En busca de la huella humana en registros geológicos

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Las evidencias del cambio climático y el creciente deterioro de los ecosistemas en el planeta no son suficientes para establecer que vivimos en un nuevo tiempo geológico. Por ello, científicos de diferentes disciplinas realizan estudios que sustenten la hipótesis: ¿nueva Era, nueva Época?

| Reportaje de María Luisa Santillán


Si el universo empezó con una explosión, el “antropoceno” lo hizo con un grito. Eran inicios del año 2000 y Paul Crutzen, premio Nobel de Química por sus trabajos sobre la capa de ozono, estaba en un congreso en Cuernavaca (Morelos, México) donde se hablaba sobre el impacto de la humanidad en el planeta. Entonces, mientras todo mundo repetía que aún vivíamos en el Holoceno, él manifestó su desacuerdo y soltó un concepto que generaría reacciones en cadena:

—¡No! Ya no vivimos en el Holoceno, sino en el Antropoceno.

Ese fue el momento cuando el Antropoceno empezó a ser identificado como el tiempo en el que la actividad humana se ha convertido en una fuerza suficiente para transformar a la Tierra, el instante en que esta idea comenzó a expandirse por el mundo, el punto de partida para que comenzara a popularizarse el término que, desde años antes, era utilizado de manera informal por el biólogo estadounidense Eugene Stoermer.

Seguramente nadie, en aquel congreso, pensó que ese término sería causa de múltiples debates, los cuales han trascendido las ciencias naturales y ahora forman parte de la narrativa de las ciencias sociales. Aunque aún no obtiene un reconocimiento por parte de la comunidad científica como un nuevo tiempo geológico oficial, ya es empleado en múltiples disciplinas para explicar algo en lo que todo mundo está de acuerdo: que los seres humanos, en un tiempo relativamente corto, estamos dejando una huella tan profunda en nuestro planeta que hemos sido capaces de transformarlo.

Hoy sabemos que la temperatura en el planeta ha subido un grado en los últimos 50 años, que la pérdida de especies es abrumadora, que vivimos un proceso de acidificación de los océanos, que hay altos niveles de deforestación de bosques, que la composición química de la atmósfera se ha alterado, etcétera. Además, entendemos que muchos de estos cambios son irreversibles. Las evidencias de nuestra huella en el sistema de la Tierra son claras; cientos de artículos científicos son publicados cada año como un registro de estos cambios. Es más, esta devastación se puede comprobar con sólo teclear en un buscador en internet la palabra “antropoceno” y observar las dramáticas imágenes que aparecen como resultado: grandes agujeros causados por la minería de extracción, zonas deforestadas, contaminación ocasionada por fábricas e industrias, montañas de basura, animales desnutridos, al borde de la extinción o muertos; explosión demográfica…

No hay duda, estamos cambiando el planeta. Y prueba de ello es que la diversidad de desechos tecnológicos, que posiblemente se convertirán en tecnofósiles, es mayor que la biodiversidad actual.Sin embargo, para que el Antropoceno pueda ser considerado formalmente como una nueva etapa geológica no es suficiente el registro de todas estas transformaciones sociales, ambientales, económicas y productivas. Es necesario contar con evidencias geológicas que demuestren que la Tierra se ha visto afectada de manera global y sincrónica, que los cambios se han dado en todo el planeta y de forma simultánea.

“El Antropoceno está dando una oportunidad a la geología para mostrar a los demás que lo que hacemos es importante, es interesante; que esta disciplina nos cuestiona y nos habla de nosotros mismos –como hacen las religiones, la filosofía, la psicología o la arqueología–. De tal manera que, incluso, estamos pensando en que pueda haber un tiempo geológico como consecuencia de lo que somos capaces de hacer, hoy, con nuestra tecnología y con nuestra cultura en el planeta”, explica el doctor Alejandro Cearreta, de la Universidad del País Vasco, en España, y uno de los 37 expertos integrantes del Grupo de Trabajo del Antropoceno (gta).

División del tiempo geológico

Si tuviéramos que decir en qué edad geológica vivimos, éste sería el resultado: vivimos en el eón Fanerozoico, de la era Cenozoica, del periodo Cuaternario, de la época Holoceno y en la edad Megalaviano. Estas divisiones incluyen millones de años; tantos que, tal vez, no somos capaces de dimensionarlos.

La historia de nuestro planeta es de 4,600 millones de años, tiempo durante el cual ha sufrido distintos cambios. Baste ver la Tabla Cronoestratigráfica Internacional (que nos indica los distintos tiempos geológicos por los que ha pasado la Tierra) para darse cuenta de que si algo no ha sido nuestro planeta es un ente estable. En ella podemos ver divisiones que van desde eones, eras y épocas hasta periodos y edades. Cada uno depende de la intensidad del cambio que experimenta nuestro planeta. Por ejemplo, si es muy grande, como la aparición de la vida microscópica, estamos hablando de un eón; si responde a una extinción masiva, como la que se vivió hace 65 millones de años con la caída de un meteorito (en lo que es ahora Yucatán) que causó la desaparición de los dinosaurios, se está ante un cambio de era. Cuando hay un cambio muy intenso del clima, como el que ocurrió hace 2.4 millones de años con el inicio del Cuaternario, se registra un cambio de periodo. Por su parte, una época geológica se caracteriza, sobre todo, por cambios en los periodos glaciares e interglaciares; finalmente, dentro de una época puede haber momentos en los que ocurran, por ejemplo, grandes sequías o enfriamientos de corta duración en escala geológica y, en consecuencia, hay un cambio de edad.

El doctor Priyadarsi Roy, del Instituto de Geología de la UNAM, explica que todos los cambios que vive nuestro planeta quedan registrados en los depósitos geológicos –en los sedimentos– que con el tiempo se compactaron, se solidificaron y formaron rocas sedimentarias, que actualmente están aflorando por tectonismo (movimientos de la corteza terrestre que ocasionan que las capas de la Tierra se rompan y reacomoden). Esas rocas tienen registros fósiles de floras y faunas que nos indican cómo era la condición de cada tiempo. Por ello, son las evidencias que se utilizan en la geología para medir el tiempo. “Como geólogos necesitamos un registro donde la evidencia de todo lo que ha ocurrido durante una era, un periodo, una época, de alguna forma esté preservada en rocas”, explica el especialista en el estudio del cambio climático en el pasado de la Tierra.

Por lo tanto, la ciencia encargada de formalizar un tiempo geológico es la geología, que a través de evidencias estratigráficas (dadas por rocas y sedimentos) podrá determinar si es posible establecer alguna de estas categorías.

Además, como ya se dijo, las evidencias en las que se debe basar un tiempo geológico tienen que ser sincrónicas: darse simultáneamente y en todo el planeta. Por lo tanto, para definir una nueva unidad cronoestratigráfica (que es un cuerpo de roca que sirve como referencia para todas aquellas rocas que se formaron durante un lapso), hay que datar su base; es decir, su inicio, lo cual se conoce como Global Boundary Stratotype Section and Point (GSSP); en el terreno se materializa por un golden spike (clavo dorado). Esto, de acuerdo con Valentí Rull en su libro ¿Qué sabemos de? El Antropoceno.

El doctor Cearreta explica que un “clavo dorado” es algo físico y conceptual. Físicamente es un cilindro de metal que se clava en una roca ubicada en aquel lugar del planeta donde mejor se manifiesta el cambio de tiempo geológico: “Por ejemplo, en el caso del Cretácico, el lugar del planeta en donde mejor se observa ese cambio de era no es México –aunque haya caído el bólido meteorítico en Yucatán– sino un lugar de Túnez que se llama El Kef. Ahí, en esas rocas, está enterrado físicamente un clavo de dimensiones decimétricas como indicador de que ése es el sitio del planeta donde mejor se observa el cambio del tiempo geológico”.

Asimismo, el “clavo dorado” es una construcción conceptual porque, en geología, se refiere a lo que se llama “estratotipo”, el lugar del planeta donde mejor se observa ese cambio geológico: “No es el único, hay muchos otros. De hecho, otros que son buenos, también, se consideran como ‘estratotipos auxiliares’; y, además, otras rocas de esa misma era se encuentran en muchísimos lugares del planeta… Pero digamos que en ese sitio es donde se define el estratotipo como el lugar ideal para el estudio, porque tienes mucha más cantidad de sedimentos o porque la calidad del registro ha permitido muchos más estudios”.

Camino a la formalización

La vía para poder formalizar el Antropoceno no ha sido corta ni fácil. Además de analizar las evidencias que ofrecen las rocas y los sedimentos se tienen que acumular pruebas suficientes de que, efectivamente, estamos viviendo en un nuevo tiempo geológico. La institución científica encargada de establecer las unidades geológicas de tiempo (era, época, periodo, edad) es la Comisión Internacional de Estratigrafía (CIE), que pertenece a la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, máximo órgano científico dedicado al estudio de la geología.

En 2009, la Comisión Internacional de Estratigrafía estableció el Grupo de Trabajo del Antropoceno (GTA), con el fin de valorar si la propuesta de un nuevo tiempo geológico tiene sustento científico. Así, desde sus inicios, el GTA se ha dedicado a analizar y evaluar cada una de las evidencias que han surgido y nutrido un gran número de publicaciones, las cuales formarán parte de un informe que será sometido para su aprobación, probablemente, a principios de 2023, explica el doctor Alejando Cearreta, único representante de Hispanoamérica en el grupo.

María Luisa Santillán

Reportera de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia | UNAM