El impacto humano se cuenta en miles de años

La transformación de la naturaleza por obra de las sociedades humanas no inició con la industrialización. Desde la mirada arqueológica es posible advertir fenómenos que modificaron radicalmente el paisaje y la relación con el entorno, como el desarrollo de la agricultura y el paso del nomadismo a la formación de las primeras aldeas sedentarias, hace unos 10 mil años.

En décadas recientes se ha incrementado el debate sobre la huella que la sociedad humana ha dejado en nuestro planeta en los últimos siglos. Como resultado de ello se ha propuesto una nueva edad geológica, el Antropoceno. Ésta se define como el tiempo geológico a partir la cual las actividades humanas han impactado en el funcionamiento de nuestro planeta. Si bien el concepto no ha sido universalmente aceptado y los investigadores aún no están de acuerdo sobre el momento en el que inició, se han sugerido fechas como el comienzo de la Revolución Industrial (alrededor del año 1800) o el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945). Otros, por el contrario, extienden su inicio desde fines del Pleistoceno. Independientemente de esta discusión, no hay duda de que los grupos humanos han impactado su entorno desde mucho antes que iniciara Revolución Industrial.

Un problema para determinar el impacto humano en el planeta es que éste no se observa, necesariamente, como un evento geológico global. No obstante, en las últimas décadas se ha buscado esta huella en otros proxies, registros naturales del clima del pasado como los núcleos de hielo o los registros dendrocronológicos.

Por nuestra parte, aceptamos la idea del Antropoceno como el periodo donde los seres humanos han dejado huella en el entorno que habitaron; pero consideramos que esta huella se produce a distintas escalas y de forma diversa, a ritmos que pueden ser observados en diferentes registros. Preferimos este término a otros como Capitaloceno, el cual centra los efectos a escala global a partir de la Revolución Industrial. Pensamos, en consecuencia, que en la escala de la historia humana es importante evaluar los efectos del impacto humano en periodos previos al auge de la industrialización; los cuales, si bien no pueden considerarse necesariamente de “escala global”, modificaron sus entornos a escala continental o insular, como el poblamiento de Australia y América, o la expansión del Imperio Romano.

La idea de este artículo no es discutir sobre el momento exacto del “inicio” del Antropoceno sino, más bien, reflexionar sobre los efectos causados por los seres humanos al colonizar nuevas regiones después de su salida del continente africano hace unos 75 mil años. En este trabajo realizamos una breve evaluación del impacto antropogénico y sus consecuencias a escalas continentales y globales durante diversos episodios que marcaron nuestra historia como sociedad. También, proponemos la metodología a seguir en el complejo estudio de la relación hombre-ambiente. Finalmente, queremos destacar que la escala del impacto y la aceleración de los procesos de deterioro ambiental fueron progresivas, conforme las sociedades aumentaron el tamaño de sus comunidades y se desarrollaron social y tecnológicamente.

Todo inicia en África

Los seres humanos evolucionaron en África. Hace, al menos, 230 mil años que existen los seres humanos anatómicamente modernos; pero la conducta simbólica aparece por primera vez hace unos 80 mil años. Estos humanos, anatómica y cognitivamente “modernos”, salieron de África en algún momento hace unos 75 mil años. Por el ADN mitocondrial de las poblaciones humanas modernas, sabemos que estos primeros humanos fueron una especie reducida poblacionalmente, casi al borde de la extinción y, probablemente, forzada a migrar en un periodo en el que el norte de África, el Oriente Próximo y algunas partes de Europa eran parecidas en términos ecológicos. A partir de entonces, los seres humanos iniciaron la colonización de nuevos continentes y entornos, pasando periodos climáticos más fríos o, eventualmente, más templados que los actuales, hasta colonizar las regiones más remotas como Australia (hace unos 50 mil años), América (15 mil años) o Nueva Zelanda (hace unos mil años).

Aunque hay una idea generalizada de que los cazadores-recolectores, la forma más antigua de organización social, no sobreexplotaban su entorno –pues migran cuando la productividad del mismo decrece y mantiene su población con una demografía baja–, la realidad es que son más diversos en su conducta y organización social interna de lo que se cree. Esta conducta adaptativa les permitió a los primeros humanos no sólo colonizar los ambientes más diversos, desde las selvas de Borneo hasta la tundra de las regiones árticas, sino modificar los entornos para su beneficio una vez que se establecieron en una región determinada. De esta manera desarrollaron el arco y la flecha en áreas abiertas como las grandes llanuras, mientras que en las selvas tropicales usaron cerbatanas y dardos envenenados.

Ocasionalmente, al ingresar en nuevos territorios, las especies poco habituadas a los humanos parecen haber sido más vulnerables, tanto a la caza como a la introducción de enfermedades. Así se produjeron las primeras extinciones en las que los seres humanos pudieron ser sus causantes, directa o indirectamente; ya sea por la caza de poblaciones disminuidas a causa del cambio climático tras el fin de la última Edad del Hielo (como los grandes megahervívoros, mamuts y mastodontes) o por la caza indiscriminada, como sucedió con los moas gigantes al poblarse Nueva Zelanda.

Si bien aún es difícil saber qué papel jugaron los cazadores de la última Edad del Hielo en la extinción de la megafauna pleistocénica, es indudable que aprovecharon estos recursos, como queda registrado en distintos sitios del Viejo y el Nuevo Mundo. En México, en el sitio de Santa Isabel Ixtapan, al norte del lago de Texcoco, se han recuperado restos de dos mamuts asociados a puntas de proyectil, que dan cuenta de que fueron cazados, así como otros artefactos líticos empleados para procesar la presa. En otras cuevas, como Santa Marta y Los Grifos, en el estado de Chiapas, se han logrado obtener datos ambientales que registran la llegada de estos primeros pobladores durante el periodo más frío a finales del Pleistoceno, hace unos 12,500 años, y se han recuperado restos de caballos extintos que fueron cazados (Figura 1).

Figura 1.

De nómadas a sedentarios: otra escala del “impacto humano”

Probablemente, de los eventos que mayor efecto tuvieron en la historia humana en nuestro planeta destacan dos: el desarrollo de la agricultura y la Revolución Industrial. Analicemos el primero.

La llamada Revolución Agrícola implicó, por un lado, la dependencia de plantas cultivadas, principalmente cereales como maíz, trigo o arroz; por el otro, de enorme relevancia, el desarrollo de la vida sedentaria y, con ello, el desarrollo de las primeras aldeas y, más tarde, de las primeras ciudades. Este proceso no fue un evento único a nivel global, pero en todos los casos ocurrió tras el fin del último periodo glacial, hace unos 11,700 años, cuando un clima más cálido lo permitió.

En el Viejo Mundo, particularmente en el llamado Creciente Fértil –que incluye a Mesopotamia, Palestina y Egipto– los antiguos grupos de cazadores-recolectores cambiaron su estrategia de obtención de alimentos cazando fauna menor, pescando y recolectando cereales silvestres que almacenaban. La elevada productividad del entorno cercano a ríos o pantanos les permitió desarrollar las primeras aldeas sedentarias hace unos 10 mil años; un milenio después desarrollaron las primeras ciudades en sitios como Jericó o Çatalhöyük. Estos primeros asentamientos sedentarios vivían de la recolección de especies silvestres y desarrollaron la cerámica más antigua; domesticaron plantas como la cebada o el trigo y animales como el cerdo, la cabra y la oveja.

En el Nuevo Mundo el proceso de domesticación de plantas y animales antecede al desarrollo de la sedentarización. Al parecer, los primeros pobladores ingresaron con una especie domesticada: el perro. Al finalizar el Pleistoceno, los cazadores-recolectores del área mesoamericana manipularon plantas desde épocas tempranas y, eventualmente, causaron modificaciones en ellas mediante “presión selectiva”; es decir, la elección de aquellos rasgos que les son de mayor interés e incentivar su propagación. Por ejemplo, las calabazas: utilizadas originalmente como recipientes de líquidos y para el consumo de las semillas, eventualmente cambiaron el sabor amargo de su carne a uno más dulce y con semillas de mayor tamaño. La calabaza fue la primera planta domesticada en América hace unos 10 mil años.

La domesticación del maíz inició hace, al menos, 9 mil años, a partir del manejo y modificación de su pariente silvestre, el teosinte. El maíz es, sin duda, uno de los mejores ejemplos de cómo los seres humanos han modificado una especie para su beneficio; el fruto del maíz moderno se parece muy poco al de sus parientes silvestres, no sólo en tamaño sino en la estructura de las ramas de la planta, la dureza de las semillas, la capacidad de producir una mayor cantidad de almidones e, incluso, en su capacidad de colonizar, mediante sus distintas variedades, los más diversos climas.

La adopción de la agricultura y la vida en aldeas es uno de los procesos que cambiaron radicalmente nuestra capacidad de modificar el entorno –equiparable, por ello, a la Revolución Industrial. El desarrollo de sistemas de almacenamiento y el cultivo de especies domesticadas permitió generar una enorme cantidad de alimento en la forma de carbohidratos, lo que, a su vez, condujo a un aumento demográfico sin precedentes. La vida en grandes asentamientos humanos modificó, asimismo, la estructura social, deviniendo en las primeras sociedades jerarquizadas. A partir de entonces se observa, por primera ocasión, la aparición del “consumo conspicuo”: esto es, destinar una gran cantidad de recursos y energía a bienes o construcciones que no tienen como objetivo la subsistencia misma: joyas, edificios suntuarios, ofrendas religiosas, bienes de prestigio, etcétera.

Otro aspecto importante es que, una vez llevada a cabo la Revolución Agrícola en una región, se observa históricamente un “efecto dominó”, donde este modo de vida se adopta rápidamente por otras comunidades, asimilándolas o desplazándolas, y dejando a las comunidades cazadoras-recolectoras en regiones marginales o apartadas.

Por otro lado, el impacto ecológico de la agricultura también deja una huella en registros sedimentarios. Por ejemplo, en algún momento entre hace 7 mil y 5 mil años, en diversas regiones de las tierras bajas tropicales del Pacífico (Guerrero, Soconusco) y la Costa del Golfo (Tabasco y Veracruz) se ha registrado la aparición de maíz en las secuencias sedimentarias de lagos y pantanos; esta primera aparición coincide, en todos los casos, con una disminución importante en el polen arbóreo, además de un aumento significativo de plantas oportunistas. Este cambio abrupto en el entorno ha sido explicado por la acción humana de creación de agroecosistemas del tipo “roza-tumba y quema”. Esta agricultura extensiva se lleva a cabo, actualmente, en regiones tropicales donde la tala sistemática de la selva local y la quema de la biomasa resultante sirven para fertilizar suelos delgados y fácilmente erosionables con el objetivo de cultivar amplias áreas de milpa. Esta actividad está presente en la región varios milenios antes del desarrollo de las civilizaciones olmeca y maya, pero crece exponencialmente tras la aparición de los primeros centros urbanos en Mesoamérica. En otras regiones, como la cuenca de México, estas primeras aldeas aprovecharon un entorno altamente productivo y adoptaron las plantas domesticadas como un complemento a su dieta (Figura 2A y 2B).

Figura 2b.
Figura 2b.

Guillermo Acosta Ochoa | Kurt Heinrich Wogau Chong

Acosta: Investigador responsable del Laboratorio de Prehistoria y Evolución, Instituto de Investigaciones Antropológicas, de la UNAM | Wogau: Investigador de variaciones paleoambientales durante finales del Pleistoceno y el periodo Holoceno en el Instituto de Investigaciones Antropológicas
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