incluya como una división oficial del tiempo geológico.

Extracto de la tabla cronoestratigráfica que muestra al Holoceno y sus tres edades.

Un punto de vista opuesto respecto al Antropoceno se basa en la idea de que, en realidad, el impacto humano en el registro geológico se puede ver desde mucho antes, durante todo el Holoceno (últimos 11,500 años), última época de la tabla cronoestratigráfica. El Holoceno está marcado en todo el planeta por una intensa actividad humana asociada con eventos de elevada erosión, deforestación y cambios significativos de la biodiversidad, con extinciones locales y globales de fauna y flora que van acompañadas de un aumento desproporcionado de las especies útiles al hombre (ganado, plantas cultivadas, etcétera). Todo esto se ha acelerado, particularmente, en los últimos 4,200 años; los que corresponden a la última edad dentro del Holoceno, el Megalayano (Figura 2). En este contexto, algunos científicos consideran el Antropoceno como sinónimo de Holoceno o, quizás, del Megalayano, por lo que no sería necesaria la introducción de un nuevo término.

Es posible revertir la degradación ambiental

En esta discusión hay, desde mi punto de vista, ideas valiosas en ambos extremos. Por un lado, considero que es muy importante destacar que el humano lleva milenios modificando de forma muy importante el entorno. Esto es relevante en países como México, donde tenemos un legado histórico muy antiguo que ha sido interpretado desde una perspectiva muy romántica, en la que las poblaciones nativas americanas (mayas, aztecas, etcétera) vivían en un equilibro absoluto con el ecosistema. Sin embargo, diversas líneas de evidencia científica –entre ellas, estudios paleolimnológicos que hemos realizado en la Universidad Nacional Autónoma de México– aportan datos claros de un alto impacto humano con evidencias de erosión, eutrofización y deforestación durante, al menos, los últimos 4,000 años.

Los estudios paleolimnológicos pueden detectar la erosión por un incremento en indicadores geoquímicos terrígenos como el titanio en los sedimentos. La deforestación se registra como una disminución en los granos de polen de árboles (pinos, encinos, etcétera) y un aumento en el polen de hierbas y pastos. La eutrofización la detectamos como un aumento en especies de diatomeas tolerantes a aguas turbias y niveles elevados de nutrientes en el agua (¡son estudios similares a los que realizó Eugene Stoermer!). Todos estos cambios ocurrieron durante el tiempo en el que se desarrollaron las diversas culturas mesoamericanas: olmeca, maya, teotihuacana, azteca, etcétera. Estos datos apoyan la idea de un Antropoceno “largo”, que coincidiría en tiempos con el Megalayano.

Por otro lado, resulta muy importante destacar que, en efecto, a partir de 1950 se han registrado procesos acelerados de degradación ambiental en todo el planeta. Dinámica que justificaría el concepto “corto” de Antropoceno. Estos procesos de degradación ambiental son muy intensos y sumamente preocupantes porque están generando una pérdida acelerada y global de la biodiversidad.

En nuestros estudios paleolimnológicos vemos este impacto reciente de forma muy clara, sobre todo en las investigaciones que hemos realizado en los estados de Veracruz y Chiapas. A pesar de ello, en algunos de estos registros hemos podido documentar que, una vez que se detiene la deforestación, los ecosistemas tienden a recuperarse o por lo menos estabilizarse, dando alguna esperanza de que puedan controlarse e, inclusive, revertirse los procesos de degradación. Esto, además, pone el dedo en la llaga, pues nos indica que el camino que sigan los ecosistemas modernos –si continuarán degradándose o podrán recuperarse– depende, en realidad, de lo que decidamos como sociedades que hacemos con el uso de los recursos naturales.

En este sentido, coincido con Eugene Stoermer: los estudios paleolimnológicos que he realizado marcan, claramente, que las acciones humanas en las últimas décadas están ejerciendo un control cada vez mayor sobre los procesos que regulan las condiciones ambientales. Por ello, creo que se justifica el uso del concepto corto del Antropoceno como una herramienta útil, incluso necesaria, para la educación y concientización social; condición indispensable para reducir, mitigar y remediar el cambio ambiental reciente.

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Margarita Erna Caballero Miranda

Investigadora del Laboratorio de Paleolimnología del Instituto de Geofísica, de la UNAM
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