El movimiento, un elemento clave de la creatividad artística


Analizar cómo sucede el movimiento corpóreo en el acto creativo arroja importantes luces sobre la influencia de la fisiología humana en la producción artística. La forma en que los músculos del cuerpo se ocupan de materializar las actividades que llamamos “creativas” evidencia que la creatividad es un proceso neuronal y muscular, por lo que sus posibilidades son proporcionales al estado del funcionamiento de nuestras conexiones neuromusculares.

Con esta conclusión podemos iniciar el abordaje de la exposición con que Alicia Ortega y Fidel Ramón (investigadores de los departamentos de Bioquímica y Fisiología de la Facultad de Medicina, de la UNAM) participaron en el Primer Congreso Internacional “Palas y las musas: diálogos entre la ciencia y el arte”, organizado en 2014 por la UNAM en el Centro de Investigación en Matemática (Cimat), en Guanajuato. El conjunto de las participaciones del encuentro dio lugar a una completa enciclopedia coeditada por la UNAM con el Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y Siglo XXI Editores. En Nuevos Diálogos queremos compartirte las reseñas de algunos de los textos publicados en esa extensa obra de seis tomos. Iniciamos con un acercamiento sintético de las propuestas de Ortega y Ramón sobre la mirada de la ciencia en torno a la influencia de los procesos orgánicos, específicamente los del movimiento, en la producción estética.

Hablar de creatividad provoca una multiplicidad de interpretaciones que pueden desembocar en caminos sinuosos y laberínticos, por lo que es necesario definirla para introducirnos comprensivamente en el complejo diálogo que hace confluir en el proceso creativo a los medios de ejecución del cuerpo y sus respectivas funciones motoras: la visual, la auditivo-vestibular y la propioceptiva.

Resalta de entrada una de las definiciones que ofrecen Ortega y Ramón: la creatividad es “pensamiento y ejecución”. Una definición conectada con la idea de que hay partes neuronales cuyo papel relevante para los procesos creativos es innegable. Por ejemplo, la corteza prefrontal (CPF) es sumamente relevante para el proceso creativo porque permite la estimulación visual, auditiva y propioceptiva, aun cuando no es la única parte del cerebro que nos permite tener las funciones necesarias para generar conexiones entre los nervios y el cerebro o, dicho de otro modo, entre el movimiento y la creatividad.

Esta capacidad humana es, en otras palabras, el potencial de los procesos biológicos para conseguir productos interdisciplinarios, y la creatividad es otra forma de llamar al conjunto de momentos intermedios para conseguirlo.

Ortega y Ramón mencionan un dato muy interesante: que la información auditiva no pasa por el hipocampo, y por eso no hay una memoria espacial. Algo intrigante, porque no hay que olvidar que el hipocampo se encarga de generar memoria espacial y determina cuáles sentidos nos permiten recordar espacialmente y cuáles no. Podemos concluir entonces que el resultado de producir algo creativo es consecuencia de la forma en que los estímulos (en este caso el auditivo) llegan al hipocampo y se traducen en un recuerdo con conciencia espacial.

Otra definición de creatividad es la que la considera como una capacidad y, como todas las capacidades, un componente estructural de la personalidad, susceptible de desarrollarse. Cabe recordar la idea del divulgador de la ciencia Eduard Punset, quien planteaba que hay muchas formas de creatividad en las personas, y que depende de la personalidad de cada una encontrar el tipo de creatividad que mejor le funciona. La creatividad es inherente al ser humano, está en la biología, y en los diferentes estímulos que nos llegan somos propensos a recibir un tipo de información que puede traducirse en un producto creativo. O como lo definiera el filósofo polaco Wladyslaw Tarkiewicz:

“Una actividad humana consciente capaz de reproducir cosas, construir formas, o expresar una experiencia si el producto de esta reproducción, construcción o expresión puede deleitar, emocionar o producir un choque”.

Volviendo al movimiento, Ortega y Ramón nos recuerdan que es el resultado de procesos diversos en los factores sensoriales de los músculos, y se traduce de una manera mecánica y química para transmitir de alguna manera la información. Un tipo de receptor muscular, por ejemplo, es el primario, constituido por las fibras musculares especializadas en terminaciones nerviosas, que alcanzan las regiones más cercanas al núcleo de una célula. Este tipo de receptores está presente en el 60 por ciento de la masa muscular, por lo que ocurre una recepción muy sensible a los cambios de tensión muscular; ésta, junto con los lóbulos parietales, nos ayuda a ubicarnos en un espacio y a ejercer un movimiento con la información recibida, que se hace más necesaria aun para llevar a cabo la creación artística. Se piensa con y por el cuerpo.

Hablando del terreno de lo muscular, la vía referente a la “propiocepción” equivale a la CPF y puede llegar a la creación consciente o inconscientemente. De manera consciente llega a la corteza sensorial, e inconscientemente informa de sensación de presión, de vibración y de la posición que ocupa la parte del cuerpo que recibe los mensajes. Es claro que no podemos ser conscientes todo el tiempo de las peculiaridades y especificidades del cuerpo, pero la propiocepción es valiosa cuando es consciente, porque nos transmite sensaciones dolorosas, un tipo de percepción necesaria para la sobrevivencia, pero también para los movimientos conscientes musculares.

En este contexto viene a la memoria lo expuesto por el neurocientífico argentino Mariano Sigman (https://www.youtube.com/watch?v=QznhPtRO-N0), quien si bien no habla de un aprendizaje cuantitativo en términos de información transferida, sino más bien propone que el aprendizaje es lo que hacemos con la información, cómo la manejamos y qué salidas le ofrecemos, aporta importantes datos para la comprensión de los planteamientos de Ortega y Ramón. Sigman menciona un experimento por demás interesante: el caso de unos niños a los que se les pide explicar algo y cambian inmediatamente su postura corporal. Parece algo sin importancia, pero ese cambio indica que la información ha sido procesada y ahora deben ejecutar un producto con ella, se vuelve parte de la conciencia del niño y parte de un proceso creativo donde interviene el movimiento como síntoma de microprocesos: el auditivo, el muscular y la propiocepción. Por lo tanto, podríamos hablar de un circuito completo en términos de creatividad y cuerpo.

El último punto que Ortega y Ramón destacan es el referente a la “temporalidad” de los procesos cognitivos-musculares y su relación con la productividad creativa. ¿Qué ocurre cuando envejecemos? El envejecimiento es un estado inevitable de nuestra mente y los músculos, implica un cambio fisiológico. Al envejecer el ser humano, su corteza prefrontal también envejece, la evocación de la memoria es menor. La “sarcopenia” (la muerte celular) inicia a partir de los 40 años, provocando que la inactividad física aumente y, por último, repercuta en la actividad mental. En otras palabras, como afirman Ortega y Ramón, la actividad física repercute en la actividad creativa o artística: “La actividad artística requiere disciplina, repetición”. La repetición muscular y corporal es una manera como aprendemos y manejamos la información que podemos desarrollar después como pensamiento creativo, síntesis de procesos biológicos. En conclusión, se puede evaluar la productividad creativa de un individuo por las constantes actividades musculares y neuronales que luego, como se puede inferir de los argumentos expuestos, se traducen en procesos creativos. Podemos entender que la creatividad como el resultado de procesos humanos repetidos que nos permiten expresar, construir y adaptar la información adquirida, considerando que el cuerpo no está separado de la manera como consumimos lo que comprendemos. Así, el producto artístico no es una idealización, sino el resultado de campos neuronales activos en el organismo.


| JULIETA MERCADO

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